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6 de julio de 2017

LA BOTA MILITAR HACE EL SAQUE INICIAL; LA PEQUEÑA COPA DEL MUNDO (CARACAS 1963)



Damián Gaubeka EL REPUBLICANO VASCO QUE FUE PIONERO DEL MUNDIAL DE CLUBES,.
Por; Javier Conde

Fue condenado a muerte tras la Guerra Civil española, sobrevivió a un campo de concentración en Francia y llegó a La Guaira a principios de los años cuarenta. Una década después, creó la Pequeña Copa del Mundo, en la que jugaron Di Stéfano, Kubala, Didí y Garrincha, célebres entre los célebres.

De su invención deportiva hay un montón de entradas en la red; de él, apenas rastros: Damián Gaubeka, vasco, empresario. Ni lugar de nacimiento, ni edad, ni a qué se dedicaba en concreto, ni cómo construyó un mundo de relaciones de alto nivel a un lado y otro del Atlántico. Nada de nada –o muy poco– del hombre que juntó durante los años cincuenta y sesenta del siglo pasado a la crême de la crême del fútbol mundial en una ciudad impensada para tales lides como Caracas.

Una explicación, entre tantas posibles, es que las estrellas que congregó en la capital venezolana opacaron su labor. Otra, que Gaubeka fue un hombre discreto y sin ansias de protagonismo. “Nunca le escuché hablar mal de nadie”, suelta de primeras Lázaro Candal, una de las voces más singulares del fútbol contado, y cantado, desde América.

Una red de vascos del exilio permite, sin embargo, hallar pistas de la trayectoria de Damián Gaubeka –Larrauri, Vizcaya, 1916–: un hombre con dos vidas, entre las cuales sumó 88 años. También dos esposas: de la primera enviudó; de la segunda, Josefina López, que le sobrevive, hay tres hijos profesionales, impelidos a estudiar, que nacieron cuando la Pequeña Copa del Mundo comenzaba a ser un recuerdo.

La primera de sus vidas bien pudo concluir en 1939, cuando salió desde Reus, en Tarragona, hacia Francia, derrotado el “bando republicano en el que le tocó luchar y condenado a muerte” –como comenta su hijo Damián desde Madrid. Lo habían destinado a la aviación y llegó a ser teniente.

La otra vida, la definitiva, la que se construyó ladrillo sobre ladrillo, bien pudo comenzar un día de 1940 o 1941 –la fecha es imprecisa– cuando se bajó en el puerto de La Guaira tras padecer los rigores extremos de los campos de internamiento, uno más entre varios centenares de miles de españoles que huían de la victoria franquista.

Llegó en el Antilles, que surcó el océano con un destino tan amplio como vago: Sudamérica. Todo sopló a favor de Gaubeka porque la Venezuela en la que recaló iniciaba en aquella década de los cuarenta una transformación social, económica y política extraordinaria y prolongada, forjada sobre un chorro petrolero aún imparable. Una tierra fértil para emprendedores en la que casi todo estaba por hacer y Gaubeka estaba preparado para el trabajo duro: fue jardinero de una familia muy conocida de Caracas y se redondeaba el jornal jugando al fútbol –era mediocentro, de los incansables y metedores de pierna– los fines de semana con La Salle, que llegó a tener un equipo en el incipiente fútbol profesional venezolano.

Lo de podar jardines y regar flores debió ser muy temporal. Lo justo para juntar un pequeño capital. Koldo San Sebastián, autor de numerosos libros sobre el exilio en América, registra muy temprano el apellido Gaubeka en Venezuela entre los vascos que echan raíces en la ola inmigratoria posterior a la Guerra Civil. Aparece, junto a Olaizola y Aranguren, entre los constructores que se destacan. Fue en la construcción donde los vascos dejaron la impronta de “una empresa colectiva”, de acuerdo con Martín de Ugalde, escritor y periodista, figura relevante de la cultura vasca, exiliado en Venezuela entre 1947 y 1969. En la fisonomía caraqueña aún quedan vestigios de edificios residenciales sobrios y sólidos, e incluso elegantes, que levantaron estos hombres. “Seguro que alguno tiene la marca de mi padre”, recuerda el vástago mayor.

Gaubeka hizo más que edificios señoriales en las urbanizaciones del este de Caracas: sobre todo carreteras, también mantenimiento de vías en un país que comenzaba a interconectarse, polvorines para el Ejército y almacenes donde los mandos castrenses y la tropa y sus familiares compraban de todo y a precios subsidiados. Y a la par iba tejiendo un abanico de relaciones, en particular en el sector militar que volvió a encaramarse en el poder por una década (1948-1958). Aun así, el general Marcos Pérez Jiménez lo deportó a Francia, por estar involucrado en un intento de derrocamiento. Enamorado de los deportes –“los seguía todos, el fútbol, pero también el béisbol y el boxeo, todos”, apunta su hijo– a principios de la década de los cincuenta, Gaubeka pondría a rodar el balón, y de qué manera, en el estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria de Caracas, inaugurado para los Juegos Bolivarianos de 1951.

