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30 de junio de 2018

SABES DONDE NO CREEN EN EL "666" PERO SI EN EL "9999"




AQUÍ ENCONTRARAS LO QUE NUNCA TE CONTARON DE LA CIUDAD PROHIBIDA, LA MORADA DE LOS EMPERADORES CHINOS DESDE EL SIGLO XIV HASTA PRINCIPIOS DE SIGLO XX, UBICADA EN PEKIN - CHINA Y DONDE EL MISTERIO DEL 9.999 SE INSTAURO EN LA CHINA IMPERIAL


Empezaremos primero del porqué de su nombre “Ciudad Prohibida”, este nombre se relaciona con la astronomía y con las ancestrales filosofías chinas. Era un lugar en donde lo divino y lo humano pudieran interactuar, basada en estas creencias, se construye la estructura y la leyenda de dicha ciudad, al uso del mito de los “palacios celestiales”. Además de ello, los emperadores chinos eran considerados como dioses, y acercarse a ellos no estaba permitido a cualquiera. Por tanto acceder al Palacio Imperial y por ende a la Ciudad Prohibida era un privilegio que no estaba al alcance de cualquiera, se necesitaba un permiso especial, era un mundo aparte dentro de la ciudad de Pekín.

Esta Ciudad Celestial, está localizada en el centro del antiguo Pekín desde 1404, fueron las dependencias dedicadas dentro del Palacio Imperial a albergar a lo largo de 24 años a generaciones de emperadores chinos desde la dinastía Ming, con el primero llamado Zhu Di, hasta el último perteneciente a la dinastía Qing llamado Pu Yi. Debido a su extensión (72.000 m2) y su magnitud (800 edificios y más de 9000 habitaciones), desde 1987 fue declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

Su construcción duró más de cuatro siglos a partir del año 1420, siguiendo una disposición de palacios concéntricos, unos dentro de otros. Según los registros oficiales de la dinastía Qing (1644-1911), la Ciudad Prohibida consta exactamente de «9.999 habitaciones y media». Esta curiosa cantidad responde a una milenaria tradición según la cual ningún mortal, ni tan siquiera los «Hijos del Cielo» (título que ostentaban los emperadores) podía dispone de diez mil habitaciones. Así como el color amarillo era símbolo del emperador, y sólo él podía utilizarlo en sus ropas, objetos personales o en las tejas que remataban sus palacios, el número 10.000 era patrimonio exclusivo de Dios. De ahí que se gritase «¡Yi Wan!» («¡Banzai!» en japonés), literalmente «¡Diez Mil!», cuando se deseaba larga vida al emperador.



Mucho se ha hablado de que si realmente existió otra ciudad perdida o si estuvo ubicada en otro sitio, debido a los acontecimientos de las guerras entre la dinastía Qing y Ming, sin embargo la historia revela que Pekín fue fundada por Kublai Khan (nieto de Gengis Khan) en el siglo XIII, cuando se la conocía con los nombres de Cambaluc y Dadu, pero el palacio real de esa época, en el que se presume que Kublai recibió a Marco Polo, fue destruido en el siglo XIV por los ejércitos de la dinastía Ming. Durante mucho tiempo se pensó que el palacio de la época mongol se encontraba cerca de la Ciudad Prohibida, que se construyó entre 1406 y 1420, pero no existe evidencia de ello, lo que se traduce que este encuentro se efectuó en esta ciudad.

Por ultimo, algo que me llamo la atención es la variedad de animales distribuido a lo largo de la Ciudad Perdida, al igual que las culturas Egipcia, Mesopotamica y hasta la Maya, estos animales tenían una finalidad. Las estatuas de animales dentro de la Ciudad Prohibida tienen su lugar y su propósito, fueron hechos para establecer la paz y la armonía. Cada estatua fue colocada en una posición fija y destinada a soportar los siglos, apelando a los cielos para la preservación y la prosperidad duradera de la dinastía gobernante. A lo largo de la ciudad, se pueden observar los Leones, ellos son los guardianes de la sala principal. Un león macho está en el lado derecho, con una hembra en el lado izquierdo. El macho sostiene un globo debajo de su pata delantera derecha, simbolizando el gobierno imperial que unifica el mundo. La hembra está jugando con un cachorro con su zarpa izquierda, simbolizando una abundante descendencia para el emperador. Tortugas y grullas que representan un símbolo de longevidad. Está el pájaro bermellón, el tigre blanco.

Lo más significativo, es que cada estatua fue hecha ingeniosamente con una barriga hueca y una abertura en el cuerpo. Durante las ceremonias celebradas en el Salón, el incienso se quemaba en el vientre de las estatuas. El humo blanco saldría de las bocas de las estatuas de bronce. Llenaba el frente del salón, flotando alrededor de los palacios circundantes para crear una atmósfera de reverencia.





Esto no termina aquí, te traeremos más misterios revelados de la Ciudad Pérdida……………………..

24 de junio de 2018

TRAS DEL OLEO DEL RIO ORINOCO, DEL PINTOR DE LA SELVA EN VENEZUELA; FERDINAND BELLERMANN


Bellermann vio a Venezuela como pocos antes que él, fueron mas de 600 óleos y quizás el mas importante de su vida fue uno que no pudo culminar en vida de "Un paisaje crepuscular en el Orinoco", el cual fue el mas valorado de sus obras y que el resto del mundo no ha podido ver.


El pintor paisajista, Ferdinand Konrad Bellermann (1814-1889), se formó entre otras instituciones en la Berliner Akademie, con los profesores Karl Blechen y Wilhelm Schirmer. Visitó Italia, Bélgica, Holanda y Noruega. Gracias al apoyo de Alexander von Humboldt obtuvo una beca del rey Federico Guillermo IV para viajar entre 1842 y 1845 por Venezuela. 

