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1 de mayo de 2023

GUAYANA LA VIRGEN

ASI ERAN NUESTRA GUAYANA VIRGEN

EL SACRIFICIO DE CAMILO QUE SALVO EL ALGEBRA EN LATINOAMERICA


Ningún régimen ni poder que disgrega a las familias y las aleja de su país puede ser bueno para nadie... quizás podemos abrir caminos nuevos de éxitos pero la tristeza del alma no tiene precio... el que es exitoso por esfuerzo propio será exitoso en cualquier lugar del planeta, el que sólo espera a que le den para tener no triunfara jamás en ningún área por que sencillamente no se respeta a si mismo... viva la vida y que maravilloso es disfrutar cada cosa que conseguimos por ¡esfuerzo personal!


En 1959, el régimen de Fidel Castro buscó arrestar a nuestro personaje del Post, el célebre autor del libro de Algebra de Baldor, aunque Camilo Cienfuegos, tercero al mando tras Fidel y el Che Guevara impidió su arresto debido a que era su admirador. Después de la muerte de Cienfuegos, Aurelio vendió los derechos de sus libros a la editorial mexicana Publicaciones Culturales. El dinero lo utilizó para huir de la isla. Los libros, con los cuales el autor curiosamente no se hizo rico, fueron publicados en la capital cubana en 1941 como material del prestigioso Colegio Academia Baldor, practicamente abandonado hoy en día. 

Sin embargo como la voluntad de Dios nadie la contradice, la intervención de Camilo Cienfuegos salvo a Baldor no solo de la muerte moral si no física y que nunca pensó que sus textos desde la primera impresión que se produjo el 19 de junio de 1941, se convirtiera en el libro más consultado en escuelas y colegios de Latinoamérica. El Álgebra de Baldor tiene 5.790 ejercicios en total, que equivalen a 19 ejercicios en cada prueba en promedio.



Conozca mas de la Historia de Baldor.


Aurelio Baldor, el autor del libro que más terror despierta en los estudiantes de bachillerato de toda Latinoamérica, no nació en Bagdad. Nació en La Habana, Cuba, y su problema más difícil no fue una operación matemática, sino la revolución de Fidel Castro. Esa fue la única ecuación inconclusa del creador del Álgebra de Baldor, un apacible abogado y matemático que se encerraba durante largas jornadas en su habitación, armado sólo de lápiz y papel para escribir un texto que desde 1941 aterroriza y apasiona a millones de estudiantes de toda Latinoamérica. 

El Álgebra de Baldor, aun más que El Quijote de la Mancha, es el libro más consultado en los colegios y escuelas desde Tijuana hasta la Patagonia. Tenebroso para algunos,misterioso para otros y definitivamente indescifrable para los adolescentes que intentan resolver sus "misceláneas" a altas horas de la madrugada, es un texto que permanece en la cabeza de tres generaciones que ignoran que su autor, Aurelio Ángel Baldor, no es el terrible hombre árabe que observa con desdén calculado a sus alumnos amedrentados, sino el hijo menor de Gertrudis y Daniel, nacido el 22 de octubre de 1906 en La Habana, y portador de un apellido que significa "valle de oro" y que viajó desde Bélgica hasta Cuba. 

Daniel Baldor Reside en Miami y es el tercero de los siete hijos del célebre matemático.Inversionista, consultor y hombre de finanzas, Daniel vivió junto a sus padres, sus seis hermanos y la abnegada nana negra que los acompañó durante más de cincuenta años, el drama que se ensañó con la familia en los días de la revolución de Fidel Castro. 

Aurelio Baldor era el educador más importante de la isla cubana durante los años cuarenta y cincuenta. Era fundador y director del Colegio Baldor, una institución que tenía 3.500 alumnos y 32 buses en la calle 23 y 4, en la exclusiva zona residencial del Vedado. Un hombre tranquilo y enorme, enamorado de la enseñanza y de mi madre, quien hoy lo sobrevive, y que pasaba el día ideando acertijos matemáticos y juegos con "números", recuerda Daniel, y evoca a su Padre caminando con sus 100 kilos de peso y su proverbial altura de un metro con noventa y cinco centímetros por los corredores del colegio, siempre con un cigarrillo en la boca, recitando frases de Martí y con su álgebra bajo el brazo, que para entonces, en lugar del retrato del sabio árabe intimidante, lucía una sobria carátula roja. 

