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18 de mayo de 2022

LA MUERTE DE EZEQUIEL ZAMORA, CONTADA POR SU UNICO TESTIGO OCULAR



En su «Defensa de la Causa Liberal», editada en el año de 1894 en la Imprenta de Lahure en París y como anticipación de unas Memorias que no llegó a concluir, el General Antonio Guzmán Blanco relató el episodio de la muerte del General Ezequiel Zamora, en el sitio de San Carlos de Cojedes, el lo de enero de 1860. Guzmán Blanco asegura que quiere dejar consignados sus recuerdos pues no hay «ni puede haber documentación y que se difunden por la prensa muchas ideas inexactas» y agrega que su testimonio es el único valedero «único que puede existir, pues soy el solo testigo ocular que queda, ya que el General Piña, coriano, de Sabanas Altas o Cumarebo, ha dejado de existir».




Dice Guzmán Blanco en una parte de su relato:

«Allí estuvo Zamora organizando y distribuyendo mejor las guerrillas, y enseñando a los soldados, el cómo debían pelear con más ventaja; y, sobre todo, cómo habían de lanzar, los de la guerrilla del frente, un pequeño objeto con una tenue púa, a veces un alfiler o una aguja, con plumas de gallo, por lo que se llamaba entre nosotros, gallo de incendio. El sitiador arrojaba estos gallos para que se clavasen en una puerta, en una vigueta, o en la caña amarga de un techo, y como tenían un magüey encendido entre la punta y las plumas, eran al cabo muy eficaces para el objeto. (Algo parecido a lo que los romanos llamaron falárica). «Terminado aquel detalle, el General Zamora siguió ocupándose en como se cubría inmediatamente un gran claro que flanqueaba ambas guerrillas, muy fácil y seguramente; y parado en la abertura de una puerta sin hojas, cuya pared limitaba el patio de la casa, dejando ver tanto el ataque de las guerrillas dichas, como el franqueo mencionado, Zamora sostenía un entrecortado monólogo, del cual oí: …»Sí…. allí… dos… muy bien… ahora mismo ……

«Mientras se decía él estas palabras, veía alternativamente hacia las guerrillas que peleaban y hacia el flanco descubierto. Como en uno de estos movimientos, tocó con su hombro el mío, yo di un paso lateral a la derecha, para no estorbarle, y… diciendo «Ca…» cayó sin acabar de articular la palabra, doblando las rodillas y descendiendo su cuerpo de espaldas en mis brazos. «Como, al sujetarle, vi que una bala le había entrado por el ojo derecho y sentía el torrente de sangre ardiente que le salía por el occipucio, bañándome el brazo izquierdo con que lo sujetaba, comprendí al instante, que era ya cadáver el héroe de Tacasuruma, de Quisiro y El Palito, de San Lorenzo y Santa Inés, El Corozo y Curbatí; alma del, hasta entonces, victorioso Ejército Federal… «Mi sorpresa y mi consternación fueron tales, que perdí la vista durante muchos segundos, de modo que no lo vi, pero si le oí al Comandante Piña, que corrió para ayudarlo, estas palabras:

«¡Nos mataron el hombre!». «Pedile su cobija, que tenía terciada del hombro izquierdo a la cadera derecha, como era costumbre del guerrillero entonces, y entrambos lo envolvimos y lo arrimamos a la pared, evitando que lo viesen las guerrillas del mismo Piña. Recomendé a éste cuidarlo mientras yo regresaba, sin perder un instante, corrí a La Yaguara, para hacer saber tamaña desgracia al General Falcón, que era a quien tocaba tomar las medidas consiguientes a tan inmenso vacío. «El General Falcón se quedó estupefacto… «¡Qué desgracia, Santo Dios!» exclamó… La intensidad de la mirada con que me vio, la expresión nerviosa de su boca, la consternación de toda su noble fisonomía, me impidieron decirle nada más… «No recuerdo si fue él mismo y directamente, quien me ordenó decir al General Trías, que fuera a recorrer y sostener la línea de ataque, o si lo hice con sólo la consulta del General Pachano, cuñado de Falcón, íntimo amigo mío, persona tan serena como inteligente y como discreta. Pero, sea de ello lo que fuere, así lo ejecuté, no sin tener que insinuar al General Trías la inoportunidad de darse a ningún sentimentalismo, muy natural en un grande amigo como lo era él de Ezequiel (así llamaba Trias a Zamora), pero incompatible con el cumplimiento inexorable del deber que las circunstancias le imponían, como 2º jefe del Ejército de Occidente. 


