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6 de marzo de 2017

MARIDOS FEMENINOS EN ÁFRICA: LA CONSTRUCCIÓN CULTURAL DEL CONCEPTO DE HOMBRE




Publicado por Encarna Lorenzo 

La adopción ha sido, tradicionalmente, el único medio en nuestra cultura occidental para suplir la carencia de hijos en el matrimonio. Rotos los vínculos con sus progenitores, el adoptado se incorpora a su nueva familia a todos los efectos. Asegurará la continuidad de su descendencia y la transmisión de la herencia de los adoptantes. Pero ¿qué solución dan otras culturas a estos problemas? Examinaremos el caso de los Nandi de Kenia occidental, un pueblo nilótico estudiado por la antropóloga Regina Smith Oboler en “¿Es el marido femenino un hombre? Matrimonio entre mujeres entre los Nandi de Kenia” (1980).


1. Familia y propiedad en Kenia.

En las verdes colinas de las Tierras Altas del Valle del Rift, los Nandi, una etnia próspera que cuenta con una organización militar, cultivan el té y el maíz y se dedican, sobre todo, al pastoreo. Para cubrir las necesidades de mano de obra, los pueblos africanos no recurren a la contratación laboral. En lugar de nuestras familias nucleares, reducidas en el número de sus componentes, su modelo de parentesco es la familia patriarcal extensa. Practican la poliginia, de manera que aumentan la capacidad productiva de las granjas con el trabajo de las diferentes esposas y de la progenie habida en esas uniones.

Cuando contraen matrimonio, las jóvenes Nandi abandonan el poblado donde crecieron y pasan a vivir en un alojamiento propio en la comunidad a la que pertenece el novio (residencia patrilocal), incorporándose a su clan desde la ceremonia. Para su mantenimiento y el de los hijos, el marido le adjudica una porción de sus bienes igual a la que tienen concedida las otras esposas, con independencia de los hijos que pueda alumbrar cada una.

En compensación por la entrega de la novia, el padre de esta recibe un número determinado de cabezas de ganado. Ese trueque no constituye para ellos una operación mercantil sino un intercambio de riquezas que sirve para entablar alianzas con otros clanes. Creando extensas redes de parentesco consanguíneo y afín, se aseguran la ayuda y protección de sus aliados, lo que resulta particularmente necesario en un sistema que carece de nuestros mecanismos para cobertura social de las situaciones de infortunio.


Al varón Nandi le corresponden, en exclusiva, las facultades de administración y control de la tierra y las reses. Solo los hijos varones pueden heredarlas pero deben recibirlas a través de su madre. Esto significa que, si una mujer no deja descendencia masculina, los bienes revierten a los hijos de las otras esposas o a los hermanos del marido, situación que consideran particularmente indeseable. Un posible remedio sería la “compra” o adopción de un niño procedente de los pueblos vecinos, pero los padres raramente están dispuestos a desprenderse de sus hijos. En otros tiempos, las mujeres estériles podían solicitar la entrega de los bebés de madres solteras para salvarlos de la muerte pero ahora, afortunadamente, esos infanticidios están prohibidos. Otra opción es “casar con la casa” a la hija menor, esto es, retener a sus hijos varones como herederos, pero esta fórmula es todavía reciente y no cuenta con demasiada aceptación social. Lo más frecuente es el matrimonio entre mujeres, que no tiene la menor relación con el lesbianismo sino con un estricto problema de derecho sucesorio: la necesidad de asegurar un heredero masculino. A pesar de tratarse de una costumbre muy extendida entre diferentes pueblos africanos, ha recibido escasa atención por parte de los antropólogos, destacando el trabajo de Evans-Pritchard sobre los Nuer del Sudán y, especialmente, la investigación de R. Smith Oboler en Kenia.