Los Baldor vivían en las playas de Tarará en una casa grande y lujosa donde las puestas de sol se despedían con un color distinto cada tarde y donde el profesor dedicaba sus tardes a leer, a crear nuevos ejercicios matemáticos y a fumar, la única pasión que lo distraía por instantes de los números y las ecuaciones. La casa aún existe y la administra el Estado cubano. Hoy hace parte de una villa turística para extranjeros que pagan cerca de dos mil dólares para pasar una semana de verano en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con el "Che" Guevara, quien vivía a pocas casas de la suya, en el mismo barrio. 

"Mi padre era un hombre devoto de Dios, de la patria y de su familia", afirma Daniel. "Cada día rezábamos el rosario y todos los domingos, sin falta, íbamos a misa de seis, una costumbre que no se perdió ni siquiera después del exilio". Eran los días de riqueza y filantropía, días en que los Baldor ocupaban una posición privilegiada en la escalera social de la isla y que se esmeraban en distribuir justicia social por medio de becas en el colegio y ayuda económica para los enfermos de cáncer. 

El 2 de enero de 1959 los hombres de barba que luchaban contra Fulgencio Batista se tomaron La Habana. No pasaron muchas semanas antes de que Fidel Castro fuera personalmente al Colegio Baldor y le ofreciera la revolución al director del colegio. "Fidel fue a decirle a mi padre que la revolución estaba con la educación y que le agradecía su valiosa labor de maestro..., pero ya estaba planeando otra cosa", recuerda Daniel. Los planes tendría que ejecutarlos Raúl Castro, hermano del líder del nuevo gobierno, y una calurosa tarde de septiembre envió a un piquete de revolucionarios hasta la casa del profesor con la orden de detenerlo. Sólo una contraorden de Camilo Cienfuegos, quien defendía con devoción de alumno el trabajo de Aurelio Baldor, lo salvó de ir a prisión.


Pero apenas un mes después la familia Baldor se quedó sin protección, pues Cienfuegos, en un vuelo entre Camagüey y La Habana, desapareció en medio de un mar furioso que se lo tragó para siempre. "Nos vamos de vacaciones para México, nos dijo mi papá. Nos reunió a todos, y como si se tratara de una clase de geometría nos explicó con precisión milimétrica cómo teníamos que prepararnos. Era el 19 de julio de 1960 y él estaba más sombrío que de costumbre. Mi padre era un hombre que no dejaba traslucir sus emociones, muy analítico, de una fachada estricta, durísima, pero ese día algo misterioso en su mirada nos decía que las cosas no andaban bien y que el viaje no era de recreo", dice el hijo de Baldor.

Un vuelo de Mexicana de Aviación los dejó en la capital azteca. La respiración de Aurelio Baldor estaba agitada, intranquila, como si el aire mexicano le advirtiera que jamás regresaría a su isla y que moriría lejos, en el exilio. El profesor, además del dolor del destierro, cargaba con otro temor. Era infalible en matemáticas y jamás se equivocaba en las cuentas, así que si calculaba bien, el dinero que llevaba le alcanzaría apenas para algunos meses. Partía acompañado de una pobreza monacal que ya sus libros no podrían resolver, pues doce años atrás había vendido los derechos de su álgebra y su aritmética a Publicaciones Culturales, una editorial mexicana, y había invertido el dinero en su escuela y su país. 

La lucha empezaba. Los Baldor, incluida la nana, se estacionaron con paciencia durante 14 días en México y después se trasladaron hasta Nueva Orleáns, en Estados Unidos, donde se encontraron con el fantasma vivo de la segregación racial. Aurelio, su mujer y sus hijos eran de color blanco y no tenían problemas, pero Magdalena, la nana, una soberbia mulata cubana, tenía que separarse de ellos si subían a un bus o llegaban a un lugar público. Aurelio Baldor, heredero de los ideales libertarios de José Martí, no soportó el trato y decidió llevarse a la familia hasta Nueva York, donde consiguió alojamiento en el segundo piso de la propiedad de un italiano en Brooklyn, un vecindario formado por inmigrantes puertorriqueños, italianos, judíos y por toda la melancolía de la pobreza. El profesor, hombre friolento por naturaleza, sufrió aun más por la falta de agua caliente en su nueva vivienda, que por el desolador panorama que percibía desde la única ventana del segundo piso. 