Durante este tiempo pintó más de 650 óleos y dibujos. Muchos de ellos fueron pedidos de von Humboldt, quien quería que documentase paisajes y ciertas plantas. Bellermann recibió a su regreso otros importantes encargos como la decoración del Neues Museum de Berlín y también fue nombrado en 1857 profesor de la Academia de Berlín. A pesar de ello, murió en 1889 casi en el olvido en Berlín. El impulso para recuperar su obra surgió en Venezuela. El redescubrimiento de Bellermann en la década de 1930 se debe a Eduardo Röhl, ingeniero y amante del arte. 
Ferdinand Bellermann: Paisaje de Venezuela, 1863. Óleo sobre tela, 150 x 188 cm. ©Bildarchiv Preußischer Kulturbesitz 

Cuando Bellermann llegó en 1842 a Venezuela y pintó sus primeros cuadros, el país se encontraba, como él mismo observó, inmerso en una "gran emoción nacional". Los restos mortales de Simón Bolívar acababan de ser transportados de Colombia a Caracas. Algunos cuadros reflejan la situación; en la serie "Obras de Caracas" (1844) se encuentra la obra "Arco del triunfo con motivo de la recuperación de las cenizas de Bolívar". Bellermann también pintó la hacienda perteneciente a la familia de Simón Bolívar en San Mateo, valle de Aragua. Arriba a la derecha, sobre una colina cubierta de cactus y acacias, la residencia familiar; abajo, las dependencias bajo cocoteros y árboles del género Cecropia. Gracias a los dibujos realistas de Bellermann, el botánico alemán Hermann Karsten (1817-1908) pudo clasificar todas las especies de plantas dibujadas. Alfredo Boulton, el renombrado crítico del arte e historiador cultural de Venezuela, caracteriza los dibujos de Bellermann como "exactitud científica obtenida con belleza" (1968). 

Ferdinand Bellermann: San Mateo en el valle de Aragua. ©Kupferstichkabinett der Staatlichen Museen zu Berlin 

En mayo de 1842, Bellermann se despidió personalmente de su promotor, Alexander von Humboldt, en el Jardín de Recreo de Potsdam. Humboldt le recomendó que visitase la cueva del Guácharo, que él mismo había explorado en 1799. En una carta a Max Jordan, director de la Galería Nacional de Berlín, Bellermann escribió el 20 de septiembre de 1880: "[la cueva] se considera la mayor maravilla natural de Venezuela y aún sigue proporcionando a los habitantes numerosos motivos para inventar los cuentos más fabulosos. [...] En la mayor parte de la cueva viven los ... pájaros guácharo (Steatornis caripensis), que hacen un ruido ensordecedor en el interior de la cueva y castañetean con los picos al salir volando como si se soltasen miles de castañuelas. [...] El 9 de agosto de 1843 llegué a la Cueva del Guácharo, viví 14 días en ella, hice los estudios para el cuadro de la Galería Nacional y también dibujé un plano horizontal de la cueva" (Staatliche Museen zu Berlin 1987:42-43). Los diferentes cuadros de la Cueva de los Guácharos se encuentan entre las obras más conocidas de Bellermann. Sin embargo, corrigió un poco la "imagen" de la cueva antes de eternizarla: hizo talar árboles y eliminar arbustos que obstruían la entrada de la cueva.

El apodo de "Pintor de la selva virgen", que ya acompañó en vida a Bellermann, fue acuñado en la Historia del arte de Franz Reber (1876). De hecho, el viaje a Venezuela marcó toda la vida posterior de Bellermann. Cuando murió en Berlín, 43 años después de su regreso de Sudamérica, había en su caballete un último cuadro sin acabar, un "paisaje crepuscular en el Orinoco".


ATRACADERO A ORILLAS DEL ORINOCO

http://portal.iai.spk-berlin.de/Bellermann.144+M52087573ab0.0.html

18 de junio de 2018

¿Dios por qué a mí?, Cuando conozca esta historia, no volveras a preguntar



Esta es una historia verídica que tuvo como protagonista Arthur Ashe, un gran tenista afroamericano nacido en 1943, en Virginia, Estados Unidos.

Ashe se convirtió en una leyenda del tenis profesional: en 1963 fue el primer jugador afroamericano en formar parte de un equipo estadounidense de Copa Davis; en 1968 ganó el Abierto de los Estados Unidos, su primer Grand Slam, y llevó al equipo de los Estados Unidos a consagrarse campeón de Copa Davis; en 1970 obtuvo su segundo Grand Slam, al ganar el Abierto de Australia; y en 1975 ganó el título en Wimbledon.



Además de estos y otros éxitos en el tenis, Arthur Ashe fue un gran luchador contra las políticas del apartheid en Sudáfrica, debido a que en 1969 le fue denegada una visa de parte del gobierno sudafricano por ser negro.

Pero su prueba más dura todavía estaba por venir.

En 1988 se le diagnosticó sida (VIH), que contrajo por unas transfusiones de sangre a raíz de una operación de corazón abierto que se le realizó unos años antes.

Como era una importante figura pública del deporte norteamericano, recibió enormes cantidades de cartas de todos los rincones de su país. En una de las misivas uno de sus fans le dijo:

- ¿Por qué Dios tuvo que seleccionarte a ti para tan fea enfermedad?

Arthur Ashe respondió así:

- En el mundo hay 50 millones de niños que comienzan a jugar al tenis, 5 millones aprenden a jugarlo, 500.000 alcanzas un nivel profesional, 50.000 entran al circuito profesional, 5.000 logran jugar en torneos importantes, 50 llegan a Wimbledon, 4 a las semifinales y 2 a la final. Cuando yo estaba levantando la copa nunca pregunté: ¿Dios, por qué a mí? Y hoy con mi enfermedad y mi dolor tampoco preguntaré ¿Dios, por qué a mí?