2.El matrimonio de mujeres entre los Nandi
Cuando la edad avanzada de una mujer hace presumir que ya no logrará concebir más hijos, puede buscar una joven adecuada para contraer matrimonio con ella. Esta ficción cambia oficialmente el género de la mujer estéril, convirtiéndola en varón a los ojos del grupo social. A pesar lo anómalo de la relación, existen candidatas dispuestas a contraer este vínculo cuando no son capaces de encontrar un hombre para casarse, ya sea por sus condiciones físicas o por el daño causado a su reputación por un embarazo prematrimonial. Pero también pueden concurrir otras motivaciones, como el elevado precio de la novia que puede llegar a obtenerse, el ascenso en la jerarquía social al entrar a formar parte de una familia rica o el simple deseo de una vida más libre, de escapar a la estrecha dominación de un esposo varón autoritario, celoso y con derecho a corregir con medios violentos.

La joven contrayente vivirá en una cabaña junto a la del marido femenino y allí recibirá la visita del compañero sexual que escoja libremente. El padre biológico no contrae ninguna obligación ni ostenta derechos sobre su descendencia, pues corresponden íntegramente al marido femenino, en su calidad de padre social y legal.

3.El género del marido femenino

La mujer que desempeña el papel de marido femenino es conceptuada socialmente como un varón, y ello lo entienden como un dogma público indiscutible. Aunque los Nandi sean plenamente conscientes de su naturaleza biológica femenina, todos se comportan con ella como si se tratara de un hombre pero, a su vez, la interesada también debe ajustar su actuación al estatus masculino que ha adquirido. Así, ostenta facultades para administrar su patrimonio, ejerce la autoridad sobre su esposa e hijos y se responsabiliza de su sustento. Está exenta de realizar los trabajos femeninos, como cocinar, lavar, limpiar o transportar el agua. Tales servicios los recibirá de su esposa. Igualmente, tiene derecho a intervenir en los asuntos políticos de la comunidad, tomando la palabra en público. Ya no podrá asistir a las ceremonias de iniciación de las niñas y, en cambio, participará en la circuncisión de los jóvenes. Sobre todo, está obligada a observar una rigurosa prohibición de mantener relaciones sexuales con ningún hombre, ya sea su esposo u otro. La razón es clara: si, con motivo de las mismas, llegara a quedarse embarazada, la ficción quedaría seriamente comprometida. Se espera también que el marido femenino adopte, en alguna medida, el vestido y adornos varoniles. En teoría, debe llevar a cabo las tareas masculinas, en la matanza, los duros trabajos agrícolas y la construcción de la casa y los cercados pero, en la práctica, se la exime por razón de su edad.



Por la mañana, ambas mujeres salen juntas a trabajar al campo y, a la vuelta, la esposa se ocupa de las tareas del hogar mientras el marido femenino da un paseo o se entretiene charlando con los hombres, como haría cualquier esposo. Pero, como constata S. Oboler, los maridos femeninos no suelen tener demasiado interés en esos encuentros varoniles ni en la participación en la vida pública.

4.La contaminación ritual: El Kerek


Del artículo de R. Smith Oboler me ha llamado la atención, particularmente, un asunto que aparece en él como marginal: el marido femenino, entre sus obligaciones como supuesto varón, ha de evitar el contacto con las mujeres y los bebés. Esa relación se considera perjudicial debido al kerek, una sustancia contaminante que los Nandi creen que emana de los recién nacidos y que se contagia a las mujeres por el hecho de cuidarlos. Atribuyen al kerek la virtualidad de debilitar los atributos masculinos: los hombres pierden su valor guerrero y se vuelven estúpidos, débiles e indecisos. Realmente resulta una forma curiosa de explicar los defectos habitualmente atribuidos al sexo femenino, con los que se justifica su subordinación y apartamiento de la escena pública.

El kerek es también el vehículo para articular un tabú muy frecuente, el que se refiere al contacto postparto entre los esposos. Aunque los jóvenes Nandi ya no creen en poluciones rituales, en otros tiempos el marido abandonaba la casa hasta que el niño cumplía un año. Era una forma de evitar embarazos demasiado frecuentes.

En cuanto al efecto del kerek sobre el marido femenino, la autora registra opiniones contradictorias entre los informantes: para algunos no tendría la menor influencia, dado que no desempeña funciones guerreras. Para otros, es causa de un envejecimiento más rápido y de enfermedades en la piel. Para evitarlos, el marido femenino sigue el patrón de comportamiento paterno respecto a los hijos: distante, frío y reservado, para dar más fuerza a su autoridad disciplinaria.

