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31 de enero de 2017

POPEYE EL MARINO, EN REALIDAD ERA UNA APOLOGIA PARA EL CONSUMO DE MARIHUANA..?


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Popeye aparece por primera vez como personaje protagonista en una tira cómica en 1929. Creado por Elzie Crisler Segar, posteriormente pasó por las manos de diferentes escritores y artistas, y formatos. Desde su creación, Popeye el Marino es uno de los personajes de comic más conocidos y queridos del mundo. El cómic original era mucho mas complejo que los cortos animados. Segar introdujo personajes maravillosos y extraños en el mundo de Popeye, y sus tiras cómicas estaban llenas de humor adulto. Popeye habla de una forma peculiar, siempre lleva una pipa en la boca, es tuerto y posee unos musculosos antebrazos. El consumo de espinacas aumenta su fuerza hasta límites sobrehumanos. Pero, ¿son, en realidad, las espinacas que le dan esa fuerza sobrehumana a Popeye una metáfora de otra hierba mágica? Las pruebas son circunstanciales pero están ahí, y si las reunimos todas, no ofrecen una imagen atractiva y convincente de que, por lo menos para muchos lectores, las espinacas que consumía Popeye, y que tanta fuerza le proporcionaban, son en realidad una metáfora de la marihuana.Popeye también cultivaba en interior (Felix Nine)


Según Dana Larsen, una activista canadiense a favor de la legalización del cannabis que escribió un artículo sobre el tema, durante los años 1920 y 1930, la palabra espinaca se utilizaba en la jerga de la calle para referirse a la marihuana. Por aquel entonces, en los clubs, donde se podía fumar hierba, se escuchaba el clásico tema ”The Spinach Song”, que utilizaba las espinacas como una metáfora obvia de la marihuana y que fue grabado por la popular banda de jazz Julia Lee and Her Boyfriends, junto con otros temas como “Sweet Marijuana”. Asimismo, tras analizar una tira de 1954 en la que Popeye cuenta a sus sobrinos la historia de su antepasado Hércules, y la escena en que este último aparece aspirando ajo blanco y comiendo espinacas para obtener más fuerza, Larsen considera que ambos alimentos se utilizan como una metáfora de la cocaína y la marihuana, respectivamente, sin olvidar que Hércules deja el ajo blanco para consumir sólo espinacas. En varias viñetas de los años 60, Popeye aspira las espinacas con su pipa varias veces. Aunque es más probable que la fuerza sobrehumana que le infieren las espinacas a Popeye esté relacionada con la hoja de coca, no hay que olvidar el detalle de que Popeye suele escupir a menudo. Desgraciadamente, el creador de Popeye murió en 1938 a causa de la leucemia, por lo que podemos suponer que estaba familiarizado con el uso de las drogas a causa de su enfermedad.

A todo esto hay que añadirle que la propaganda contra la marihuana de la época pregonaba entre los jóvenes, y a sus progenitores, los peligros del consumo de marihuana, y describía cómo proporcionaba una fuerza sobrenatural. Los reportajes de los medios de comunicación, de la tristemente famosa época Reefer Madness, proclamaban que los consumidores de cannabis adquirían una fuerza extraordinaria, y casi eran inmunes a las balas. Así pues, parece obvio que, en la época, se relacionara la inmensa fuerza de Popeye obtenida mediante el consumo de espinacas con la marihuana.

Además, como ”marino”, se podía esperar que Popeye conociese las hierbas exóticas procedentes de lugares lejanos. En realidad, los marineros tuvieron mucho que ver con la introducción de la marihuana en la cultura norteamericana, y en la de muchos otros lugares del mundo, al llevar la hierba consigo después de sus viajes, sin olvidarnos de que tradicionalmente el cáñamo se ha utilizado durante siglos para la elaborar las velas de los barcos, cuerdas, mapas, libros de bitácora, biblias, y por supuesto, como pintura y aceite para las lámparas.Popeye fumaba su planta favorita en una pipa de agua (Felix Nine)

Se han hecho muchas interpretaciones de esta tira cómica, que pueden alejarse mucho de lo que realmente sus autores pretendían reflejar, pero nos dan un idea perfecta del estatus icónico que Popeye ha conseguido en ciertas partes de la comunidad del cannabis. Por lo que me gustaría mencionar una última, de entre las muchas, referencias al cannabis, que aparece en los comics y dibujos animados de los años 60: Popeye tiene un perro que, en inglés, se llama “Birdseed” (semilla para pájaros). Seguramente los escritores que le dieron el nombre durante esta época, época hippie por excelencia, eran conscientes de que la semilla del cannabis era la más usada para alimentar a los pájaros antes de que fuese prohibida

Tres Formas de Recuperar Lo Perdido

FOTOGRAFIAS UNICAS, José Escolástico Andrade General de División





José Escolástico Andrade

General de División

Combatió a las órdenes de Simón Bolívar y tuvo acciones militares en Nueva Granada, Ecuador y Perú.

Su hijo Ignacio Andrade llegó a ser presidente de Venezuela en los años 1898-1899 y fue derrocado por Cipriano Castro.

José Escolástico Andrade falleció a los 94 años.

30 de enero de 2017

Pastor Rudy Gracia Enojado con Dios Parte 1

El Poder De La Adoración

Fotografias Unicas. El General Daniel Florencio O'Leary, uno de los edecanes del Libertador



El general Daniel Florencio O'Leary, uno de los edecanes del Libertador, tal como aparece en una de las ediciones de sus Memorias.