«El General Trías montó a caballo a recorrer todos los puntos de la línea con su habitual serenidad, y yo fui a recoger los despojos del más grande y más glorioso de los soldados de la Federación, en cuyo culto me crié y de quien después aprendí, como todos los oficiales de la Guerra Larga, esa táctica que él inventó a imagen y semejanza de las peculiaridades topográficas de Venezuela, y de la idiosincrasia de nuestros pueblos. «Llamé a Piña, y entre los dos trajimos el cadáver con filial cuidado a la casa de los señores Acuña y lo pusimos en un catre, que encontramos en la pieza que da a uno de los corredores laterales, cubrimos el cadáver, cerramos la puerta, y yo guardé la llave. «Aprovechando las horas del día que quedaban, busqué los útiles e instrumentos del caso y cuatro soldados de Nutrias y Libertad, de aquellos primeros que tomaron las armas en tiempo de Espinosa, y escogí, por último, el patio de la casa que me pareció preferible, porque los habitantes de ésta habían emigrado, y además se encontraba fuera del tráfico de las líneas de ataque. El patio tenía afortunadamente tres árboles que afectaban un triángulo isósceles, y podían servir, en todo evento, de señales el día que de allí hubieran de sacarse los restos del Valiente Ciudadano. «Como a la una de la madrugada abrimos la fosa, depositamos el cadáver y lo cubrimos con tierra muy pisada. La sepultura como sus alrededores, los regamos con los despojos de basuras de los corrales inmediatos, Y estuvimos los cuatro soldados y yo, durante una hora, pisando y repasando estas basuras y despojos, para que a la claridad del día, la simple vista no pudiera sorprender el secreto».

8 de mayo de 2022

EL CHIMBORAZO; DELIRIO O ENCUENTRO CERCANO DE TERCER TIPO


"Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio los señala el Infinito; no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la Muerte; miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente."

El Chimborazo es el volcán y la montaña más alta del Ecuador y el punto más alejado del centro de la tierra, es decir el punto más cercano al espacio exterior, razón por la cual es llamado como «el punto más cercano al sol», debido a que el diámetro terrestre en la latitud ecuatorial es mayor que en la latitud del Everest (aproximadamente 28º al norte). Su última erupción conocida se cree que se produjo alrededor del 550 d.C. Está situado en los Andes centrales, 150 km al sudoeste de Quito y 20 Km al noreste de Riobamba. Este monte se consideraba a principios del siglo diecinueve como la montaña más alta del planeta, tal vez por eso Bolívar lo consideraba el “Atalaya del Universo”.

Específicamente, el monte Chimborazo está situado en la provincia del mismo nombre, en Ecuador y, a sus pies, se encuentra la ciudad de Riobamba, capital de dicha provincia. Chimborazo es el nombre del dios de la antigua nación Puruhá, que más tarde fuera adorado por los Incas. Su nombre tiene varios significados en los dialectos vernáculos. Viene del jíbaro chimbu, asiento, dueño de casa; del aymará rassu, montaña; del colorado shimbu, mujer y rassu, nieve. También se cree que chimbo es de origen chimú y significa sombra protectora. En idioma quichua, chimbo o chimbu significa la del otro bando; y rassu quiere decir nieve. Es decir "Nieve del Otro Bando", lo cual concuerda con la mitología indígena que considera al Chimborazo como esposo de la Tungurahua, montaña situada frente al mitológico cónyuge. Los indígenas de la provincia del Chimborazo creen que las dos montañas se unen cuando el cielo resplandece por los relámpagos en las noches de tormenta. Alexander Von Humboldt intentó llegar a la cima del Chimborazo, pero sólo alcanzó los 5900 m. sobre el nivel del mar. En la visión de la montaña ecuatoriana, como se ha mencionado anteriormente, se inspiró Simón Bolívar al momento de darle vida a "Mi delirio sobre el Chimborazo".


Ya Bolívar había recorrido el Orinoco y las fuentes amazónicas; al toparse con el Chimborazo, sintió una admiración tan grande que lo hizo olvidar todo lo demás, al menos por un instante. Se puede notar a Bolívar encantando con la esplendidez del mismo, y es allí donde comienza lo que él denomina “delirio”. Nombra en su poema a Alexander von Humbolt (quien no pudo llegar a la cima a causa del malestar que se siente en las alturas por enrarecimiento del aire) y Charles Marie de La Condamine, el primero militar de profesión y el segundo con un enfoque al humanismo, ambos en común geógrafos y naturalistas.

