Era un héroe de la Guerra Fría, un adalid de la contracultura de los sesenta, un emblema de la lucha por los derechos de los negros en los Estados Unidos, tanto que, tras ser campeón olímpico, tiró su medalla de oro a un río en protesta porque no le quisieron servir en un restaurante de blancos. Y que toda esta conjunción de proezas —y mucho más— la encarne un boxeador, tres veces campeón de los pesos pesados, trasciende lo deportivo para encaramarse en los asuntos de la cultura (la popular, sobre todo) y la política.
Muhammad Alí, “el más grande” (así se autoproclamó, y, en efecto, lo era), el que provocó las ganas de ser negros de muchos muchachos blancos, era un insumiso. No solo era un extraordinario boxeador, uno que revolucionó el pugilismo, con su baile insólito y su show en las cuerdas, sino un crítico de las injusticias sociales. Cuando en 1964, en Miami, obtuvo el fajín de campeón mundial al vencer a Sonny Liston, la leyenda comenzó a crecer. La misma que aumentará con su muerte.
A los veintidós años, el que todavía tenía nombre de esclavo (Cassius Marcellus Clay), se perfiló como un negro que no estaba de acuerdo con las discriminaciones y menos aún con una invasión de su país a Vietnam. “No tengo ningún pleito con los tales Vietcong”, dijo al oponerse a ser reclutado para el ejército gringo. El imperio lo sancionó. En retaliación oficial, le quitaron el título y la licencia para pelear. Volvió en 1970, en un enfrentamiento con el argentino Óscar Ringo Bonavena, y así reanudó su presencia única, irreverente y contenta en los ensogados.
Antes, cuando ya era un fenómeno mediático no solo por su esgrima heterodoxa sino por sus bombardeos verbales, burlas a los rivales, su amistad con Malcom X, en fin, los Beatles tuvieron que esperarlo un buen rato para una sesión de prensa. Una fotografía muestra a los cuatro de Liverpool, boca arriba, a los pies del ruidoso boxeador que todavía tenía el nombre de pila. Se lo cambió luego, menos como un asunto religioso que como una demostración de desobediencia y cuestionamientos a un sistema segregacionista.
Muhammad Alí, con su nombre musulmán, perteneciente a la denominada Nación del Islam, trascendió el boxeo. En este, en el que “flotaba como mariposa y picaba como abeja”, protagonizó combates históricos, como el realizado en el Zaire (antes el Congo) con George Foreman, en 1974. Un espléndido reportaje de Norman Mailer, El combate, da cuenta de aquella suerte de epopeya, con un trasfondo político.
Aquella pelea, realizada en Kinshasa, y que recordó a algunos lectores peripecias de la novela El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, hizo volver los ojos sobre el antiguo Congo belga, dirigido por el dictador Mobuto (llamado El timonel, El redentor, El guía…, que persiguió y fue el verdugo del líder popular Patricio Lumumba). La historia brutal de aquellos pueblos con un pasado largo de opresiones colonialistas, se hizo un poco más conocida con aquel combate deslumbrante. Aquí se podría recordar una frase de Alí, al que siempre le pareció extraño que Tarzán, el rey de la selva africana, fuera un blanco.
Alí, en los sesentas, encarnó a su modo el “poder negro”, las gestas de los arrinconados por un Estado que nunca ha visto con buenos ojos a los que asumen la resistencia y desobediencia civil contra los atropellos. Alí, danzarín del ring, copó las informaciones y hasta la farándula de aquellas épocas de rebeliones estudiantiles, levantamientos populares en distintas geografías y de protagonismo de las culturas (y contraculturas) juveniles.
Las hazañas boxísticas y sus declaraciones, a veces con altas dosis de humor negro, llamaron la atención de grandes reporteros y escritores como Gay Talese, George Plimpton, Joyce Carol Oates, además del ya citado Mailer. “El boxeo es un montón de hombres blancos viendo cómo un hombre negro vence a otro hombre negro”, dijo alguna vez el legendario pugilista.
En un ring africano, Alí pudo escribir una de las más intensas páginas de este deporte (aunque hay gente que opina cómo puede ser el boxeo un deporte). El periodista y presentador David Frost gritó, cuando Muhammad noqueó a Foreman: “Alí lo ha conseguido. Este es el momento más gozoso de toda la historia del boxeo. La historia resulta increíble. Toda la gente se ha vuelto loca”, según el relato de Mailer en El combate.
El 3 de junio de 2016 la muerte propinó un nocáut fulminante al más grande boxeador de la historia, y a un hombre sensible, bocón, irremediable en su modo de ser, que revolcó un tiempo de guerras frías, invasiones imperiales y viajes a la luna.
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