La aristocrática familia que invitaba a cenar a ministros y grandes intelectuales de toda América a su hermosa casa de las playas de Tarará, estaba condenada a vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y la sordidez de Brooklyn, mientras que la junta revolucionaria declaraba la nacionalización del Colegio Baldor y la expropiación de la casa del director, que sirvió durante años como escuela revolucionaria para formar a los célebres "pioneros". La suerte del colegio fue distinta. Hoy se llama Colegio Español y en él estudian 500 estudiantes pertenecientes a la Unión Europea. Ningún niño nacido en Cuba puede pisar la escuela que Baldor había construido para sus compatriotas. 

Lejos de la patria Aurelio Baldor trató en vano de recuperar su vida. Fue a clases de inglés junto a sus hijos a la Universidad de Nueva York y al poco tiempo ya dictaba una cátedra en Saint Peters College, en Nueva Jersey. Se esforzó para terminar la educación de sus hijos y cada uno encontró la profesión con que soñaba: un profesor de literatura, dos ingenieros, un inversionista, dos administradores y una secretaria. Ninguno siguió el camino de las matemáticas, aunque todos continuaron aceptando los desafíos mentales y los juegos con que los retaba su padre todos los días. 

Con los años, Baldor se había forjado un importante prestigio intelectual en los Estados Unidos y había dejado atrás las dificultades de la pobreza. Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba. No lo fue en Nueva York como profesor, ni en Miami donde vivió su retiro acompañado de Moraima, su mujer, quien hoy tiene 89 años y recuerda a su marido como el hombre más valiente de todos cuantos nacieron en el planeta. Baldor jamás recuperó sus fantásticos cien kilos de peso y se encorvó poco a poco como una palmera monumental que no puede soportar el peso del cielo sobre sí. "El exilio le supo a jugo de piña verde. Mi padre se murió con la esperanza de volver", asegura su hijo Daniel. 

El autor del Algebra de Baldor se fumó su último cigarrillo el 2 de abril de 1978. A la mañana siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba por última vez y se durmió para siempre. Pero sus siete hijos, quince nietos y diez biznietos, siempre supieron y sabrán que a Aurelio Baldor lo mataron la nostalgia y el destierro.









30 de abril de 2023

EL ARBOL DE LA VIDA, SE ENCUENTRA EN GUAYANA


De aquel majestuoso árbol quedó solamente el tronco, el cual permaneció entre los antepasados del hombre, para presentarse ante nosotros como el cerro de nombre Autana.

El cerro Autana, es un tepuy que se encuentra situado en el estado venezolano de Amazonas en Venezuela, cerca de la frontera colombiana. Forma parte del Escudo de Guayana.

El Monumento Natural Cerro Autana fue declarado el 12 de diciembre de 1978. Abarca una superficie de 30 has. Este cerro es una torre gigantesca, que se eleva 1.300 metros abruptamente desde una selva verde.

Cuenta la leyenda Piaroa, que el cerro Autana representa el árbol de la vida, que dio origen a todas las frutas, que le dan sustento a los hombres y a los animales. Es por lo tanto, una montaña sagrada en la cual ningún indio Piaroa acepta adentrarse.

“Del Árbol de la vida, sólo el tronco permanece.
Ustedes, los criollos, lo llaman Cerro Autana.
Para nosotros, los piaroas, es el Kuaimayojo,
el tocón petrificado del Wahari-Kuawai,
a cuyo alrededor Mereya Anemei creó el universo:
los ríos y raudales, las montañas y la selva, los animales, la lluvia y el
espacio celeste.
Este es nuestro territorio de origen.
Esta es, para nosotros la tierra sagrada”.

