El bombardeo de Dresde es el hecho MÁS OSCURO de Inglaterra y Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial: entre el 13 y 15 de febrero de 1945 arrasaron por aire a una ciudad indefensa.
Eleonore Kompisch revela que dejó de ser creyente desde el 15 de febrero de 1945. Tenía 22 años.
“Antes del ataque de Dresde fui una persona muy creyente; pero, después de la ofensiva, perdí la fe por completo. No podía más. Todo se había extinguido. Fue un shock sicológico que se llevó por delante muchas cosas; entre otras, la fe”, susurra la hoy octogenaria en el documental El drama de Dresde.
El ataque al que se refiere Eleonore Kompisch es el bombardeo a la ciudad alemana de Dresde –el 13, 14 y 15 de febrero de 1945– cuando al conflicto solo le restaban unas semanas y la rendición del TercerReich era un hecho. Conocida como la Florencia del Elba, la capital de Sajonia fue arrasada por los aviones de la Real Fuerza Aérea inglesa (RAF) y la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF) en cuatro incursiones.
Dresde era uno de los centros culturales más importantes de Alemania, con museos y edificios históricos, que databan del siglo XVIII: una joya del barroco.
El Zwinger Museum y la catedral Frauenkirche –que cayó el 15– eran dos de de sus edificios emblemáticos.
Hasta aquellos fatídicos días de hace 70 años, no era considerada un punto estratégico fundamental para las partes beligerantes. Para los aliados no representaba un obstáculo en su avance a Berlín y los alemanes habían traslado sus baterías antiaéreas a otros centros industriales.
Este dato revela la indefensión de Dresde: los 20 cazas estacionados en la ciudad no tenían combustible, ya que alguien consideró que no valía la pena utilizarlo en esos aviones, debido a la escasez del carburante.
Dado que los rigores de la guerra no la habían castigado, Dresde se convirtió en un importante centro de refugiados, quienes huían de los bombardeos en otras ciudades y del avance soviético.
En diciembre de 1944, se contaban entre 320.000 y 430.000 bajas civiles alemanas, de acuerdo con el libro La caída de los dioses , del historiador español David Solar.
A fines de ese año, numerosas ciudades germanas estaban reducidas a escombros por los bombardeos de estadounidenses e ingleses: los primeros atacaban de día; los segundos, de noche.
Dresde estaba intacta..., hasta las 8:40 de la noche del martes 13 de febrero de 1945, cuando los motores de los bombaderos de la RAF anunciaron que era hora de su juicio final.
Casi 4.000 toneladas de bombas –muchas de ellas incendiarias– caerían sobre la ciudad en el transcurso de las siguientes 40 horas.
¿Por qué?
Sir Arthur Harris, mariscal de la Real Fuerza Aérea, era partidario acérrimo de los “bombardeos alfombra” sobre las ciudades, más que sobre puntos militares o industriales. Creía que este tipo de acciones militares era una forma efectiva de que cundiera la desmoralización en las filas enemigas.
¿Por qué atacar Dresde, una ciudad indefensa?
A pesar de ser un centro cultural, había cierta industria y con el ferrocarril era parte de un nudo de comunicación terrestre.
Eventualmente, los aliados creían que podía servir como una base para un reagrupamiento alemán, a pesar de que el Tercer Reich estaba en fase agónica.
También, a pesar de ser aliados, sir Winston Churchill, primer ministro inglés, y Franklin D. Roossevelt, presidente de los Estados Unidos, desconfiaban de Josef Stalin, el líder de la Unión Soviética. El Ejército Rojo avanzaba sin encontrar resistencia, por lo que Churchill y el mariscal Harris decidieron dar una demostración de fuerza, para que vieran de lo que era capaz un ejército en plena forma, según el sitio La aventura de la historia, del diario El Mundo.
“Dresde, la sétima ciudad más grande de Alemania y de un tamaño no muy inferior al de Manchester, es también la población enemiga más grande que queda sin bombardear (...). De rebote, se logrará mostrar a los rusos, cuando lleguen, de lo que es capaz el Mando de Bombarderos británico”, se lee en un memo de la RAF de enero de 1945.