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"La Muerte no Existe", afirmo la Dra. Kubler-Ross luego de ser inducida a una muerte artificial. (Parte Final)



La muerte no existe
La doctora Kübler-Ross aseguró que después de investigar estos casos concluyó que la muerte no existía en realidad, pues ésta sería no más que el abandono del cuerpo físico, de la misma manera que la mariposa deja su capullo de seda. ”Ninguno de mis enfermos que vivió una experiencia del umbral de la muerte tuvo a continuación miedo a morir. Ni uno sólo de ellos, ni siquiera los niños. Tuvimos el caso de una niña de doce años que también estuvo clínicamente muerta. Independientemente del esplendor magnífico y de la luminosidad extraordinaria que fueron sido descritos por la mayoría de los sobrevivientes, lo que este caso tiene de particular es que su hermano estaba a su lado y la había abrazado con amor y ternura. Después de haber contado todo esto a su padre, ella le dijo: «Lo único que no comprendo de todo esto es que en realidad yo no tengo un hermano.» Su padre se puso a llorar y le contó que, en efecto, ella había tenido un hermano del que nadie le había hablado hasta ahora, que había muerto tres meses antes de su nacimiento”.

Resultado de imagen para La muerte no existe La doctora Kübler-RossLa doctora agregó que “en varios casos de colisiones frontales, donde algunos de los miembros de la familia morían en el acto y otros eran llevados a diferentes hospitales, me tocó ocuparme particularmente de los niños y sentarme a la cabecera de los que estaban en estado crítico. Yo sabía con certeza que estos moribundos no conocían ni cuántos ni quiénes de la familia ya habían muerto a consecuencia del accidente. En ese momento yo les preguntaba si estaban dispuestos y si eran capaces de compartir conmigo sus experiencias. Uno de esos niños moribundos me dijo una vez: «Todo va bien. Mi madre y Pedro me están esperando ya.» Yo ya sabía que su madre había muerto en el lugar del accidente, pero ignoraba que Pedro, su hermano, acababa de fallecer 10 minutos antes”.

La luz al final del túnel
La doctora Kübler-Ross explicó que después que abandonar el cuerpo físico y de reencontrarse con aquellos seres queridos que partieron y que uno amó, se pasa por una fase de transición totalmente marcada por factores culturales terrestres, donde aparece un pasaje, un túnel, un pórtico o la travesía de un puente. Allí, una luz brilla al final. “Y esa luz era más blanca, de una claridad absoluta, a medida que los pacientes se aproximaban a ella. Y ellos se sentían llenos del amor más grande, indescriptible e incondicional que uno se pudiera imaginar. No hay palabras para describirlo. 

Resultado de imagen para La muerte no existe La doctora Kübler-RossCuando alguien tiene una experiencia del umbral de la muerte, puede mirar esta luz sólo muy brevemente. De cualquier manera, cuando se ha visto la luz, ya no se quiere volver. Frente a esta luz, ellos se daban cuenta por primera vez de lo que hubieran podido ser. Vivían la comprensión sin juicio, un amor incondicional, indescriptible. Y en esta presencia, que muchos llaman Cristo o Dios, Amor o Luz, se daban cuenta de que toda vuestra vida aquí abajo no es más que una. Y allí se alcanzaba el conocimiento. Conocían exactamente cada pensamiento que tuvieron en cada momento de su vida, conocieron cada acto que hicieron y cada palabra que pronunciaron. En el momento en que contemplaron una vez más toda su vida, interpretaron todas las consecuencias que resultaron de cada uno de sus pensamientos, de sus palabras y de cada uno de sus actos. Muchos se dieron cuenta de que Dios era el amor incondicional. Después de esa «revisión» de sus vidas ya no lo culpaban a Él como responsable de sus destinos. Se dieron cuenta de que ellos mismos eran sus peores enemigos, y se reprocharon el haber dejado pasar tantas ocasiones para crecer. Sabían ahora que cuando su casa ardió, que cuando su hijo falleció, cuando su marido fue herido o cuando sufrieron un ataque de apoplejía, todos estos golpes de la suerte representaron posibilidades para enriquecerse, para crecer”.
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La especialista, en este punto, hizo una recomendación a todos aquellos que sufren el trance de tener cerca a algún ser querido a punto de morir. “Deben saber que si se acercan al lecho de su padre o madre moribundos, aunque estén ya en coma profundo, ellos oyen todo lo que les dicen, y en ningún caso es tarde para expresar «lo siento», «te amo» o alguna otra cosa que quieran decirles. Nunca es demasiado tarde para pronunciar estas palabras, aunque sea después de la muerte, ya que las personas fallecidas siguen oyendo. Incluso en ese mismo momento se pueden arreglar «asuntos pendientes», aunque éstos se remonten a diez o veinte años atrás. Se pueden liberar de su culpabilidad para poder volver a vivir ellos mismos”.