La leyenda india dice que el mundo comienza cuando el Dios Wahari crea a los indios Piaroa. Para poblar y dar fertilidad a la tierra, Wahari corta el árbol de la vida, el Kuawai, para que éste derrame todos sus frutos sobre la tierra.

Otra versión

Y es que la leyenda de este pueblo del estado Amazonas, cuenta que al principio de los tiempos, la especie humana como la conocemos actualmente, se encontraba viviendo en los cuerpos de sus antepasados animales, antes de transformarse en los hombres y mujeres que actualmente podemos admirar. Asimismo, estos animales vivían guiados por un Chamán, el cual era respetado y obedecido por la comunidad.

En vista de la escasez de frutos en la selva, el Chamán ordenó a todas las criaturas que derribaran el árbol de la vida para que pudiesen comer sus frutos y tener abundancia de especies. Fue así como entre una ardilla de gran apetito, y otros animales tales como un tucán de pico muy pronunciado y un pájaro carpintero, se dieron a la tarea de cortar el tronco del Caliebirri- Naé, para devorar la gran variedad de frutas que en él se encontraban.



SUICIDIO O EXTERMINIO COLECTIVO; QUE OCULTARON, CONOZCA LA VERDAD.


SI FUE UN SUICIDIO COLECTIVO...POR QUE EL MAS DEL 80% DE LOS "SUICIDAS" TENIAN HERIDAS DE BALAS


Hace 30 años dieron la vuelta al mundo imágenes espantosas de al menos 923 mujeres, hombres y niños muertos en Jonestown, el asentamiento de la secta Templo del Pueblo, en Guyana. Madres con sus hijos en brazos, los hombres abrazados a sus esposas, todos muertos. Casi todos murieron atrozmente, tras haber bebido limonada envenenada con cianuro. A los bebés se les inyectó el líquido venenoso en la boca. Fue uno de los peores casos de suicidio colectivo y masacre en la historia conocida de la humanidad.



"Si no nos dejan vivir en paz, al menos queremos morir en paz", había proclamado con voz lánguida y dolorida el carismático fundador de la secta Templo del Pueblo, Jim Jones, al dirigirse a sus adeptos. "La muerte sólo es el tránsito a otro nivel", les prometió a su gente en un intento de disipar la duda y el miedo ante el fin cercano. Sin embargo, es dudoso que todas las víctimas escogieran voluntariamente la muerte aquel 18 de noviembre de 1978. Varios supervivientes relataron más tarde que alrededor del centro de reuniones del asentamiento agrícola en la selva de Guyana se habían apostado vigilantes armados. Numerosos miembros de la secta tenían heridas de bala.

Lo que al principio parecía ser un suicidio colectivo inducido por un delirio religioso resultó ser más bien, según los supervivientes, una masacre. "Simplemente nos mataron", dice, por ejemplo, Tim Carter, un ex miembro de la secta, en la película "Jonestown", de Stanley Nelson. Por lo menos no hay duda de que los aproximadamente 250 bebés niños y jóvenes muertos fueron asesinados. 

"Esto no es un suicidio, sino un acto revolucionario", juró Jones, que solía ocultar su cara tras unas gafas oscuras, ante sus seguidores. Éstos lo habían seguido desde Estados Unidos hasta la selva del país sudamericano, donde, según la incoherente doctrina de salvación de su líder, se convertiría en realidad el paraíso en la Tierra. Sin embargo, el sueño de una igualdad racial, justicia social y un trato lleno de amor entre la gente acabó en una catástrofe. 

El 17 de noviembre había viajado a Jonestown el congresista estadounidense Leo J. Ryan, acompañado de periodistas y algunos miembros disidentes de la secta. Ryan quería indagar si eran ciertas las noticias cada vez más frecuentes sobre abusos sexuales de miembros de la secta por parte de Jones, las condiciones de vida y laborales insoportables, la privación de libertad y la aplicación de torturas en la aldea modelo. 

En un principio, Jones había intentado impedir la visita, pero al fracasar en su propósito organizó una gran fiesta, e inicialmente el ambiente parecía ser de una gran armonía. "Aquí hay gente que cree que esto (la colonia) es lo mejor que jamás le haya pasado en la vida", afirmó Ryan durante la noche después de sus primeras conversaciones. Los miembros de la secta recibieron sus palabras con aplausos frenéticos.