Damián Gaubeka con Alfredo Di Stéfano, estrella de la Pequeña Copa del Mundo, en una de cuyas ediciones (1963) sería secuestrado por un comando revolucionario. (Cortesía familia Gaubeka)

La Pequeña Copa del Mundo fue un sueño romántico. “De dinero nada”, aclaran en su entorno. Una gran competencia, con los mejores equipos del orbe, atraídos por la fortaleza del signo monetario venezolano –el bolívar se cotizó entre 1953 y 1962 a 3,35 por dólar– y la existencia de un público, formado mayoritariamente por las consolidadas colonias española, portuguesa e italiana, ávido de grandes espectáculos deportivos. Se jugó en dos períodos, 1952 a 1957 y luego desde 1963 y hasta fines de la década bajo un rótulo entonces que variaba de año a año: Trofeo Ciudad de Caracas, Copa Cuatricentario y hasta una Copa María Dolores Gaubeka (1965).


Los equipos españoles fueron los grandes imanes del torneo. El Real Madrid lo ganó en un par de oportunidades y fue subcampeón en otra. El Barcelona se impuso en 1957, el Valencia en 1966 y el Athletic al año siguiente.

A Caracas concurrieron en esa década y media los clubes más encopetados del momento: River Plate de Argentina, Botafogo con Garrincha y Didi, Millonarios de Bogotá con Di Stéfano hasta de cruzar el charco, y también Benfica, Roma, Corinthians, Vasco de Gama, Atlético de Madrid. Un torneo oficioso, sin reconocimiento de la FIFA, que atrajo multitudes, y que es el germen lejano del actual Mundial de Clubes. Y le permitió a Gaubeka codearse con figuras singulares y no solo del ámbito futbolero.

Con Santiago Bernabeu, emblemático presidente del Real Madrid, trazó acuerdos deportivos y cimentó una larga y sólida amistad. Ambos viajaron juntos al Mundial de Suecia de 1958, y regresaron presurosos antes de la final que consagró a Brasil y a Pelé, porque el mismo día –domingo 29 de junio– Athletic de Bilbao y el Madrid dirimían en la capital española el título de la Copa de Su Excelencia el Generalísimo, como se llamaba la actual Copa del Rey. “Don Santiago, dice su hijo, lo iba a buscar a Barajas cada vez que mi padre viajaba a España”. Gaubeka entraba con pasaporte venezolano porque aún pesaba sobre él la condena impuesta al final de la Guerra Civil.

Bernabéu lo hizo socio de honor del Real Madrid –hasta la llegada de Ramón Mendoza a la presidencia del club– y le comentaba intimidades del vestuario que dejaban sorprendido a Gaubeka.” Don Santiago le contaba que Di Stéfano venía después del entrenamiento a decirle que el agua de la ducha no estaba caliente, que la hierba del campo no estaba bien cortada, que los balones estaban desinflados, que tal jugador vivía apretado económicamente…”, habla el hijo como si fuera el padre. “Pide de todo durante la semana pero cuando llega el día del partido lo devuelve con creces”, le explicaba Bernabéu al desconcertado constructor. El propio Di Stéfano, a la larga, se haría entrañable de Gaubeka junto con Luis Aragonés, el ícono del Atlético: una amistad que amasaron jugando a las cartas y el dominó.

El creador de la Pequeña Copa del Mundo sería además determinante para que el astro argentino jugara contra el Sao Paulo horas después de ser liberado por sus secuestradores. Fue durante la edición del torneo de 1963: un comando revolucionario plagia a Di Stéfano en la mañana del 24 de agosto en el hotel Potomac de Caracas y lo suelta en una calle cualquiera 48 horas después. Para un taxi y le indica que lo lleve a la Embajada de España. Reunidos allí horas después, Gaubeka le pide que juegue aunque sea cinco minutos para no defraudar a la colonia española. Di Stéfano, todavía aturdido, juega toda la primera parte.

Del Madrid y del Athletic, de Di Stéfano sobre Pelé, – “uno juega para 10 y para el otro juegan 10”, declaró a un periodista durante el Mundial de Inglaterra, con el propio astro brasileño como testigo– Gaubeka no solo fue un hombre de fútbol durante su larga estadía de más de tres decenios en Venezuela. A mediados de la década de los cincuenta asumió las riendas del equipo de béisbol Magallanes, el más antiguo y popular del país aunque de vida azarosa. Lo tomó campeón pero en una severa crisis económica, cuenta la página oficial del club, y se mantuvo al frente por una temporada, cuando, según la versión familiar, surgieron “posiciones populistas” que sospecharon de una improbable venta a capitales extranjeros. Gaubeka, aseguran, lo que quería era establecer vínculos con las grandes organizaciones beisboleras de Estados Unidos, como funciona en la actualidad. A pesar de esa decepción, la pelota lo fascinó: su hijo Damián tiene fresca en la memoria una charla de su padre con amigos venezolanos, ya en los setenta, rememorando juegos y peloteros. “Una delicia”, comenta.

Una ironía del destino quiso que un célebre y polémico personaje le conmutara la pena de muerte a Gaubeka: Agustín Muñoz Grandes, quien fue jefe de la Casa Militar de Franco y comandó, durante la Segunda Guerra Mundial, la División Azul, el cuerpo de voluntarios españoles que luchó contra la Unión Soviética durante la ofensiva nazi. “Mi padre era un hombre de bien y no había cometido ninguna tropelía durante la Guerra”, precisan del lado familiar. Esas cercanías al poder establecido en la España de mitad de siglo pasado, y algún tiempo más, no lo apartaron de sus convicciones democráticas y republicanas. “Fue incinerado (falleció en 2003, en Madrid) con la bandera de Venezuela y la de la República”, certifica Damián Gaubeka hijo. Otra vez dos amores: la vidas de un inmigrante.

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