La “conciencia cósmica “ de la doctora Kübler-Ross
La doctora Elizabeth Kübler-Ross, intrigada por todos estos asombrosos relatos, decidió una vez comprobar por sí misma su veracidad. Y, luego de ser inducida a una muerte artificial en un laboratorio médico de Virginia, experimentó dos veces estar fuera de su cuerpo. “Cuando volví a la conciencia tenía la frase «Shanti Nilaya», que por cierto no sabía qué significaba, dándome vueltas en mi cabeza. La noche siguiente la pasé sola, en una pensión aislada en medio del bosque de Blue Ridge Mountains. Allí, luego de sufrir inexplicables dolores físicos, fue gratificada con una experiencia de renacimiento que no podría ser descrita con nuestro lenguaje. Al principio hubo una oscilación o pulsación muy rápida a nivel del vientre que se extendió por todo mi cuerpo. Esta vibración se extendió a todo lo que yo miraba: el techo, la pared, el suelo, los muebles, la cama, la ventana y hasta el cielo que veía a través de ella. Los árboles también fueron alcanzados por esta vibración y finalmente el planeta Tierra. Efectivamente, tenía la impresión de que la tierra entera vibraba en cada molécula. Después vi algo que se parecía al capullo de una flor de loto que se abría delante de mí para convertirse en una flor maravillosa y detrás apareció esa luz esplendorosa de la que hablaban siempre mis enfermos. Cuando me aproximé a la luz a través de la flor de loto abierta y vibrante, fui atraída por ella suavemente pero cada vez con más intensidad. Fui atraída por el amor inimaginable, incondicional, hasta fundirme completamente en él. En el instante en que me uní a esa fuente de luz cesaron todas las vibraciones. Me invadió una gran calma y caí en un sueño profundo parecido a un trance. Al despertarme caí en el éxtasis más extraordinario que un ser humano haya vivido sobre la tierra. Me encontraba en un estado de amor absoluto y admiraba todo lo que estaba a mi alrededor. Mientras bajaba por una colina estaba en comunión amorosa, con cada hoja, con cada nube, brizna de hierba y ser viviente. Sentía incluso las pulsaciones de cada piedrecilla del camino y pasaba «por encima» de ellas, en el propio sentido del término, interpelándolas con el pensamiento: «No puedo pisaros, no puedo haceros daño», y cuando llegué abajo de la colina me di cuenta de que ninguno de mis pasos había tocado el suelo y no dudé de la realidad de esta vivencia. Se trataba sencillamente de una percepción como resultado de la conciencia cósmica. Me fue permitido reconocer la vida en cada cosa de la naturaleza con este amor que ahora soy incapaz de formular. Me hicieron falta varios días para volver a encontrarme bien en mi existencia física, y dedicarme a las trivialidades de la vida cotidiana como fregar lavar la ropa o preparar la comida para mi familia. Posteriormente averigué que “Shanti Nilaya» significa el puerto de paz final que nos espera. Ese estar en casa al que volveremos un día después de atravesar nuestras angustias, dolores y sufrimientos, después de haber aprendido a desembarazarnos de todos los dolores y ser lo que el Creador ha querido que seamos: seres equilibrados que han comprendido que el amor verdadero no es posesivo”.

La Dra. Elizabeth Kübler-Ross, luego que en 1995 sufriera una serie de apoplejías que paralizaron el lado derecho de su cara, falleció en Scottdale, Arizona, el 24 de agosto del 2004. Se enfrentó a su propia muerte con la valentía que había afrontado la de los demás, y con el coraje que aprendió de sus pacientes más pequeños. Sólo pidió que la despidieran con alegría, lanzando globos al cielo para anunciar su llegada.

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En su lecho de muerte, por cierto, sus amigos y seres queridos le preguntaron si le temía a la muerte, a lo que ella replicó: «No, de ningún modo me atemoriza; diría que me produce alegría de antemano. No tenemos nada que temer de la muerte, pues la muerte no es el fin sino más bien un radiante comienzo. Nuestra vida en el cuerpo terrenal sólo representa una parte muy pequeña de nuestra existencia. Nuestra muerte no es el fin o la aniquilación total, sino que todavía nos esperan alegrías maravillosas”.

Elizabeth Kübler-Ross: La connotada científica que confirmó que sí existe el Más Allá (Parte I)

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Esta médico y psiquiatra suiza recabó centenares de testimonios de experiencias extracorporales, lo que la llevó a concluir que “la muerte no era un fin, sino un radiante comienzo”.


La doctora suiza Elizabeth Kübler-Ross se convirtió en el siglo XX en una de las mayores expertas mundiales en el tétrico campo de la muerte, al implementar modernos cuidados paliativos con personas moribundas para que éstas afrontaran el fin de su vida con serenidad y hasta con alegría (en su libro “On death and dying”, de 1969, que versa sobre la muerte y el acto de morir, describe las diferentes fases del enfermo según se aproxima su muerte, esto es, la negación, ira, negociación, depresión y aceptación). Sin embargo, esta médico, psiquiatra y escritora nacida en Zurich en 1926 también se transformó en una pionera en el campo de la investigación de las experiencias cercanas a la muerte, lo que le permitió concluir algo que espantó a muchos de sus colegas: sí existe vida después de la muerte.

La férrea formación científica de esta doctora, que se graduó en psiquiatría en Estados Unidos, recibiendo posteriormente 23 doctorados honoríficos, se pondría a prueba luego de que a lo largo de su prolongada práctica profesional los enfermos moribundos a los que trataba le relataran una serie de increíbles experiencias paranormales, lo que la motivó a indagar si existía el Más Allá o la vida después de la muerte. Así, se dedicó a estudiar miles de casos, a través del mundo entero, de personas de distinta edad (la más joven tenía dos años, y la mayor, 97 años), raza y religión, que habían sido declaradas clínicamente muertas y que fueron llamadas de nuevo a la vida.

“El primer caso que me asombró fue el de una paciente de apellido Schwartz, que estuvo clínicamente muerta mientras se encontraba internada en un hospital. Ella se vio deslizarse lenta y tranquilamente fuera de su cuerpo físico y pronto flotó a una cierta distancia por encima de su cama. Nos contaba, con humor, cómo desde allí miraba su cuerpo extendido, que le parecía pálido y feo. Se encontraba extrañada y sorprendida, pero no asustada ni espantada. Nos contó cómo vio llegar al equipo de reanimación y nos explicó con detalle quién llegó primero y quién último. No sólo escuchó claramente cada palabra de la conversación, sino que pudo leer igualmente los pensamientos de cada uno. Tenía ganas de interpelarlos para decirles que no se dieran prisa puesto que se encontraba bien, pero pronto comprendió que los demás no la oían. La señora Schwartz decidió entonces detener sus esfuerzos y perdió su conciencia. Fue declarada muerta cuarenta y cinco minutos después de empezar la reanimación, y dio signos de vida después, viviendo todavía un año y medio más. Su relato no fue el único. Mucha gente abandona su cuerpo en el transcurso de una reanimación o una intervención quirúrgica y observa, efectivamente, dicha intervención”.