Sin embargo, en la mañana siguiente, poco antes de que Ryan emprendiera el viaje de regreso, el ambiente cambió de golpe. Primero, algunos pocos y después cada vez más habitantes de Jonestown pidieron abandonar la colonia junto con el político estadounidense. Para Jones, quien desde la década de los 70 estaba cada vez más bajo los efectos de drogas, esto era claramente una traición imperdonable. "No pueden irse, ustedes son mi pueblo", les gritó casi con desesperación a los que querían marcharse. 


Jones, nacido en condiciones extremadamente pobres, cuya madre veía en él un "mesías" y que ya a la edad de 19 años ocupó su primer puesto como predicador, reaccionó de forma brutal. Hombres de su confianza abrieron ese día fuego contra Ryan y sus acompañantes cuando se disponían a abordar un avión. El político, quien previamente había sido atacado por un miembro de la secta armado con un cuchillo, y otras cinco personas fueron asesinados a balazos, algunos de ellos a quemarropa.

continuación, Jones, quien hacía tiempo que había creado una atmósfera de miedo y permanente amenaza externa, empezó a fomentar entre sus adeptos una sensación de fin de mundo. Ahora van a venir los paracaidistas, aseguró. "Ellos van a torturar a nuestros ancianos y a nuestros niños". Rápidamente, y de forma acelerada, Jones y sus acólitos se hundieron en el delirio colectivo. Una mujer que no quería morir le recordó que en el pasado había prometido mudarse a la Unión Soviética en vez de optar por el suicidio. "Sí, en un ratito voy a llamar allí", contestó el líder de la secta, cuyas palabras quedaron grabadas en cintas que más tarde fueron descubiertas entre los muertos. 

Al final, sin embargo, empujó a la gente hacia la muerte. "Apúrense mis niños, apúrense", exclamaba con una voz que temblaba por la emoción, mientras que se repartían las copas de veneno. Con la espuma en la boca los miembros de la secta se desplomaron en el lugar donde casualmente estaban parados o sentados. Uno de los supervivientes dijo más tarde con amargura: “Eso no fue una revolución, no fue un acto de autodeterminación, sino simplemente una pérdida sin ningún sentido”.

21 de marzo de 2023

MARINA MAROTTI, LA VIDENTE QUE PREDIJO EL TERREMOTO DE CARACAS (ENERO 1967)



 ¿Un terremoto destruirá a Caracas? portada de la revista que reseñaba la predicción de una vidente sobre un posible terremoto en la capital, fue en enero del 1967 y en julio del mismo año ocurrió el movimiento de 6.5 a 6.7 grados.






La celebración de los 400 años de Santiago de León de Caracas, se empañó cuando todavía en las Plazas se celebraba su cuatricentenario. La noche del 29 de julio se cumplirán cuarenta y ocho (48) años del terremoto, que ocasionó pérdidas humanas y materiales, tanto en Caracas como en las costas del Litoral. 

Aún en la mente de los venezolanos, del caraqueño, existen recuerdos de ese fatal día. Con este pequeño reportaje elevamos nuestras oraciones por aquellos que fallecieron trágicamente en ese lamentable sábado 29 de julio de 1967. 


" Durante dos días y sus noches, Caracas fue una ciudad con pánico. Desde que el terremoto de grado seis en la escalara de Riether, cuyo máximo es ocho, sacudió la capital y los balnearios de La Guaira, Macuto, Caraballeda, hasta la mañana del lunes, cuando la obligación de ir a trabajar hizo despertar de su pánico a los caraqueños, se advertía en todos los barrios, humildes y elegantes, una sensación de mudo asombro ante una catástrofe que una gran mayoría de hombres y mujeres jóvenes nunca creyeron que pudiese afectarles. Para ellos, los terremotos eran sucesos espantables, que sólo podían ocurrir en Chile, Japón, Turquía y hasta en Colombia. Pero en Caracas, no porque el último se produjo en 1900 y solo las personas de casi setenta años o más lo sabían, los demás nunca supieron lo que era sentir el piso tambalearse bajo los pies y escuchar los rugidos iracundos de la tierra dispuesta a arrasar con todo. Desde el sábado pasado a las ocho y cinco minutos de la noche, ya lo saben, y jamás lo olvidarán. 