¿Por qué nos acordamos de Dios sólo en los malos momentos?
¿Por qué culpamos a Dios de nuestras desgracias?

¿Por qué cuando nos va bien, el mérito es nuestro y no de Dios?

¿Por qué cuando la muerte se acerca lo vemos como un castigo de Dios?

¿Por qué las cosas malas no deberían ocurrirnos a nosotros sino a los demás?

Solo con la fe y el acercamiento a Dios encontrarás las respuestas correctas.


Publicado por Felipe Sangiorgi

17 de junio de 2018

LOS OTROS CIELOS QUE DESCONOCE EL HOMBRE


Impresionante, nos creemos mejores que nadie y mucho antes de nosostros y de nuestra tecnología había culturas simplemente maravillosas, más ricas, espirituales y bondadosas, en comunidad con su entorno y mucho más felices.










VER TAMBIEN

13 de junio de 2018

PUINAVE; RENOVADORES DEL MUNDO Y SU DIOSA YOPINAI


Túpana, el Creador, descendió del mundo celeste, para sacar a los hombres de las entrañas de la tierra. Cuando vio que eran enanos, sopló a través de una hoja de tabaco y los hizo grandes. Entonces, les enseñó a sobrevivir. Ellos no le agradecieron y trataron de matarlo. Por eso, Túpana creó a la diosa Yopinai, que le dio a las mujeres el poder de esclavizar a los hombres.


Historia
Los puinave son una etnia minoritaria de origen colombiano. No se sabe muy bien cuándo ni por cuales rutas llegaron a Venezuela, desde la región del Inírida en Colombia, para establecerse en las inmediaciones de Guasuriapana y San Fernando de Atabapo.


No se ha determinado con claridad el origen de la lengua puinave. Algunos autores la consideran una lengua independiente, mientras que otros piensan que forma parte de un subgrupo de varios lenguajes, incluyendo el tucano y el macú.

En el pasado, sus aldeas eran provisionales, pues se desplazaban de continuo dentro del territorio tribal. Hoy en día, han adoptado la vivienda estable al estilo criollo, alterando la vida nomádica tradicional. Cada aldea y su territorio pertenecen colectivamente al grupo que la habita.


Ritual y tradición
Los puinave tienen una rica tradición de rituales religiosos. La ceremonia yurupary, por ejemplo, devuelve el equilibrio a todos los seres y reestablece las conecciones ancestrales. Es un rito de pasaje que marca el momento en que los jóvenes dejan el mundo de las mujeres y los niños, para tomar sus responsabilidades adultas.

Durante la ceremonia yurupary, los jóvenes se inician en la flauta sagrada, y son latigados para afirmar su fuerza de voluntad. Se preparan alimentos elaborados para el ritual, incluyendo yaraque, una bebida hecha de casabe y agua, y pai, hecho con casabe y ñame fermentado.



Sustento alimentario
La pesca y la caza son actividades comunitarias, y los excendentes son compartidos para satisfacer equitativamente las necesidades de alimentación del grupo. Sin embargo, la adopción de actividades económicas no tradicionales ha modificado estos principios de solidaridad y ayuda mutua entre los puinave. La pesca se realiza durante todo el año. En la estación seca cuando disminuye el nivel de agua, se utilizan anzuelos, arpones, arco y flechas. En el período lluvioso, se requiere mayor eficiencia, y usan ingeniosas trampas, nasas y cacures tejidos. El uso del barbasco y otras plantas que adormecen a los peces es una actividad festiva en la que también intervienen las mujeres y los niños.

La cacería ribereña se practica para atrapar lapas y picures. Para cazar, usan cerbatanas a las que acoplan una mira hecha con el colmillo de algún animal. Envenenan los dardos con curare. También cazan con escopetas, lo que les hace depender de las municiones compradas a los criollos.

Mediante un sistema de "avances", los puinave intercambian bienes a crédito con los criollos. Estos artículos, ya considerados necesarios, incluyen motores para botes, gasolina, radios, máquinas para coser, y comida enlatada. Los criollos ganan doble: obtienen mano de obra barata, y se lucran de la venta de los bienes indígenas como fibras, goma, pendare, pieles y plumas. Este sistema ha colapsado la economía tradicional indígena.

AQUI TE MOSTRAMOS EL "MAPA DE LAS POBLACIONES DE LA GUAYANA INDIGENA DE VENEZUELA"


3 de junio de 2018

Olvidando tu propia cara; El extraño caso que se asemeja a un "Virus Informatico"



¿Cómo es mirar a sus hijos o esposo y no reconocerlos? Una mujer está luchando para superar los efectos perturbadores de un virus que golpeó por completo sin previo aviso.

Por Huw Jones 
BBC News

Cuando Claire mira a los ojos de sus hijos, es un momento de profunda confusión.

La madre de cuatro hijos de 45 años sufre de prosopagnosia, a veces conocida como ceguera facial. Ella no puede reconocer las caras de sus hijos, su marido o incluso a sí misma, después de que un virus atacó hace poco más de dos años, causando inflamación en su cerebro y dañando permanentemente el lóbulo temporal.

La pérdida de partes clave de la memoria de Claire ha resultado traumática y ha trastornado profundamente el tipo de relaciones que la mayoría de nosotros damos por sentadas. Todos los días es una batalla.

Podrían decirme cuál es su nombre y todavía no significa nada para mí

Claire

"Me resulta muy difícil simplemente vivir mi vida cotidiana. Subo a la aldea o a la escuela y me saludan, ¿cómo estás? No tengo ni idea de quiénes son o cómo los conozco, " Claire dice.

Pero dado el desencadenante correcto, a veces puede poner un nombre en una cara, dice la neuropsicóloga clínica Bonnie-Kate Dewar, que está ayudando a Claire con la condición.