La doctora Kübler-Ross añade que “otro caso bastante dramático fue el de un hombre que perdió a sus suegros, a su mujer y a sus ocho hijos, que murieron carbonizados luego que la furgoneta en la que viajaban chocara con un camión cargado con carburante. Cuando el hombre se enteró del accidente permaneció semanas en estado de shock, no se volvió a presentar al trabajo, no era capaz de hablar con nadie, intentó buscar refugio en el alcohol y las drogas, y terminó tirado en la cuneta, en el sentido literal de la palabra. Su último recuerdo que tenía de esa vida que llevó durante dos años fue que estaba acostado, borracho y drogado, sobre un camino bastante sucio que bordeaba un bosque. Sólo tenía un pensamiento: no vivir más y reunirse de nuevo con su familia. Entonces, cuando se encontraba tirado en ese camino, fue atropellado por un vehículo que no alcanzó a verlo. En ese preciso momento se encontró él mismo a algunos metros por encima del lugar del accidente, mirando su cuerpo gravemente herido que yacía en la carretera. Entonces apareció su familia ante él, radiante de luminosidad y de amor. Una feliz sonrisa sobre cada rostro. Se comunicaron con él sin hablar, sólo por transmisión del pensamiento, y le hicieron saber la alegría y la felicidad que el reencuentro les proporcionaba. El hombre no fue capaz de darnos a conocer el tiempo que duró esa comunicación, pero nos dijo que quedó tan violentamente turbado frente a la salud, la belleza, el resplandor que ofrecían sus seres queridos, lo mismo que la aceptación de su actual vida y su amor incondicional, que juró no tocarlos ni seguirlos, sino volver a su cuerpo terrestre para comunicar al mundo lo que acababa de vivir, y de ese modo reparar sus vanas tentativas de suicidio. Enseguida se volvió a encontrar en el lugar del accidente y observó a distancia cómo el chofer estiraba su cuerpo en el interior del vehículo. Llegó la ambulancia y vio cómo lo transportaban a la sala de urgencias de un hospital. Cuando despertó y se recuperó, se juró a sí mismo no morirse mientras no hubiese tenido ocasión de compartir la experiencia de una vida después de la muerte con la mayor cantidad de gente posible”.

La doctora Kübler-Ross añadió “que investigamos casos de pacientes que estuvieron clínicamente muertos durante algunos minutos y pudieron explicarnos con precisión cómo los sacaron el cuerpo del coche accidentado con dos o tres sopletes. O de personas que incluso nos detallaron el número de la matricula del coche que los atropelló y continuó su ruta sin detenerse. Una de mis enfermas que sufría esclerosis y que sólo podía desplazarse utilizando una silla de ruedas, lo primero que me dijo al volver de una experiencia en el umbral de la muerte fue: «Doctora Ross, ¡Yo podía bailar de nuevo!», o niñas que a consecuencia de una quimioterapia perdieron el pelo y me dijeron después de una experiencia semejante: «Tenía de nuevo mis rizos». Parecían que se volvían perfectos. Muchos de mis escépticos colegas me decían: «Se trata sólo de una proyección del deseo o de una fantasía provocada por la falta de oxígeno.» Les respondí que algunos pacientes que sufrían de ceguera total nos contaron con detalle no sólo el aspecto de la habitación en la que se encontraban en aquel momento, sino que también fueron capaces de decirnos quién entró primero en la habitación para reanimarlos, además de describirnos con precisión el aspecto y la ropa de todos los que estaban presentes”.

29 de enero de 2017

¿ERAN REALMENTE HIJOS DE SIMÓN BOLÍVAR?, CONOZCA LA VERDAD

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La muestra de ADN del Padre de la Patria, obtenida durante la exhumación de sus restos, nos permitirá comprobar si realmente era el padre de los hijos que se le atribuyen. Existe numerosa descendencia de sus presuntos hijos y ya la ciencia está en capacidad de ayudarnos a despejar dudas genéticas y genealógicas.


A nuestro Libertador se le atribuyó la paternidad de cinco hijos, dos hembras y tres varones; dos europeos y tres americanos; que fueron: 1) La Niña de Achaguas, 2) Doña Flora Tristán, 3) Simoncito Biffard 4) Don Miguel Camacho y 5) Don José Costas.

Sobre estos “presuntos hijos” -como dicen los periodistas- existe abundante documentación y noticias en la prensa del siglo XIX, XX y en libros; pero muy poco interés le han prestado los historiadores, con el socorrido argumento de que “los grandes hombre no han dejado descendencia”, lo cual es una verdad que tiene demasiadas pruebas en contrario. El viento parece haberse llevado las palabras del gran hombre cuando el 18 de mayo de 1828 dijera que su esposa “...murió muy temprano y no ha vuelto a casarse, pero que no se crea que es estéril o infecundo porque tiene prueba de lo contrario”.

Dentro de los estrechos límites de una crónica, ofrecemos información sobre estos cinco “presuntos” hijos del héroe, en espera de que algún día el ADN diga la última palabra.