No lo olvidarán los familiares de las doscientos y pico de victimas que figuraban hasta el lunes en las listas oficiales del Ministerio del Interior, ni los heridos leves y graves, que sumaban más de dos mil, ni los cientos de familias que perdieron los ahorros de toda sus vidas de trabajo cuando se enteraron que perdieron sus apartamentos en los edificios de propiedad horizontal que estaban pagando. 


En todas las casas se preparaba la cena o estaban a punto de comenzar las pequeñas reuniones sociales de fin de semana. Cinco minutos, después de las ocho, en las quintas se oyó un ruido ronco y amenazador, mientras el suelo y las paredes bailaban. En los edificios de apartamentos, no se escuchó el trueno subterráneo, pero la vibración fue tan fuerte que, cuando no derrumbó pisos y cielos rasos, destrozó cuadros, cristales y cerámicas o llevó de un extremo a otro de las habilitaciones, objetos tan pesados como neveras, tocadiscos y televisores. Los que iban en automóviles creyeron que les chocaban por todos lados y solo comprendieron que temblaba cuando vieron correr despavorida a la gente por las calles. Siguieron minutos de terror colectivo, en que reinó el caos de cornetas tocadas para desahogarse, carreras precipitadas para averiguar el estado de sus seres queridos y saturación de las comunicaciones telefónicas. Las noticias llegaron poco a poco, como rumores primero, penosamente confirmadas.


Fotografía inédita del terremoto de 1900



En la foto está la cúpula de la iglesia de Las Mercedes y Manuel Segundo Sánchez de su puño y letra comenta los daños sufridos por la iglesia en el terremoto que asoló a Caracas en 1900.

Con mucho respeto reproducimos un articulo de http://mariafsigillo.blogspot.com/2010/

17 de marzo de 2023

LA "DUDOSA" AUTOPSIA DEL LIBERTADOR DE AMERICA


En ninguna universidad europea, ni francesa en particular, existe constancia ni siquiera de su inscripción en algún curso de medicina. Tampoco existe evidencia oficial de su relación con las escuelas de Salud creadas por la revolución francesa para paliar la crisis hospitalaria de la época. 

Pasado el estupor y el dolor por la muerte de Bolívar, el doctor Próspero Reverend dispuso practicar la necesaria autopsia para investigar las causas de su deceso, y minuciosamente dejó para la historia una relación de esta actividad: "El 17 de diciembre de 1830, a la una de la tarde, en presencia de los señores generales beneméritos Mariano Montilla y José Laurencio Silva, habiéndole hecho la inspección del cadáver en una de las salas de la habitación de San Pedro, en donde falleció su excelencia el general Bolívar, ofreció los caracteres siguientes:



1. Habitual (estado) del cuerpo:
Cadáver a los dos tercios de marasmo (relajamiento de los músculos), descolorimiento universal, tumefacción en la región del sacro (parte del extremo inferior de la columna vertebral), músculos muy poco descoloridos, consistencia natural.

2. Cabeza:
Los vasos de la aracnoides (membrana media de las tres que envuelven el cerebro) en su mitad posterior ligeramente inyectados, las desigualdades y circunvoluciones del cerebro recubiertas por una materia pardusca, de consistencia y transparencia gelatinosa, un poco de serosidad semirroja bajo la duramáter (membrana exterior del cerebro y de la médula espinal): el resto del cerebro y del cerebelo no ofrecieron en su sustancia ningún signo patológico.