"Claire puede ver a alguien en su aldea y no ser capaz de reconocerlos de su cara", explica la Sra. Dewar. "Pero cuando dicen 'oh, sí, pero yo soy así y yo vivo aquí', a veces eso realmente puede restablecer la conexión y ella es capaz de reconocer y conocer a esa persona".

Sin embargo, las indicaciones no siempre funcionan, lo que sugiere que, para algunas caras, el conocimiento de esa persona se ha perdido por completo o se encuentra en un profundo receso del cerebro.

"Lo que realmente necesito es toda su identidad, no solo su nombre", dice Claire. "Podrían decirme cuál es su nombre y todavía no significa nada para mí".

En casa con sus hijos y esposo


Aunque los científicos pueden describir la condición de Claire, son incapaces de curarla.

Un problema que se avecina es que los investigadores todavía discuten sobre cómo funciona la memoria incluso en el nivel más básico, como lo que sucede cuando creamos o recordamos un recuerdo.

Algunos creen que los recuerdos se almacenan dentro de nuestras células cerebrales, otros que están codificados en las conexiones entre ellos. Pero la forma en que se quedan nuestros recuerdos, y por qué se olvidan las cosas, son temas candentes.

Mucho de lo que pensamos como recuerdos perdidos todavía está en el cerebro en alguna parte. Puede que nos cueste recordar el nombre de la persona que conocimos en la fiesta de la oficina la semana pasada, pero es mucho más fácil seleccionar la respuesta correcta de una prueba de opción múltiple en el pub. En efecto, nos olvidamos, hasta que algo hace trizas nuestra memoria.

Pero el virus de Claire significa que áreas enteras de memoria han sido borradas o inaccesibles. Y su condición subraya cuán crucial es la memoria para nuestra vida cotidiana, dice la Sra. Dewar.

"Gran parte de nuestras relaciones dependen de nuestros recuerdos y nuestra historia con las personas", dice la Sra. Dewar, "y con Claire ha tenido un impacto particularmente difícil porque aquí es donde radica su dificultad".

Todo ese sentimiento, sentido de identidad, no solo de mi amigo, sino de mí mismo y de cómo encajamos, se ha perdido tan drásticamente

Claire
La identidad, dice Claire, significa más que solo un nombre.

"Significa una persona completa, cómo nos conocemos, cómo compartimos los tiempos, el conocimiento, la comprensión, el cuidado. Es muy significativo. Simplemente lo damos por sentado si nos dan un nombre que pensamos 'oh sí eres la persona 'y ni siquiera tienes que pensarlo, pero me lo he olvidado'.

Con la ayuda de la Sra. Dewar, Claire está trabajando en estrategias de memoria compensatoria; trabajando alrededor de las partes dañadas de su cerebro usando técnicas como el aprendizaje y la resolución de problemas.

¿Como funciona?
"Pat, una de las amigas de [Claire] entrega huevos y Pat tiene una barba roja brillante, por lo que puede usar su barba en una forma de resolución de problemas para decir bien que es él quien es", dice la Sra. Dewar. "También usa el contexto para identificar a los miembros de su familia. Cuando uno de sus hijos juega al fútbol, ​​mira el número que tiene en la espalda y puede seguirlo de esa manera".

2 de junio de 2018

Selva Del Tiempo - Evio Di Marzo (Adrenalina Caribe)



UNA HISTORIA MODERNA DEL CORAZON DE LA GUAYANA AMAZONICA;"YARIMA Y DAVID"



David Good no era un viajero nato ni tenía espíritu aventurero: el hábitat verde al que estaba acostumbrado era el de los parques y jardines de Pensilvania, el estado del este de Estados Unidos donde vivía, y su viaje al Amazonas venezolano era su primera excursión fuera del país desde su niñez.

William Kremer
Servicio Mundial de la BBC
Miércoles, 4 de septiembre de 2013

Este joven, de 25 años, había sido criado por padres de distintos países, algo bastante común en el barrio. Pero allí terminaba toda semejanza con sus vecinos y amigos: mientras que su padre era estadounidense, su madre provenía de una tribu de un rincón remoto de la selva amazónica.

Hacía dos décadas que David no la veía y, en 2011, sintió que tenía que ir a buscarla.

Por eso llevaba tres días navegando por el Orinoco en un bote a motor. Sintiéndose mal por el movimiento, por las picaduras constantes de los jejenes, por el aire húmedo y la sed constante. Tenía un nudo en el estómago y acumulaba noches sin dormir.




Jacinto, un indígena de la zona, se encargó de llevarlo río arriba, maniobrando la lancha por rápidos, cada vez más adentro de la selva.

Cuando escucharon gritos desde la orilla, le dijo: las voces no podía ser sino de los yanomamis, porque “ningún blanco vive tan río arriba”.

“Comenzaron a gritar ‘motor, motor’… todo un acontecimiento. No escuchan el ruido de motores muy seguido”, cuenta Good.

Los estaban esperando: desde más abajo se había corrido la voz de que un pequeño bote estaba en camino. Hombres, mujeres y niños habían llegado hasta la orilla desde la aldea cercana, Hasupuweteri.


La vida en el shapono

“Cada familia tenía su propia área en la vivienda circular, pero no había paredes ni privacidad de ningún tipo. Adultos roncaban. Bebés lloraban.

“Algunas personas hablaban … pero no en susurros.

“Alguien podía tener ganas de dar un discurso… No importaba que la mayoría de los hombres estuvieran dormidos. Si sentía ganas de hablar, iba a hablar”.

Del libro “Into the Heart: An Amazonian Love Story“, por Kenneth Good.