1) La referencia a la primera niña, la trae en sus Memorias, publicadas en 1847, el pintor Carmelo Fernández Páez, sobrino del general Páez, quien desde muy niño anduvo con Bolívar y lo acompañó hasta el fin de su vida. Autor de la efigie del Libertador que está en nuestras monedas, y de las efigies de casi todos los próceres, a quienes conoció personalmente, don Carmelo dice que en la huida hacia el oriente, durante el año 1814, muchas de las familias de Caracas se radicaron en Cumaná; otras siguieron a Angostura (hoy Ciudad Bolívar), y cuatro de ellas llegaron hasta Achaguas; “...en una de estas familias tuvo una hija El Libertador”. Viniendo de un compañero fiel, que anduvo con él todo el tiempo hasta que murió, el dato es digno de crédito y de respeto. Algunos genealogistas creen que se trata de una niña de la familia Toro, de nombre Clorinda, cuya madre casó luego con el victoriano Manuel García de Sena. La niña CLORINDA GARCÍA DE SENA Y TORO, casó con Don Manuel Antonio Carreño, gran músico, autor de la “Urbanidad de Carreño” y es la madre de la gran pianista Teresa Carreño García de Sena, quien sería nieta del héroe (sus restos también reposan en el Panteón Nacional y será muy fácil obtener muestras de su ADN).

2) La segunda, doña FLORA TRISTÁN, cuyo retrato revela un gran parecido físico con el genio, era hija de doña Teresa Laisney de Tristán, esposa del coronel peruano don Mariano de Tristán, de la alta aristocracia del Perú. Bolívar la conoció en su segundo viaje a Europa que comenzó en 1803 y dura hasta su regreso en 1806, vía Estados Unidos. Lleva la tristeza de su prematura viudez y tiene apenas veinte años. Con Teresa hace un largo viaje hasta Bilbao, ella queda embarazada y al poco tiempo, en Paris, nace Flora. Vivió de 1804 a 1844; casó y tuvo dos hijos: un varón cuyo nombre desconocemos y una hembra llamada Aline, que es la madre del pintor Gauguin, quien sería bisnieto del Libertador.

Flora fue una destacada dirigente política, fundadora del Partido Socialista Francés, luchó por el proletariado, por los derechos de la mujer y por el establecimiento del divorcio. Fue muy infeliz en su matrimonio, publicó libros, entre ellos “Peregrinaciones de una Paria” en 1838; viajó a Arequipa en busca de su tío Pío Tristán. Publicó las cartas cruzadas entre su madre y Bolívar, y murió en 1844. Los obreros agradecidos le hicieron un monumento en el cementerio de Burdeos donde reposan sus restos.

3) Del tercero apenas conocemos, por habérselo oído decir a don Juan Uslar Pietri –hermano menor de don Arturo- que en 1805 nació en París un niño al cual apadrinó el futuro guerrero y le puso su propio nombre. La madre del niño había sido su amiga íntima. En una carta que le envía en 1823 Fanny Tobrian y Aristeguieta Du Villars, su prima, amante y confidente, al Libertador, le dice: “Vuestro ahijado Simoncito Briffard (espero que sea el solo que usted tenga en Europa) es digno de sus bondades y tiene el vivo deseo de ir a encontrarlo”. No sabemos nada más de SIMONCITO BRIFFARD. Es a esta Fanny a quien le escribe en 1830 la carta que dice: “Me tocó la misión del relámpago; rasgar un instante la tiniebla, fulgurar apenas sobre el abismo, y tornar a perderse en el vacío”.

4) El cuarto, don MIGUEL CAMACHO, nació en Pie de Cuesta, El Socorro, Santander del Norte, Colombia, pero vivió toda su vida en Quito donde murió el 10 de julio de 1898. Era más alto que Bolívar, pero tenía faz trigueña, frente alta y elevada, cabello ensortijado, bigotes bien poblados, nariz aguileña y barbilla perfilada, delgado pero bien musculado, ojos negros, de mirada penetrante y que en veces miraban al suelo y en veces, de lado.

Al día siguiente, el 11 de julio de 1898, el cortejo fúnebre era presidido por el General Eloy Alfaro, Presidente del Ecuador, por tratarse de un hijo de Simón Bolívar, pues como tal se le tuvo siempre. Poseía muchas cartas del Libertador y de “mi tía María Antonia, referentes a mi persona y particularmente a los gastos de mi manutención y crianza”. Su criado era un hombre como de setentinco años, llamado Lorenzo Camejo (hijo de Pedro Camejo el “Negro Primero”), quien lo acompañaba desde su estancia en Caracas, en tiempos de Guzmán Blanco, y llamaba la atención de los quiteños “por su color negro, su altura, y porque llevaba en la oreja un arete de oro”.

Don Miguel Camacho tuvo dos hijos llamados Margarita y Carlos. Margarita casó con don Manuel de J. Benalcázar, honorable comerciante de Quito y tuvo tres hijos llamados Miguel Ángel, Antonio y Manuel. Antes, don Miguel había tenido otro hijo llamado don Aquilino Camacho, profesor. Sus descendientes viven en el Ecuador.

5) Por último, el más conocido de todos es don JOSÉ COSTAS. Su origen remonta a los días de octubre de 1825, cuando el Padre de la Patria llegó a Potosí, para cumplir con su compromiso de clavar las banderas de la libertad, en el Cerro de la Plata. El 5 de octubre fue coronado por una linda mujer de veintiún años, de nombre María Joaquina Costas, esposa del general Hilarión de la Quintana, quien colocó sobre sus sienes una corona “de filigrana de oro, tachonada de diamantes”,obsequio de la Municipalidad de Potosí. María Joaquina tenía “piel fina, ojos color azul, boca pequeña nariz fina y un hoyuelo en la barbilla”.