3. Pecho:
De los dos lados superior y posterior estaban adheridas las pleuras costales por producciones semimembranosas: endurecimiento de los dos tercios superiores de cada pulmón; el derecho, casi desorganizado, presentó un manantial abierto de color de las heces del vino, jaspeado de algunos tubérculos de diferentes tamaños, no muy blandos; el izquierdo, aunque menos desorganizado, ofreció la misma afección tuberculosa, y dividiendo con el escalpelo se descubrió una concreción calcárea irregularmente angulosa del tamaño de una pequeña avellana. (Este nódulo de calcificación lo conservó Reverend y lo donó a Venezuela en 1874). Abierto el resto de los pulmones con el instrumento, derramó un moco parduzco que por la presión se hizo espumoso. El corazón no ofreció nada de particular, aunque bañado en un líquido ligeramente verdoso, contenido en el pericardio (tejido membranoso que envuelve el corazón).

4. Abdomen:
El estómago, dilatado por un licor amarillento de que estaban fuertemente impregnadas sus paredes, no presentó, sin embargo, ninguna lesión ni flogosis (inflamación). Los intestinos delgados estaban ligeramente meteorizados. La vejiga enteramente vacía y pegada bajo el pubis, no ofreció ningún carácter patológico. El hígado, de un volumen considerable, estaba un poco escoriado en su superficie convexa. La vejiga de la hiel muy extendida. Las glándulas mesentéricas (referente a un pliegue del peritoneo) obstruidas. El bazo y los riñones en buen estado. Las vísceras del abdomen en general no sufrían lesiones graves.


Conclusión de Reverend:
Según este examen, es fácil reconocer que la enfermedad de que ha muerto su excelencia el Libertador era en su principio un catarro pulmonar, que, habiendo sido descuidado, pasó el estado crónico y consecutivamente degeneró en tisis tuberculosa. Fue, pues, esta afección morbífica (que lleva el germen de la enfermedad) la que condujo al sepulcro al general Bolívar, pues, no deben considerarse sino como causas secundarias las diferentes complicaciones que sobrevivieron en los últimos días de su enfermedad, tales como la aracnoides y la neurosis de la digestión, cuyo signo principal era un hipo casi continuo. ¿Y quien no sabe, por otra parte, que casi siempre se encuentra alguna irritación extraña al pecho en la tisis, con degeneración del parenquina (tejido celular esponjoso) pulmonar? Si se atiende a la rapidez de la enfermedad en su marcha y a los signos patológicos observados sobre el órgano de la respiración, naturalmente es de creerse que causas particulares influyeron en los progresos de esta afección. No hay duda que agentes físicos ocasionaron primitivamente el catarro del pulmón, tanto más cuanto que la constitución individual favorecía el desarrollo de esta enfermedad, que la falta de cuidado hizo más grave. Que el viaje por mar, que emprendió el Libertador con el fin de mejorar su salud, le condujo, al contrario, a un estado de consunción (enflaquecimiento) deplorable.

También contribuyó la ingratitud, Pero también debe confesarse que afecciones morales vivas y punzantes, como debían ser las que afligían continuamente el alma del general, contribuyeron poderosamente a imprimir en la enfermedad un carácter de rapidez en su desarrollo y de gravedad en las complicaciones, que hicieron infructuosos los socorros del arte. Debe observarse a favor de esta aserción que el Libertador, cuando el mal estaba en sus principios, se mostró muy indiferente a su estado y se denegó a admitir los cuidados de un médico. Su excelencia mismo lo ha confesado: era cabalmente en el tiempo en que sus enemigos le hartaban de disgustos y en que estaba más expuesto a los ultrajes de aquellos que sus beneficios habían hecho ingratos. Cuando su excelencia llegó a Santa Marta, bajo auspicios mucho más favorables, con la esperanza de un porvenir más dichoso para la patria, de quien veía brillantes defensores entre los que le rodeaban, la naturaleza conservadora retornó sus derechos; entonces pidió con ansia los socorros de la medicina. Pero ¡ah! ya no era tiempo. El sepulcro estaba abierto aguardando la ilustre víctima, y hubiera sido necesario hacer un milagro para impedirle descender a él".

Embalsamamiento del cadáver:
Y continúa el doctor Reverend: "Acabada la autopsia del cadáver, que fue trasladado sobre la marcha, de la quinta de San Pedro a la casa que primero habitó el general Bolívar en Santa Marta, fue menester proceder a su embalsamamiento. Por desgracia estaba enfermo el único boticario que había en la ciudad. Muy escasas fueron si no faltaron, las preparaciones que se usan en semejante caso, hallándome solo para practicar esa operación. Se me hizo muy laboriosa la tarea, máxime cuando se me había limitado un corto tiempo y que este trabajo se hacía de noche. Así es que no concluyó sino cuando era ya de día".

