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28 de marzo de 2017

LAS ULIDZAN, LAS MUJERES SIN HOMBRES.



A continuacion les presento un mito aborigen Arekuna, que por su similitud con el mito griego de las amazonas vale la pena leer y comparar.

En al gran selva cálida y fangosa que esta regada por el Parima, y cruzada de arroyos y quebradas espumantes, cerca ya de la sierra de murupu, se eleva la rocosa montaña Ulidzan, invadida unas veces de silencio y alegrada otras con la algarabía de los monos, el graznar de las lechuzas o el chillar estridente de los guacamayos y los arrendajos.

Entre los tupidos bejucales de aquel cerro hicieron hace muchas lunas su maloka las mujeres sin hombre, que se llamaron Ulidzan, como la montaña que habitaban. Estas recias hembras cobrizas sabían tensar el arco para derribar en el bosque a los báquiros y a las dantas, y manejaban ágilmente enormes cerbatanas, con las que disparaban flechas envenenadas de curare, para tumbar las bandadas de paujies que cruzan el cielo.

Fabricaban también trampas para pescar, hechas de retorcidos juncos, y desbrozaban en bancales los cerros para plantar yuca y ñame. Hacían, en fin, todos los trabajos que son propios de los hombres, porque ellas Vivian solitarias en su montaña, como perdido grupo de morichales en la llanura, sin aceptar en su compañía hombre ninguno.

Sucedía a veces que algún taurepan o arekuna u otro cualquiera de una tribu vecina se veía sorprendido en el bosque por la oscuridad, si Wei (el sol) se marchaba a descansar en su canoa antes de que el hombre hubiese vuelto de la caza o de buscar miel en la montaña.

Y el cazador extraviado, tratando de hallar su camino, iba a parar al cerro donde Vivian las mujeres sin hombre, orientando por las fogatas prendidas para espantar tigres. Cuando descubría aquel extraño poblado, en el que la tribu estaba formada por mujeres, el hombre les preguntaba con recelo:

-¿Me dejaran pasar la noche aquí?

-Si – le contestaban las mujeres -, y tendrás que ser el marido de una de nosotras.

Las ulidzan conducían entonces al hombre a sus redondas viviendas, hechas de troncos de árbol, dentro de las que pendían, balanceándose, los chinchorros de fibra, iluminados por la candela.

De aquellos chinchorros colgaban keveis y las sonatijas anunciaban a todas las ulidzan que una de ellas había sido la mujer del extranjero. No podía quedarse el hombre a vivir en la maloka, y al siguiente día tenia que regresar junto a las gentes de su tribu. Si de la unión del hombre con la ulidzan nacía un varón, inmediatamente lo mataban, pero si nacía una hembra, la cuidaban con esmero, puesto que ella seria mas tarde otra compañera de las mujeres solitarias.

Cuando el paso de las lunas marcaba de surcos el rostro de alguna vieja ulidzan; cuando los brazos no podían ya sostener el arco ni socavar la tierra de las plantaciones, ella misma pedía a las demás que la matasen y la enterraran. La mataban entonces en su propia casa y colocaban su cuerpo bajo la tierra, entre palos y barro.

Luego destruían las totumas y calabazas que le habían servido, su arco y sus flechas, para que el espíritu de la muerta no creyese que aun podía conservar las osas que le habían pertenecido en vida. Por ultimo, cerrando la choza, la abandonaban.

Y la sombra de la vieja ulidzan, separada del cuerpo, se marchaba por el camino luminoso de los cielos, aquel que esta alumbrado por las hijas de la luna, hasta encontrar el lugar donde residen las sombras de todos los muertos. Mas tarde, las ulidzan se dividieron en dos tribus. La mitad de ellas fue a levantar sus malokas en una montaña que esta mas allá del Tacurú, del lado por donde Wei desaparece cada día, y la otra mitad se quedo en la montaña Ulidzan.

Pero después que paso mucho tiempo, en el que kapei, la luna recorrió noches y noches su camino y las lluvias sucedieron a la sequia, las mujeres ulidzan se convirtieron en Mauaries, los malignos espíritus que habitan en las montañas, y así transformadas, se quedaron ocultas entre la maleza, detrás de los arboles, sobre las rocas y debajo de las aguas. De esta, manera desaparecieron aquellas bravas ulidzan, que hace muchas lunas vivieron en el valle del Uraricuera.

FUENTE:
Kuai-Mare. mitos aborigenes de Venezuela por Maria Manuela de Cora.

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