En el momento de coronarlo le advirtió:“Cuídese general porque esta noche tratarán de asesinarlo”. Esta oportuna información permitió debelar la conspiración del general León Gandarias, y salvar la vida del héroe. Esa noche el suntuoso baile vio aparecer a “otro Bolívar”; por primera vez sus compañeros de armas lo contemplaron sin bigote y sin uniforme. Bailó toda la noche con María Joaquina; surgió una intensa relación y el caraqueño decidió prolongar en Potosí su estada hasta el próximo 28 de octubre, para celebrar allí “su cumpleaños”. María Joaquina quedó embarazada y nació su hijo a quien, a pesar de estar casada, presentó como José Antonio, hijo natural suyo y del señor Simón Bolívar. Al conocer Bolívar el nacimiento del niño envió al Coronel José Miguel de Velazco, con la misión de llevarlos a la “Quinta de la Magdalena”. En el Perú se hicieron varios retratos de doña Joaquina con el niño en los brazos. La comisión le valió a Velazco su ascenso a General y ser seis veces Presidente de Bolivia. Por su parte José Costas vivió sesentinueve años, casó con doña Pastora Argandoña y procrearon a Urbano y Magdalena, ambos con numerosa descendencia. En su partida de matrimonio se lee: “...casé y velé a José Costas, hijo natural de la señora finada María Costas y del finado señor Simón Bolívar.”

Murió el 7 de octubre de 1895. Existe una fotografía de doña Joaquina a los setenta años, tiene en las manos un libro, su rostro es simpático e imponente, ojos soñadores, boca pequeña nariz bien perfilada, su vestido es una saya de anchos pliegues y una mantilla andaluza. Sus descendientes viven en Caiza, un pueblito a noventa kilómetros de Potosí.

El 26 de octubre de 1925, se celebró en la Villa Imperial de Potosí el centenario del ascenso de Bolívar al Cerro de la Plata; allí en acto presidido por la Academias, la Sociedad de Geografía e Historia y el Presidente de la República, se reconoció a las familias Costas y Rosso, como descendientes de Bolívar. En el momento de su muerte, cuando Doña María Joaquina se confesó con el obispo Ulloa, le pidió: “que no sea separado de mi cuerpo en la tumba, este precioso relicario que lleva el busto del Libertador, y que me fue ofrecido por él en prenda de amor (...) Dios le haya premiado y me perdone a mi esta única falta grave de mi vida, que siempre consagré al bien de mis semejantes y al recuerdo del héroe, mi único y solo amor en el mundo”.

Por su parte, dos años antes de morir, el Libertador confesó: “El Potosí tiene para mi tres recuerdos: allí me quité el bigote, allí usé por primera vez un vestido de baile, y allí tuve un hijo”.
DON ELÍAS COSTAS ¿BISNIETO DE BOLÍVAR? 

FOTOGRAFIAS UNICAS, Doctor Alejandro Prospero Reverend.




Doctor Alejandro Prospero Reverend.

Médico francés que atendió a Simón Bolívar

en sus últimos momentos.

FOTOGRAFIAS UNICAS; General Carlos Soublette.



General Carlos Soublette.

Foto elaborada con la técnica antigua de

Albúmina, emulsión de Plata y Papel.

27 de enero de 2017

SIMÓN BOLÍVAR EN ESTADOS UNIDOS


Después de su famosa excursión por Italia Simón Bolívar regresó a París, se despidió de su apasionada prima Fanny du Villars y enrumbó a Venezuela, para entregarse a la causa de la independencia de Latinoamérica. Su viaje de retorno incluía una visita a Estados Unidos.

El 1 de enero de 1807 desembarcó en el puerto de Charlestown y paseó por Boston. Recorrió emocionado Nueva York, Filadelfia y Washington. Estudió los sucesos que conllevaron a la independencia de las ex colonias inglesas y se empapó de las experiencias políticas de la primera república del Nuevo Mundo. Como dice Rufino Blanco Fombona, en aquel tiempo Estados Unidos no era el imperio que es ahora, todavía se le consideraba "un lugar sagrado para los enamorados de la libertad".

En este viaje, Bolívar acentuó su admiración por George Washington, a quien llamaba "El Néstor de la Libertad". Más tarde, cuando el caraqueño ya era conocido como "El Libertador", la familia del primer presidente de EE.UU. le hizo llegar, mediante el gran La Fayette, una hermosa medalla con retrato del héroe norteamericano.

No se sabe con exactitud la fecha en que dejó Estados Unidos, es posible que haya sido en abril o mayo de 1807. Pero sin duda, su estadía fue una gran experiencia que enriqueció su formación política. En junio del mismo año Simón Bolívar ya estaba en Caracas, listo para protagonizar la lucha que completaría la libertad del Nuevo Mundo.

La cabeza de piedra de Guatemala que la Historia quiere olvidar


Hace más de medio siglo, en lo profundo de las selvas de Guatemala, una gigantesca cabeza de piedra fue descubierta. El rostro tenía rasgos finos, labios delgados y nariz grande y su rostro estaba dirigida hacia el cielo. Inusualmente, el rostro demostró rasgos caucásicos que no eran compatibles con cualquiera de las razas prehispánicas de América. El descubrimiento atrajo rápidamente la atención, pero con la misma rapidez se escabulló en las páginas de la historia olvidada.

La noticia del descubrimiento surgió por primera vez cuando el Dr. Oscar Rafael Padilla Lara, doctor en filosofía, abogado y notario, recibió una fotografía de la cabeza en 1987, junto con una descripción que la fotografía fue tomada en 1950 por el dueño de la tierra donde la cabeza fue hallada y que se encuentra "en algún lugar en las selvas de Guatemala".