“Se aglomeraron a mi alrededor. Tenía tantas manos encima, tocándome las orejas, la nariz, acariciándome el pelo…”

Con 1,6 metros de altura, David estaba acostumbrado a ser siempre el más bajo de su grupo. Se puso nervioso cuando se vio rodeado de personas a las que les sacaba una cabeza: los yanomamis son uno de los grupos étnicos de menor estatura promedio en el mundo.

No era la primera vez que los habitantes de Hasupuweteri se veían cara a cara con un nabuh, como llaman al hombre blanco. Antes habían llegado antropólogos, médicos y misioneros.

Pero David era diferente. No venía a investigarlos, curarlos o convertirlos.

Los yanomamis viven en unas 200 a 250 aldeas en una zona de menos de 100.000 kilómetros cuadrados en la frontera entre Brasil y Venezuela.

Es la región donde el explorador británico Sir Walter Raleigh creyó que hallaría las riquezas incalculables de El Dorado, para lo cual realizó dos expediciones por el Orinoco, en 1595 y 1616.

Pero, a comienzos del siglo XX, el interés de los que llegaban a la zona giraba en torno a los yanomamis que vivían en mayor aislamiento, casi sin contacto con el mundo occidental: los visitantes eran científicos, periodistas, artistas.

En 1968, el antropólogo estadounidense Napoleón Chagnon publicó un texto que se convertiría en un best seller de la disciplina: “Yanomamo: el pueblo feroz”. En él, pintaba a estos aborígenes como una comunidad donde las disputas constantes y las violaciones grupales eran moneda corriente.

Kenneth Good, el padre de David, era discípulo de Chagnon. Como uno de sus alumnos de posgrado viajó por primera vez al Amazonas en 1975 y se instaló en una pequeña choza a corta distancia de Hasupuweteri.


Keneth Good, padre de David, con los yanomamis en la década del 80.

El plan era quedarse 15 meses haciendo un trabajo de campo que consistía en medir el consumo proteico de los miembros de la aldea, unos datos con los que su tutor académico pensaba explicar las causas del estado de guerra constante en que vivían los distintos grupos de la etnia.

Good se ocupó de pesar meticulosamente cada armadillo o mono cazado por la tribu para comer, lo que causaba risa entre los locales. Hacia el final de su estadía, el científico se sentía cómodo hablando la lengua yanomami de la comunidad, a la vez que estaba cada vez más insatisfecho con la premisa de la investigación que debía completar.

“Medir los animales para calcular el consumo proteico era insuficiente. La recolección y consumo de comida deben ser estudiados en su contexto”, escribió el antropólogo.
Científico rebelde

Good comenzó así a cuestionar la imagen de los yanomamis construida por Chagnon en su libro.

Decidió acercarse a su cultura: se instaló en el shapono, la vivienda colectiva típica de la comunidad, observó tantos rituales como pudo, los acompañó en caminatas y excursiones de caza. Los habitantes de Hasupuweteri lo llamaban shori, cuñado o hermano de ley.

“Mi padre pensaba que los yanomamis no eran tan feroces como los habían pintado. Y creo que algo de razón tenía, porque terminó viviendo allí 12 años y es difícil imaginar que alguien pueda quedarse tanto tiempo viviendo entre guerreros agresivos”, señala David.

Un día, en 1978, el jefe de Hasupuweteri le hizo a Good una propuesta.

“Shori, me dijo, vienes aquí todo el tiempo, casi vives con nosotros… Estuve pensando que deberías tener una esposa. No es bueno que vivas solo”, escribió Kenneth Good en sus memorias, publicadas en 1991 con el título “Into the Heart: An Amazonian Love Story“.

Al principio se rehusó. Pero luego comenzó a pensar que tal vez debía considerar la oferta, que era ciertamente una manera de adaptarse a las costumbres del lugar donde vivía. Lo pensó como la señal más acabada de que se había integrado con Hasupuweteri.

El jefe tribal le dijo: “Toma a Yarima. Te va a gustar”.

Yarima era la hermana del jefe y ciertamente le parecía bonita. Pero era una niña de no más de 12 años. Good tenía 36.


Yarima, de joven
Sin consumar

No hubo ceremonia de boda. Tampoco consumación matrimonial: para los yanomamis el casamiento no era más que un compromiso que servía para reforzar lazos entre familias y prevenir conflictos.

Una unión polémica
El matrimonio de Kenneth Good con la joven Yarima dividió la opinión de los académicos.

En el documental “Secretos de la tribu”, el antiguo profesor de Good, Napoleón Chagnon, lo acusó de explotación e incluso de “pedofilia”.

Otros antropólogos fueron menos categóricos.

“Según los estándares de los yanomamis no se trató de un acto poco ético”, dijo Terence Turner, de la Universidad de Cornell, en una entrevista para ese mismo documental.

“Pero el hecho es que Ken Good no es un yanomami y (…) de acuerdo a sus normas sociales, se casó con una chica que no estaba en edad para tomar una decisión por sí misma”.

Yarima permaneció junto a su madre en el shapono, a veces le llevaba comida a Good y pasaban tiempo juntos.

Pero con cada visita el vínculo entre ambos fue volviéndose más real. Los vecinos empezaron a considerarlos una pareja.

Como los yanomamis no saben su edad y carecen de un sistema de numeración (en su lengua solo hay palabras para “uno”, “dos” y “muchos”), Good no supo cuántos años tenía Yarima cuando tuvieron sexo por primera vez. En sus memorias, escribió que sería “alrededor de 15”.

Ya había tenido su primera menstruación y, para la cultura yanomami, estaba en edad de establecerse con un marido y criar hijos.

A diferencia de lo que ocurre con médicos y psicólogos, no existe un código de conducta que regule si los antropólogos pueden tener relaciones sexuales con los sujetos a los que estudian (y el asunto genera un acalorado debate en el seno de esta disciplina).