Aquel 13 de febrero de 1945 era un martes de carnaval, por eso había bastante gente en las calles de Dresde.
La noche se vio interrumpida por la incursión de ocho bombarderos Mosquitos, que se encargaron de señalar con bengalas el marco de acción de los 244 bombarderos que los seguían.
A las 8:14, el infierno cayó del cielo en forma de 525 toneladas de bombas explosivas y 350 toneladas de bombas incendiarias. Ese ataque duró solo 120 segundos.
Se escogió el estadio de fútbol como punto central de los dos ejes convergentes, una especie de “V”; así, el fuego se cerraría, arrasando todo lo quedara en el interior. Cuando los cuerpos de socorro se apuraban para rescatar sobrevivientes y los bomberos trataban de apagar los incendios, llegó el segundo ataque.
“A la 1:30 de la madrugada del 14 de febrero, miércoles de ceniza, llegó la segunda avalancha de bombarderos: 524 aparatos que lanzaron 1.765 toneladas de bombas (964 rompedoras y 801 incendiarias)”, escribe el historiador Solar en La caída de los dioses.
Esta vez, a diferencia del primero, no hubo aviso de sirenas: la falta de electricidad lo impidió.
“Cuando llegó el día se calculó que el antiguo casco había sido destruido en más de un 75%; su entorno, entre el 25 y el 75%”, añade Solar.
Sin embargo, el castigo estaba lejos de acabarse: antes del mediodía de aquel San Valentín, cuando muchos sobrevivientes buscaban como escapar, 311 B-17 estadounidenses lanzaron 800 toneladas de bombas.
En El drama de Dresde –documental premiado con un Emmy en el 2005– se cuenta cómo los pilotos estadounidenses se preguntaban el porqué arrasar una ciudad arrasada.
La ciudad era una tumba abierta, en la que milagrosamente se mantenía de pie la Frauenkirche, una iglesia protestante barroca en la que tocó Johan Sebastian Strauss.
Se derrumbó el 15 de febrero: su torre de 95 metros de altura no resistió el cuarto bombardeo, realizado poco después del mediodía, por 210 aviones de la Fuerza Aérea estadounidense, que lanzaron las últimas 400 toneladas de bombas.
La reconstrucción de la Frauenkirchen solo empezó en 1994, luego de la caída del Muro de Berlín. Las obras concluyeron en el 2005, justo para conmemorar el 60 aniversario de los ataques.
Destrucción
Nunca se sabrá el número exacto de muertos.
En los primeros años se llegó a hablar de 350.000; con el paso del tiempo y de acuerdo con las investigaciones históricas más rigurosas, se fijó en 35.000 la cifra.
“Cada año, se baja el número de muertos. La cifra de 35.000 es inaceptable para mí”, se lamenta Leandro Karoly en El drama de Dresde.
Para el momento de los ataques, Dresde tenía una población de 640.000 habitantes; sin embargo, estaba repleta de refugiados, la inmensa mayoría sin registro. También se calcula que las temperaturas debido a los ataques nocturnos alcanzaron los 1.000 grados centígrados, suficientes para reducir a cenizas un cuerpo.
Además, cientos y cientos de cadáveres se apiñaban en rejillas metálicas y eran cremados con lanzallamas. Se necesitaron dos semanas para esa penosa tarea.
“Todos sufrimos con la guerra. Inglaterra también sufrió mucho con los bombardeos alemanes”, reflexionó Helmut Camphausen, sobreviviente del espanto.
Necesario o no, el bombardeo de Dresde castigó a la población civil de una forma cruel: un parlamentario inglés no dudó, entonces, en calificarlo como el peor crimen de guerra cometido jamás por Inglaterra.
Donald Nielsen, piloto estadounidense que participó en los bombardeos sabe muy bien lo que siente: “Todos los días le pido perdón a Dios”.
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