La fotografía y la historia se imprimió en un pequeño artículo en el boletín 'cielos antiguos', que fue recogido y leído por el explorador y conocido autor David Hatcher Childress, que buscaba descubrir más sobre la misteriosa cabeza de piedra. Él rastreó al Dr. Padilla quien informó que se encontró con los dueños de la propiedad, la familia Biener, en la que se encuentra el monolito. El sitio estaba a 10 kilómetros de un pequeño pueblo en La Democracia en el sur de Guatemala.

Su tamaño era enorme, como puede apreciarse a partir de las tres personas subidas en la parte superior y el automóvil situado delante de la estatua.

Sin embargo, el Dr. Padilla dijo que él estaba desesperado cuando llegó al sitio y encontró que el sitio había sido borrado: "Fue destruida por los revolucionarios hace unos diez años. Habíamos ubicado la estatua demasiado tarde. Fue utilizado como prácticas de tiro por los rebeldes antigubernamentales. Esta totalmente desfigurado, algo parecido en la manera como la Esfinge en Egipto tuvo su nariz volada por los turcos, sólo que peor", dijo. Los ojos, la nariz y la boca habían desaparecido por completo. Padilla fue capaz de medir su altura, de entre 4 y 6 metros, con la cabeza apoyada en el cuello. Padilla no regresó de nuevo al sitio debido a los ataques armados entre las fuerzas gubernamentales y las fuerzas rebeldes en la zona.

La destrucción de la cabeza significaba que la historia tuvo una muerte rápida, hasta que fue recogido de nuevo hace unos años por los cineastas detrás de "Revelations of the Mayans 2012 and Beyond" que utilizó la fotografía para afirmar que los extraterrestres han tenido contacto con las civilizaciones del pasado. El productor publicó un documento escrito por el arqueólogo guatemalteco Héctor E. Majia que escribió: "Certifico que este monumento no presenta características de los Maya, Náhuatl, Olmeca o cualquier otra civilización prehispánica. Fue creado por una civilización extraordinaria y superior con un conocimiento impresionante de los cuales no hay constancia de su existencia en este planeta".

Sin embargo, lejos de ayudar a la causa y la investigación sobre el monolito, esta publicación sólo sirvió para tener el efecto contrario, lanzando toda la historia en manos de un público justificadamente escépticos que pensaban que todo era un truco publicitario. Incluso la propia carta ha sido puesto en tela de juicio con algunos diciendo que no es genuino.

Sin embargo, parece que la cabeza gigante existía y no hay evidencia que sugiera que la fotografía original no es auténtica o que la historia del Dr. Padilla era falsa. Así que suponiendo que fuera real, las preguntas siguen siendo: ¿De dónde vino? ¿Quien lo hizo? ¿Y por qué?


La región donde se informó que la cabeza de piedra fue encontrado, La Democracia, en realidad es ya famoso por las cabezas de piedra que, como la cabeza de piedra que se encontró en la selva, también se enfrentan hacia el cielo. Estos son conocidos por haber sido creado por la civilización Olmeca, que floreció entre los años 1400 y 400 antes de Cristo. El centro Olmeca fue la zona de las tierras bajas del Golfo de México, sin embargo, los artefactos de estilo Olmeca, diseños, monumentos y la iconografía se han encontrado en sitios a cientos de kilómetros de la zona Olmeca, entre ellos La Democracia.

Cabeza de piedra Olmeca.

Sin embargo, la cabeza de piedra que se muestra en la fotografía de 1950 no comparte las mismas características o estilo como las cabezas Olmecas. El difunto Phillip Coppens, autor belga, locutor de radio y comentarista de televisión sobre temas de historia alternativa planteó la cuestión de si la cabeza "es una anomalía del periodo Olmeca, o si es parte de otra - desconocida - cultura que es anterior o posterior a los Olmecas, y cuyo único artefacto identificado hasta el momento es la cabeza de Padilla"

26 de enero de 2017

La máquina de coser de mamá


Por Reinaldo Spitaletta

No me gustaba el ruido de la máquina de coser de mamá. Tampoco las quejumbres de ella cuando se reventaba el hilo o se partía la aguja. Era una máquina vieja, que olía a aceite de lubricación. Tenía pedal y el mueble, de una madera fina, tenía dos cajoncitos. Bello entonces olía a algodones, en el aire había partículas que las textileras botaban por las chimeneas, y algunos almacenes vendían retazos e hilos a montón. En casa había bobinas, conos con envolturas de hilos de distintos colores, tubinos, y en otros días, una señora, muy vieja, más que la máquina de coser de mamá que parecía una de las primeras del mundo, cosía a mano colchas de retales, en una labor demorada y sin nada de arte.

Se llamaba Santos y tenía el pelo blancuzco, o tal vez grisáceo. Llegaba descalza a casa y mamá la recibía con chocolate caliente. Se sentaba por horas, con pedazos de telas y cajitas de agujas a los pies. Una vez, mi hermano menor, que apenas gateaba, le chupó el dedo gordo de uno de los pies. La imagen me causó curiosidad y creí que la anciana gozaba con la succión infantil.

Mamá tenía la obsesión de aprender a coser y a cortar. La casa se fue llenando de moldes de papel periódico y de papel de estraza. También de figurines franceses. No sé adónde iba a que le enseñaran técnicas de modistería, tal vez a algún curso de parroquia, pero cada vez que llegaba de una de esas clases, se sentaba a practicar en su vejestorio marca Wilson (en letras doradas sobre el cabezote negro), y, de pronto, soltaba una imprecación, un particular género de insulto, como decir “puñetera máquina”, o “qué máquina del demonio”, que en esos casos de conmoción no le escuché articular, por ejemplo, un “¡hijueputa máquina!”, que hubiera sido lo adecuado. No era señora de malas palabras.