En el caso de Kenneth Good, no se trataba solo de su investigación: el antropólogo y Yarima desarrollaron un vínculo sentimental. Ella lo llamaba afectuosamente “Frente Grande”; él le decía “Bushika” (“mi pequeña”).

“Siempre le digo a la gente: mi papá se casó con mi mamá, pero mi mamá se casó con mi papá también. Fue un mutuo acuerdo, no fue que él se la robó. Fue un matrimonio basado en el amor, el romance y la amistad”, dice el hijo mayor.
Miedo en la ciudad

Entre otras cosas, Kenneth Good no podía cazar como los yanomamis.

El padre de David se integró con la tribu amazónica, pero le fue imposible permanecer allí para siempre. No podía cazar, necesitaba comida que no podía conseguir por sí mismo, medicamentos y permisos de las autoridades para quedarse en la región.

Para continuar con su investigación, tenía que viajar temporariamente a hacer contactos académicos y conseguir financiamiento. Pero las becas eran difíciles y, lo que le resultaba más perturbador, cada vez que él partía Yarima quedaba expuesta a riesgos en una sociedad con fuerte dominancia masculina.

En uno de sus viajes río abajo, que le tomó meses, la mujer fue víctima de un secuestro, una violación grupal y un asalto en el que perdió una oreja.

Eso anticipó el contacto de Yarima con el “mundo moderno”: Kenneth Good la llevó a Puerto Ayacucho para que le curaran la herida de la oreja.

El trayecto en avión, aunque corto, le resultó aterrador. Pero lo que más le sorprendió fue el pueblo mismo: siempre se había imaginado que las aldeas nabuh eran iguales a la suya, solo que pobladas por blancos. No tenía idea de que la selva tenía un límite, ni de que se podía vivir fuera de ella.

“Cada pequeño detalle era una novedad. Cuando encendían las luces de un auto pensaba que eran los ojos de un animal… corría a esconderse detrás de un árbol”, relata David Good.

La otra sorpresa se la encontró en el cuarto del hotel donde se alojaron: un espejo. Yarima nunca había visto su propia imagen.

“Se asustó tremendamente. Se escondió detrás de la cama y mi papá tuvo que cubrir (el espejo) con mantas”, recuerda el hijo.

A algunas cosas se adaptó con rapidez: asimiló la idea de usar ropa como mera decoración y le encontró el gusto a ir de compras. Una vez superado el miedo inicial, le encantaba viajar en auto, moto y avión. Una tecnología como el ascensor, según recuerda su marido, era para ella una evidencia de la “magia de los blancos”.

Pero otras cuestiones resultaron difíciles.

En el Amazonas, conseguir el alimento lleva tiempo y esfuerzo. Así que la experiencia del supermercado, donde hay montones de comida lista a la espera de un comprador, o la del restaurante, con sus múltiples ofertas, le resultaban incomprensibles.
Viaje al cemento

El final de la etapa amazónica de la aborigen y el antropólogo llegó en 1986, ocho años después de su acuerdo matrimonial y cuatro desde la consumación del vínculo.

Kenneth no conseguía fondos para extender su estada y veía crecer el rojo en su cuenta bancaria. Así, el 17 de octubre de 1986 tomaron un avión rumbo a Nueva York.

Una semana más tarde, tras pasar por un juzgado en Delaware, estaban legalmente casados. Nueve días después nació David, el hijo mayor, en un hospital de Filadelfia.


La familia Good

Su hermana Vanessa nació, poco más de un año después, sobre una hoja de banano en Hasupuweteri, mientras la familia estaba de visitaba en la selva. A los tres años vino el tercer hijo, Daniel.

“Me acuerdo de estar con ella, teníamos nuestras pequeñas rutinas como la de hacer una parada en (la tienda) Dunkin’ Donuts para comprar café y rosquillas. Me acuerdo que jugábamos a la lucha libre y le encantaban las montañas rusas”, cuenta David.

“No la recuerdo triste o preocupada, para nada”, agrega.

Pero la vida en Nueva Jersey no le funcionó bien a Yarima. Le faltaba el contacto con otras personas, que en tierra yanomami se daba al atardecer en el shapono comunitario.

Sentía que vivía en una caja oscura. Nadie, a excepción de su marido Kenneth, hablaba su lengua. No tenía medios para comunicarse con los suyos en la selva. Y aunque en Hasupuweteri los hombres dejaban solas a sus mujeres cuando iban de caza, nadie se iba a trabajar todo el día, todos los días.

Yarima pasaba el día encerrada en casa o deambulando por centros comerciales. Su marido le había dado unos videos y audios grabados en la aldea, que ella escuchaba una y otra vez.

Kenneth escribió sus memorias, un libro que se vendió bien y fue traducido a nueve idiomas. Yarima y él se volvieron así pequeñas celebridades, tuvieron tres artículos en la revista People y reportajes en periódicos con títulos como “La ‘americanización’ de una mujer de la Edad de Piedra” o “Dos mundos, un amor”.

En 1992, participaron en un documental de National Geographic que los siguió en su primera visita en casi cuatro años al Amazonas: en él se muestran momentos felices de Yarima, como el rencuentro con su hermana, pero se refleja también su desaliento.

“Me dicen que me he convertido en nabuh“, se le escucha decir durante el programa.

“Vivo en un lugar donde no recojo madera y nadie sale a cazar. Las mujeres no me llaman para ir de pesca. A veces me aburro en la casa y termino enojándome con mi esposo. Voy a las tiendas y miro ropa y cosas para comprar. La gente está sola y separada, debe ser que no quieren a sus madres”, acota la yanomami ante cámara.



Yarima le encontró el gusto a comprar ropa en EE.UU. Sin regreso

Unos meses después de aquella grabación, durante la siguiente visita a Hasupuweteri, Yarima tomó la decisión de retornar a su tierra.