Blanco-Fombona (citado por Mora, P. 2006, Agosto,28) consideró el estilo de Bolívar en el período de 1810 a 1824, caracterizado por el optimismo, por el crecer y creer, por el ascenso; "la pasión desbordada en su alma y la pasión de la libertad como una llama". La prosa es "encendida", "los adjetivos, las imágenes, salen borbotando de su pluma"; todo esto debido al contexto histórico que rodeaba al Libertador en esos momentos: ve caer a Miranda, va adelante con la Campaña Admirable hasta el Paso de Los Andes y la Batalla de Carabobo. Rodeado de esta grandeza, escribe su Delirio sobre el Chimborazo en 1822.

El escritor Rufino Blanco-Fombona considera que Mi delirio sobre el Chimborazo es una obra de excepción en los escritos de Bolívar, porque es el único texto escrito por Bolívar con una finalidad esencialmente poética; de manera que comenta: “Ningún poeta del pesimismo, ni siquiera Leopardi... ha llegado a dar tan viva la idea o impresión de la pequeñez humana delante de lo infinito. Es evidente que el Deliro es una alegoría... El Delirio quedará como lo que es, como una excepción, como la única pieza literaria escrita por Bolívar, como una extraña creación poética, como una ensoñación, como un delirio”.


Mi Delirio sobre el Chimborazo es considerado como un poema; el único poema, propiamente, salido de las manos de Simón Bolívar. Es un escrito literario, no solo por su tema referido a la crisis ideológica que vivió el autor después de Carabobo, sino también por su elaboración lírica, que canta en la primera parte la ascensión al Chimborazo. En la segunda parte resulta más dramática, porque proporciona una solución llena de símbolos, al terrible y pavoroso drama aludido. Este poema, además, es una de las piezas representativas de nuestro primer romanticismo y, también es el primer poema en prosa con que cuentan nuestras letras. Con Mi Delirio sobre el Chimborazo, Bolívar entró en todas las antologías; además, es un poema inspirado en la vida y en la obra del propio autor; en definitiva, es el único poema que se conoce del Libertador. 

MI DELIRIO EN EL CHIMBORAZO (1822)
Yo venía envuelto en el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al atalaya del Universo. Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt; seguílas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes. Yo me dije: este manto de Iris que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales, ha surcado los ríos y los mares, ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener la marcha de la libertad. Belona ha sido humillada por el resplandor de Iris, ¿y no podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra?

¡Sí podré!

Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí, que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt, empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: tenía a mis pies los umbrales del abismo.

Un delirio febril embarga mi mente; me siento como encendido por un fuego extraño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía.

De repente se me presenta el Tiempo bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades: ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano…

"Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio los señala el Infinito; no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la Muerte; miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu Universo? ¿Que levantaros sobre un átomo de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano".

Sobrecogido de un terror sagrado, «¿cómo, ¡oh Tiempo! -respondí- no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos; siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos; mido sin asombro el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los pensamientos del Destino».

"Observa -me dijo-, aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres". El fantasma desapareció.

Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. En fin, la tremenda voz de Colombia me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias manos los pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio.

SU APODO "EL GENERALISIMO INVICTO"


Manuel Carlos María Francisco Piar Gómez (Willemstad, Curazao o Curaçao 28 de abril de 1774- Angostura del Orinoco ​16 de octubre de 1817), militar venezolano de origen curazoleño (existen otras hipótesis sobre su nacimiento), prócer de la Independencia de Venezuela. 

Piar era un líder militar en toda la extensión de la palabra. Tenía un fuerte ascendiente entre sus subalternos y había logrado sonoras victorias, la más importante de las cuales había sido en septiembre de 1816, en la batalla de El Juncal, que tuvo lugar cerca de Barcelona y fue un importante paso para la posterior liberación de Guayana, pues Piar decidió que era hora de avanzar hacia el Sur. (24 Batallas Ganadas)

"LOS ANALES DE GUAYANA, EL RELATO HISTORICO MAS OBJETIVO DEL DESTINO DE PIAR"

Bolívar había tenido una racha de malos resultados y eso había generado malestar en las filas patriotas. Los grandes oficiales del oriente del país (José Francisco Bermúdez, Santiago Mariño, Juan Bautista Arismendi, José Antonio Anzoátegui, entre ellos) consideraban que el caraqueño era culpable de reveses importantes sufridos por la causa independentista en Clarines y en la Casa Fuerte de Barcelona. De una manera que ahora se ve como irónica, Piar, en cambio, le brindó todo su apoyo, según el historiador sucrense Bartolomé Tavera Acosta. “Fue Piar el único genio militar que teniendo un ejército poderoso había permanecido fiel al Libertador, a quien recibió con los brazos abiertos y aclamándole como Jefe Supremo en Guayana, cuando todos le habían vuelto la espalda”. 