Me parece que nunca aprendió el oficio, ni siquiera a coser con certidumbre y gusto, porque, que recuerde, era más bien “machetera” (un término que ella usaba con frecuencia como sinónimo de chambonería). Así que mejor se hubiera matriculado en clases de canto, que lo hacía bien, a mañana, tarde y noche, menos cuando estaba sentada a la vetusta Wilson. Iba a no sé qué parte de Medellín a comprar las agujas, que poco duraban. La máquina estaba condenada a quebrarlas y no valía la mano de ningún arreglador. Tenía, creo, un desperfecto sin remedio. Como una enfermedad terminal.

No sé por qué nunca quiso cambiarla. Comprar, por ejemplo, una Singer, que en casi todas las casas había una de ellas, con mueble, rueda de transmisión, pedales, cajones y un cabezote más atractivo, con curvas y un diseño dinámico. La Wilson duró años en casa, o, mejor dicho, en tantas casas que habitamos en los calendarios de infancia y adolescencia, por pura gitanería, porque errábamos de barrio en barrio, y aun así nunca se perdió el armatoste, ningún ladrón se enamoró de tal carcacha sin futuro. “Es un encarte”, dirían y el aspecto del trasto los disuadía. Duró hasta que se envejeció del todo en un rincón, mamá la olvidó, nosotros también, y quién sabe cuál fue su destino último. Y como no hay cementerios de máquinas de coser, quién sabe a dónde fue a parar con sus restos.

No hubiera servido, en todo caso, para lucir como una antigualla, hoy que en tantas casas hay muebles y máquinas viejas, como joyas, como una prenda de distinción y caché. Tampoco creo que hubieran dado algún porte por ella si se hubiera decidido venderla como chatarra. Era un exabrupto. Una pobre y desmirriada maquinilla que no sé por qué mamá la quería tanto (y tal vez también la odiaba). Es un misterio. Se ató a ella como si una fuerza secreta o esotérica la atrajera.

Era odioso el artefacto. Siempre lo vi, sobre todo por sus ruidos y apariencia de desconsuelo, como una presencia de fastidio, que se regocijaba con transmitir incomodidades y molestias. No recuerdo si mamá logró alguna vez confeccionar una blusa, una falda, un vestido. Servía la máquina, y eso a medias, para coser camisas que se desbarataban por las costuras. O de pronto, para hacer los dobleces de trapos de cocina.

Además de la poco simpática Wilson quiebra-agujas y revienta-hilos, lo que más detestaba yo eran las colchas de retazos tejidas, o, en otras palabras, pegadas a mano, por la señora Santos. Eran de terminación burda y producían rasquiña. Eran un mosaico ordinario de colorines, con telas diversas (quizá popelinas, coletas, dacrones, zarazas, qué sé yo), costuras bastas, cuya manufactura eran como una suerte de pasatiempos de la viejecita y una posibilidad de mamá tener a alguien con quién conversar, mientras se bebían un café o una taza de chocolate con canela.

Con el tiempo, una pieza de retazos como la de la vieja Santos, se erigió como una atracción en muchas casas, quizá asunto de esnobismo, o de falsa distinción, ya cosidas a máquina y pulidas con decoro. Las que ella hacía duraban años. En canecas de cartón duro con terminados metálicos, mamá las guardaba porque ya no cabían en los escaparates. Allí se arrugaban y pasaban temporadas a la espera de volver a las camas a servir como frazadas o como ropones o cubrelechos sin abolengo. Sí, eran pintorescas, pero me causaban repulsión.

A veces, escucho en el recuerdo el ruido de la máquina de coser de mamá y pienso que ella era feliz con su cachivache de desastre. Bueno, digamos que hasta cierto punto. Había entre ambas una conexión de intimidad, una relación a veces inseparable, a veces de conflicto. Pese a los continuos accidentes de agujas y hebras, ella insistía. Pudo en cualquier momento emprenderla a garrotazos (atrás, en el lavadero, siempre había un manduco para golpear ropa), o darle machete (también había un deteriorado tres rayas Collins en el cuartito de herramientas o a veces dispuesto en algún anaquel de cocina). O salir de ella por venta, por donación, por arrojamiento a la basura… Pero mientras más agujas se rompían, más parecía ella aferrarse a su fuente de desdichas de modista frustrada.

Las modistas de barrio, a cuyas casa mamá a veces me pedía que la acompañara para que le tomaran las medidas para un vestido, tenían máquinas Singer (también eran populares las Sigma; después llegaron las Pfaff, más sofisticadas). Ella les hablaba en ocasiones de la Wilson, y las señoras ponían una cara de estupor o de interrogación. Mamá quería hacer buena fama de la máquina doméstica de ella, mas era tiempo perdido.

En Bello, que entonces tenía esparcidas en el aire minúsculas partículas de algodón, había almacenes de repuestos de las Singer. Mamá siempre tenía que ir a una agencia en Medellín a conseguir las agujas, carretes y otras piezas de su desventurada máquina en la que nunca pudo coser nada con dignidad y finura.

No sé cuándo desaparecieron para siempre las colchas de retazos de la vieja Santos ni cuándo se esfumó la Wilson de mamá. Eran elementos que me transmitían una dolorosa insatisfacción con el mundo doméstico, con el limitado ámbito del hogar, que, después de todo y con todo, es parte entrañable de lo que se denomina patria.


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