“Mi hermana, mi padre y yo estábamos en Estados Unidos y mi madre y mi hermano en el Amazonas. Recuerdo a mi padre decir ‘voy a buscarlos y regresamos todos'”, relata David.

Kenneth trajo a Daniel, pero Yarima nunca volvió a Nueva Jersey. El hijo mayor revela que los días de espera se convirtieron en meses, hasta que lentamente entendió que no volvería a ver a su madre.


La hermana de David nació en el Amazonas.

Yarima le pidió a su marido que enviara a Vanessa para que creciera en Hasupuweteri, pero él se opuso. Con los tres niños se mudó luego a Pensilvania.

“Me acuerdo de ir a esas reuniones anuales de antropología y escuchar a la gente diciendo con sorpresa ‘ah, mira, esos son los hijos de Yarima’. Éramos una suerte de experimento”, dice David.

Una vez, uno de los antropólogos le preguntó qué quería para Navidad y él pidió una consola Nintendo.

“Me dijo que cómo un Nintendo. ‘Eres un niño estadounidense cualquiera, yo pensé que serías diferente’. Eso me quedó grabado por el resto de mi vida y ayudó a alimentar el odio por mis orígenes. No quería saber nada de eso”, revela el joven Good.

Trató de convertirse en un estadounidense como los demás: jugó al béisbol, consiguió empleo repartiendo periódicos mientras estaba en la escuela, sacó buenas notas en la secundaria y se ganó una mención de honor.

Pero no pasó un día sin recordar con odio a la madre que los había abandonado. Decidió, y se lo dijo a su padre, que si alguien preguntaba por sus rasgos físicos diría que era de origen hispano, nunca yanomami.
En busca del propio origen


David, de niño

Fue a los 21 años que, por primera vez, decidió ver el documental de National Geographic sobre su familia, en el que había participado 16 años antes. Cuando apareció su madre en la pantalla y la escuchó hablar, se quebró en llanto. Poco después leyó las memorias de su padre y se metió a explorar de lleno la cultura yanomami.

“Comencé a entender por qué se había ido, todo lo que había tenido que pasar… No creo que hubiera logrado sobrevivir. Ser una madre yanomami, educarme según las costumbres yanomami: era virtualmente imposible”, reconoce David hoy.

A los 22, sintió una necesidad urgente de reconectarse con ese costado de su historia.

Así fue que en 2009, después de algunas averiguaciones hechas por su padre, se puso en contacto con la antropóloga Hortensia Caballero, del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.

La académica conocía a Yarima. Incluso conocía a David, lo había visto de bebé en su primer viaje al Orinoco.

“Me contó que estaba muy interesado en saber más sobre su madre. Es un chico sensible y de gran corazón”, recuerda Caballero. Changon pintó a los yanomamis como una tribu violenta y en constante conflicto, pero Kenneth Good no estaba de acuerdo. Pero la antropóloga tuvo que esperar hasta 2011 para ayudar a Good. Mientras trabajaba en la demarcación de tierras en Mavaca, cerca de la zona yanomami, se desvió por los rápidos de Guajaribo y encontró a Yarima en Irokaiteri, una aldea nueva establecida por un grupo que se había separado de Hasupuweteri.

Caballero quería estar segura de que la comunidad estaba lista para recibir a David.

“La gente se congregó en el shapono que estaban construyendo. Todos hablaron, especialmente los líderes, y luego le pregunté a Yarima. Ella me dijo ‘sí, de verdad querría a David aquí'”, señala la antropóloga.

Le escribieron una carta de invitación, para que pudiera solicitar autorización para visitar esa zona protegida, a la que David adjuntó fotos y recortes de las entrevistas que habían dado sus padres en los años 90.

También llevó su pasaporte venezolano, muy útil porque los extranjeros ya no consiguen permisos para las áreas restringidas de la selva. Aunque tenía una foto de cuando tenía 18 meses, los oficiales del puesto de control militar en el límite del Amazonas lo dejaron pasar.

David cree que su padre, que para entonces tenía casi 70 años, estaba preocupado por ese viaje y frustrado por no poder ayudarlo más. Pero sí le ayudó a financiarlo, así como a elegir regalos para llevar a la comunidad de la madre. Sus hermanos no quisieron acompañarlo.


David era el centro de atención en la aldea y, con frecuencia, objeto de burlas.

A los ojos

Apenas bajó del bote en la orilla del Orinoco, los yanomamis se agolparon en torno a David. Todos lo conocían: los ancianos de la comunidad recordaban a su padre y los más jóvenes habían crecido escuchando historias sobre los hijos de Yamira que vivían en tierrasnabuh.

En Hasupuweteri le dijeron que ella estaba en Irokaiteri, diez minutos río arriba, y lo llevaron al shapono para presentarle a un joven, Mukashe, su medio hermano.

Después de 19 años sin ver a su madre, tuvo que esperar unas cuantas horas más. Fue Mukashe quien se adentró en la selva a buscarla y ella corrió todo el camino de regreso hasta el shapono.

Con unos 40 años, vigorosa y fuerte, Yarima se paró a recuperar el aliento. David la reconoció apenas la vio.

“Me paré y caminé hacia ella. Y de repente pensé ‘¿cómo la saludo?’ Quería abrazarla, pero no es la manera en que se saludan los yanomamis”, relata el joven.

Y continúa: “Fue un encuentro incómodo. Puse mi mano en su hombro, ella comenzó a temblar y llorar. Entonces la miré a los ojos y me largué a llorar yo también”.

“Me acuerdo del silencio de ese momento. Fue un momento intenso, bello… Todas las mujeres de la aldea tenían los ojos llenos de lágrimas”, recuerda Caballero, que acompañó a David en la excursión.

David comenzó a hablarle en inglés suavemente, frases como “finalmente estoy aquí”, “lo logré, estoy de vuelta” o “cuánto, cuánto tiempo”.