¿Qué pasó entonces? ¿Cómo es que el único que reconoció a Bolívar en toda la extensa región que hoy abarcan Anzoátegui, Monagas, Sucre, Nueva Esparta, Bolívar y Amazonas, terminó fusilado, mientras los que se negaban a aceptar su liderazgo se mantuvieron como grandes figuras? Son las cosas de la política, que tienen resultados especialmente dramáticos en tiempos de guerra.

Piar era un líder militar en toda la extensión de la palabra. Tenía un fuerte ascendiente entre sus subalternos y había logrado sonoras victorias, la más importante de las cuales había sido en septiembre de 1816, en la batalla de El Juncal, que tuvo lugar cerca de Barcelona y fue un importante paso para la posterior liberación de Guayana, pues Piar decidió que era hora de avanzar hacia el Sur.

Allí radicó la causa oficial de la ruptura entre Bolívar y Piar. Bolívar estimaba que era un error procurar en ese momento la liberación del sur del Orinoco, mientras Piar lo consideraba su prioridad y, desconociendo las órdenes del Libertador, emprendió la campaña de Guayana y logró un éxito total. Una vez que tuvo control de la provincia, invitó a Bolívar a visitarla. Bolívar lo hizo, pero mientras Piar esperaba que le reconociera sus virtudes guerreras, lo que escuchó del Libertador fueron, según lo comentó entonces, “chillidos destemplados”.

Piar, que era entre nueve y once años mayor que Bolívar (según la versión de su nacimiento que se tome por cierta), tal vez lo veía con cierto desdén, pues además el caraqueño había ganado y perdido muchas de sus batallas, mientras Piar había triunfado en todas sus actuaciones militares, al punto de que lo apodaron “el Generalísimo Invicto”. De modo que, a pesar de las órdenes, siguió adelante y consiguió un triunfo más. Y no fue cualquier triunfo, sino la decisiva batalla de San Félix, que marcó la expulsión del ejército realista de toda la región sureña.

Las intrigas fueron in crescendo. La victoria de San Félix generó una ola de rumores según los cuales Piar no se conformaría con ser considerado el Libertador de Guayana, sino que le disputaría el rol supremo a Bolívar. Las habladurías cuartelarias surtieron su efecto y el propio Piar decidió apartarse de la controversia solicitando a Bolívar el permiso para retirarse del ejército. Bolívar, seguramente aliviado, le entregó un pasaporte que le permitiría trasladarse a cualquier lugar de Venezuela o al extranjero. En el documento se refiere a él en términos muy honrosos como “el excelentísimo general en jefe”. Todo parece encaminarse y Piar se moviliza a Upata para encontrarse con su concubina, Mónica Farreras, para luego tomar camino al retiro. No obstante, las maquinaciones seguían a la orden del día y algunos calentadores de orejas terminan convenciendo a Bolívar de que Piar no planeaba, en realidad, jubilarse, sino que estaba en medio de un gran complot para desplazarlo. Bolívar, quien pese a las narrativas divinizantes, era un ser humano, cedió ante las maniobras y emitió una orden de detenerlo. “El General Piar ha infringido las leyes, ha conspirado contra el sistema, ha desobedecido al gobierno, ha resistido la fuerza, ha desertado del ejército y ha huido como un cobarde; así, pues, él se ha puesto fuera de la ley: su destrucción es un deber y su destructor un bienhechor”, expresaba el manifiesto del Libertador.

La captura se logró el 17 de septiembre en Aragua de Maturín. Desde allí lo condujeron al cuartel general de Angostura, donde sería sometido a un Consejo de Guerra conformado por puros enemigos del procesado: Luis Brion, José Antonio Anzoátegui, Pedro León Torres, Judas Tadeo Piñango y Francisco Conde. El acusador fue Carlos Soublette. Hasta el defensor, el teniente Fernando Galindo, lo quería mal. Un juicio así, como era de esperarse, no podía tener otro resultado que aquel que tuvo. Se le condenó a morir por los delitos de insubordinación, deserción, sedición y conspiración. Bolívar pudo haber conmutado o anulado la pena, pero la confirmó en lo que se considera uno de los peores errores que cometió en su meritoria existencia.

La ejecución se realizó casi de inmediato. Según los relatos de la época, Piar experimentó primero una incontrolable ira, pero luego se dirigió serenamente al lugar designado para el fusilamiento. Pasó frente a la tropa, comandada por el oficial Bruno Torres, y se quitó el sombrero para saludar a la bandera. Luego se descubrió el pecho y pidió a los soldados que le apuntaran directo al corazón. Dijo “¡Viva la patria!” antes de que detonaran las cargas. En ese relato, seguramente, se inspiró el autor de la ilustración de aquel libro infantil. Sea como haya sido, provoca decir: ¡Honor y gloria al patriota Manuel Carlos Piar!

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