Bahía de Minamata, años cincuenta, al sur de Japón. Con el marco cronológico y geográfico establecido, saltemos a la pequeña ciudadde la prefectura de Kumamoto que da nombre a la bahía citada. Desde entonces, y aunque el número de casos ha caído, un extraño mal ha afectado personas y animales.
Aves costeras aparecían muertas en las playas, o bien se desorientaban si aparente motivo. Un número considerable de niños y adultos mostraron síntomas muy extraños, su campo visual disminuyó, al igual que la coordinación motora. Algunas personas morían, otras sufrieron secuelas el resto de su vida. ¿Qué estaba sucediendo? No fue hasta 1968 cuando las autoridades admitieron lo que era un secreto a voces.
Todo se debía a la contaminación por mercurio de origen industrial. Los afectados habían consumido pescado de la bahía, en el que se concentró el mercurio vertido por una planta química cercana. Las concentraciones del metal líquido en el agua no eran muy elevadas, aunque tampoco serían tolerables según los parámetros ambientales actuales, pero no se contó con que microorganismos y peces concentran en su interior el mercurio y generan sales de gran toxicidad. Así, al consumirse el pescado que ha vivido en aguas que contienen mercurio, se ingiere tejido con metal concentrado muy tóxico. Un caso similar, también sucedido en Japón, concretamente en Nigata, reveló en los análisis del pescado que contenía la altísima concentración de 5 a 50 ppm, siendo en la actualidad los límites tolerables inferiores a 0,01 ppm1.
Si este caso me ha interesado desde hace tiempo es porque el causante de todo fue el metilmercurio. Durante años viví en las cercanías de una gran factoría que empleaba la misma tecnología y métodos que la de Minamata. El acetileno obtenido de carburo cálcico recorría diversas fábricas para dar lugar a multitud de compuestos orgánicos. Uno de lo compuestos, el acetaldehido, tenía destino en la fabricación de plásticos. Para hidratar el acetileno y dar así vida al acetaldehido, se empleaba mercurio como catalizador, proceso en el que se forma metilmercurio. Muchas veces he escuchado historias de viejos trabajadores de las plantas químicas, comentando cómo algunos tenían que bajar a los fosos de un edificio al que llamaban “de barros”, pues era allí donde se acumulaba, en canalillos profundos, el catalizador que era recuperado, metilmercurio mezclado con diversos residuos.
El metal era recogido con palas, sí, con simples palas y vertido en bidones que se enviaban a la planta de catalizadores para su depuración. Cuentan que muchos de los que bajaban a los fosos de mercurio murieron de forma prematura y de males muy extraños. Desconozco si el metal líquido tendría algo que ver en el asunto aunque las sospechas ahí están. No se dieron casos como en Minamata, aunque alguna vez sí llegó mercurio a un río cercano.
Lo más sorprendente del caso Minamata está en la tardanza en reconocerse los hechos. No fue por simple desidia, había algo que fallaba. Los análisis indicaban que las aguas contenían mercurio, pero en concentraciones muy pequeñas. Cuando se dieron cuenta de que los metales pesados se concentraban en el tejido de los peces ya era demasiado tarde, se había dejado pasar mucho tiempo y numerosas personas habían consumido el pescado contaminado.
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