David Good juanto a Yarima, su madre

Tuvo un súbito torbellino de recuerdos de su niñez, que Caballero iba traduciendo del inglés al español para que luego Jacinto, el indígena que lo había llevado en barco, los tradujera al yanomami.

Él nunca le preguntó a su madre por qué se había ido. Ella solo quiso saber si todos estaban vivos y bien, pero no hizo más referencias al pasado.

“Ahí me di cuenta: no me importaba lo que hubiera pasado, no me importaba la controversia antropológica ni lo que dijeran los críticos. No me importaba saber las razones que tuvo mi madre para irse. Yo solo quería tener un futuro con ella y su gente”, afirma Good.

Dos matrimonios y muchas burlas


Yarima, ayer en Nueva York y hoy en la selva.

Más tarde descubrió que tenía un nombre yanomami, revelado en una visión a su tío:Anyopo-weh, que podría traducirse como “un camino para esquivar un obstáculo”. También trataron de hacerlo adoptar una posición política: si alguien le preguntaba de dónde era, le dijeron, tenía que responder que de Irokaiteri, nunca de Hasupuweteri, la villa de la que se habían escindido.

“Rápidamente establecieron mi lugar en la aldea. No fue como con mi padre, a quien le llevó años ganarse la confianza y ser aceptado”, indica David.

En realidad, tenían un plan para él: su madre le presentó a dos adolescentes hermosas, “tu esposa y tu esposa”.

“Tendrás niños con ellas”, recuerda que le dijo Yarima.

David escuchó con cortesía, pensando que la palabra “esposa” estaba siendo usada en sentido laxo, casi como un sinónimo de pariente. Los yanomamis, después de todo, también pueden llamar madre a una tía por parte de madre, o padre a un tío del lado paterno.

Pero Yamima comenzó a presionarlo para que consumara los matrimonios con las jóvenes. Una vez, mientras se bañaba en el río, ellas mismas lo acorralaron diciendo ‘vamos ya, tenemos que hacer esto’. Dice que le pidió al traductor que les explicara que tenía una mujer esperándolo en Estados Unidos: una mentira, que de todos modos no hizo ninguna diferencia.

El propósito de su viaje al Amazonas no solo era conocer a su madre, sino entender por lo que había pasado su padre tres décadas antes. Como él, David se encontró muchas veces convertido en blanco de bromas.


“Los yanomamis tienen un sentido del humor particular. Siempre se burlan de todo y les encanta tomarle el pelo a los nabuh“, revela la antropóloga Caballero.

Como no tienen demasiada conciencia de las diferencias que existen entre su mundo y el de más allá de la selva, adjudican las dificultades para expresarse en lengua nativa a una única cuestión: estupidez. De David no pensaron otra cosa.

Unos meses después de su arribo, el estadounidense tuvo un esperado ritual: abrió una caja con galletas y mermelada que había llevado consigo como ración de emergencia, en caso de que lo enfermara la dieta de gusanos y termitas.

Le tocó compartir todo el contenido, porque así lo indica la cultura yanomami.

“Tuvieron una suerte de festival de la mermelada. Todos estaban tan contentos con esa comida exótica”, recuerda.

También regaló sus pantalones y sus zapatillas, codiciados por los locales, y para cuando visitó una misión río abajo su apariencia estaba muy cambiada.

“Estaba tan sucio y harapiento que la misionera me ofreció a mí ropas limpias de las donaciones destinadas a los yanomamis”, relata Good.
Cara a cara

En otro viaje a la misión, esta vez acompañado de Yarima, logró conectarse con su padre vía Skype.

“Mi padre le dijo a mi mamá que todavía lucía joven y bella. Ella le dijo que se veía viejo”, cuenta el hijo.

Yarima estaba perturbada por la calvicie de Kenneth, ya que los yanomami no sufren de alopecia. Para poder seguir charlando, él corrió a ponerse una gorra de béisbol.

David vio cómo su padre la hacía reír.


David prometió a su madre que volvería a visitarla pronto.

“Se los veían tan naturales. Quedó claro que mi mamá no quería hablar del pasado, le contaba que yo tenía ahora dos esposas. Le dijo que no me dejaría partir… Le pidió que me dijera que no escapara abandonando a mis mujeres”, detalla David.

Pasó tres meses en el Amazonas. Pero iba y venía de la aldea de su madre y Yarima no entendía por qué estaba siempre viajando. David nunca intentó explicarle que estaba en proceso de crear una fundación sin fines de lucro y que estaba haciendo investigación en la zona.

Sabía que la despedida sería dura.

“Desatar el nudo de la hamaca es, a los ojos de los yanomamis, el gesto último de que uno va a partir. En ese momento lloramos todos”, dice Good.

Yarima estaba devastada. Realmente se había convencido de que David iba a quedarse en la aldea.

“Le dije que volvería. Desafortunadamente ya han pasado dos años, más de lo que hubiera querido”, reconoce el estadounidense.


Su organización, llamada The Good Project, busca ayudar a comunidades indígenas a insertarse en la economía de mercado, un proceso que considera inevitable.

“Hoy los yanomamis se están volviendo venezolanos. Pero porque usen ropas y hablen español no dejan de ser yanomamis”, opina Good.

Sobre su propia identidad, no tiene certezas: “Los yanomamis me ven como un nabuh, los nabuh como un yanomami”.

Lo que sí sabe es que hoy es una persona completamente distinta a la de hace cinco años.

“Ahora estoy orgulloso de mis ancestros. Estoy orgulloso de ser yanomami-estadounidense”, expresa el joven.

Y agrega: “Amo a mi madre… No soy un antropólogo, no soy un político, no soy un misionero. Soy hermano y soy hijo”.

David Good habló con el programa “Outlook”, del Servicio Mundial de la BBC.

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