5.Un género ambiguo y contextual

Uno de los grandes aciertos del estudio realizado por Smith Oboler es acentuar cómo el marido femenino asume su rol de varón con una intensidad variable, según el grado en que estén implicados los fines esenciales de esta institución consuetudinaria. Así, en lo que se refiere al control de la propiedad familiar, la concordancia con el estereotipo masculino es absoluta. Pero caben comportamientos diferentes según el contexto. Aunque lo usual es que el marido femenino sea una viuda, nada impide que contraiga ese matrimonio en vida de su cónyuge. En tal caso, la nueva esposa puede realizar los trabajos domésticos para ambos o bien, en una significativa duplicidad, el marido femenino continuará realizando las tareas del hogar para su esposo, respecto del cual sigue siendo una mujer.


Aunque los integrantes del grupo social afirman que el marido femenino se comporta siempre como el hombre en que se ha convertido, la investigación etnográfica demostró que, en realidad, no participan de la vida pública ni acuden a las ceremonias de iniciación masculina. Solo algunos participaron antes del matrimonio, como una magia “simpática” para intentar propiciar la concepción de un varón. Tampoco llevan a cabo los trabajos característicos de los hombres, pero no tanto por problemas de edad o salud sino, sencillamente, porque no saben hacerlos. Lo que sucede es que, en aras a mantener una ficción socialmente necesaria, intentan racionalizar esas divergencias sobre el modelo masculino con excusas ad hoc o explicaciones que consideran aceptables pero que son falsas.

6.La actualidad del matrimonio entre mujeres

Un primer aspecto a resaltar de esta tradición Nandi es que representa para las mujeres una ventana abierta hacia la libertad. A diferencia de otros pueblos, en que rige el levirato, las viudas Nandi sin hijos no están obligadas a casarse con el hermano de su esposo difunto. En cambio, están utilizando el matrimonio entre mujeres como un foco de resistencia contra la reducción de sus derechos de usufructo sobre la tierra, derivada de la implantación de un registro público de las propiedades. Esto ha conllevado un sensible incremento del número de matrimonios femeninos, que la investigadora ya había cifrado en un 3% en la década de los 70’.


Por otra parte, si los gobiernos coloniales la consideraron una práctica primitiva e inaceptable desde sus prejuicios etnocéntricos, sin atender a su significado y fin social característicos, el artículo 11 de la Constitución de Kenia, promulgada en 2010, ampara las costumbres de su cultura tradicional. Ello permitió a la Corte Suprema de Mombasa, en 2011, declarar la validez del matrimonio entre mujeres y el derecho de la esposa supérstite a administrar los bienes transmitidos a sus hijos por el marido femenino. Lo extraordinario de este caso judicial es que el juicio y la sentencia se basaron en el artículo de la Doctora Smith Oboler que estamos comentando aquí, lo que pone de manifiesto la relevancia jurídica al más alto nivel que pueden llegar a tener los estudios etnográficos.

Pese a esos méritos, la antropóloga social holandesa Saskia E. Wieringa, que se ha ocupado del estudio de la homosexualidad femenina en diversas culturas, ha formulado una crítica contra lo que califica como miopía por parte de Smith Oboler. Aunque tiene una función hereditaria, es obvio que también constituye una posible vía de salida para las relaciones homoeróticas entre mujeres. Y, de hecho, Regina S. Oboler registró que a algunas de las entrevistadas les atraía más este tipo de matrimonio, si bien no indagó por qué.


Pero, sobre todo, esta figura puede servirnos como linterna para iluminar un hecho fundamental: el género es una construcción enteramente cultural. Es el conjunto de características que se asocian por convención a cada sexo y que varían entre las distintas sociedades y a lo largo de la historia. La buena noticia es que, al no depender de la biología en todos sus aspectos, podemos trabajar para cambiarlas hacia un modelo más justo e igualitario.

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