La camisa prestada:
"Yo iba a retirarme para descansar de tantas fatigas y desvelos, cuando el señor Manuel Ujueta, a la sazón jefe político, me hizo presente que nadie en la casa era capaz para vestir el cadáver, y a fuerza de empeños me comprometió a desempeñar esta última y triste función. Entre las diferentes piezas del vestido que trajeron se me presentó una camisa que yo iba a poner cuando advertí que estaba rota. No pude contener mi despecho, y tirando la camisa, exclamé: 'Bolívar, aun cadáver, no viste ropa rasgada. Si no hay otra, voy a mandar por una de las mías'. Entonces fue cuando me trajeron una camisa del general Laurencio Silva, que vivía en la misma casa".



El hombre más grande de América fue enterrado en silencio a las cinco en punto de la tarde del 20 de diciembre de 1830, hace exactamente 171 años, fue enterrado al pie del altar mayor, en la nave derecha de la Catedral de Santa Marta, República de Colombia, el Libertador Simón Bolívar. El protocolo reservado a su alta investidura no pudo cumplirse por lo modesto de la guarnición de Santa Marta, acompañan el féretro muy pocos oficiales, los fieles de siempre, y pocas personalidades civiles. El silencio acompañó el desfile hasta la Catedral, por las angostas calles flanqueadas de pueblo, ya que no había banda marcial, y los pocos músicos de la Banda del Batallón Pichincha lo esperaban en la Catedral para ofrendarle su devoción interpretando la obra compuesta por Francisco de Sieyes especialmente para la ocasión. El silencio del desfile apenas se rompía con el piafar de los caballos y el ruido que causaba el roce de las espadas. Las campanadas de la Iglesia advertían que se acercaba a su tumba, al sepulcro al cual bajó pidiéndonos unidad y paz, el general en jefe Simón Bolívar, Libertador y creador de seis nacionalidades libres.



¿Quién era Próspero Reverend? ¿Qué universidad lo doctoró? ¿Qué edad tenía para esa fecha?


La conografía oficial nos presenta a Reverend como un anciano de aspecto sabio, de poblada y larga barba blanca, vestido de levita y chistera. Pero la realidad es que Reverend era un joven de treinta y cuatro años cuando conoció al Libertador, había nacido en Failaise, una aldea de Calvados, en Normandía, el 14 de noviembre de 1796. A los dieciséis años, en 1814, se enroló como húsar en el ejército de Napoleón y participó en la batalla de Loira y tras su fracaso trabajó como tipógrafo. En 1820 llega a París, y allí se pierde su rastro. En ninguna universidad europea, ni francesa en particular, existe constancia ni siquiera de su inscripción en algún curso de medicina. Tampoco existe evidencia oficial de su relación con las escuelas de Salud creadas por la revolución francesa para paliar la crisis hospitalaria de la época. Su contacto con la medicina debió ocurrir durante su estadía en el ejército napoleónico, quizá como ayudante del médico de campaña, curando heridos, pero de esto tampoco existe evidencia. Lo cierto es que poseía conocimientos de medicina cuando llega a Santa Marta el 24 de julio de 1824. A los pocos meses solicitó el puesto de médico de la ciudad, cargo que se le otorgó con la exigencia de su previo ingreso a la Facultad de Medicina Nacional, lo que hizo en 1825, al presentar exámenes en la Universidad de Cartagena ante un jurado compuesto por los doctores Dionisio Araujo, Juan Manuel Vega e Ignacio Carreño. El general Mariano Montilla lo utilizó provisionalmente, en 1830, como cirujano mayor del Ejército en ocasión de la revuelta de Río Hacha, pero el despacho correspondiente se extravió, por lo que ni el Gobierno venezolano ni el colombiano, a pesar de sus muchas diligencias hechas en 1846, le reconoció este título.

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