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3 de marzo de 2017

LA VERDADERA IMAGEN DE CLEOPATRA VII


Para cerrar definitivamente el círculo de artículos sobre Cleopatra VII, no podía faltar este último estudio e investigación en busca de la verdad sobre su imagen.

Sea como fuere, no cabe duda de que gozaba de las virtudes capaces de hechizar a dos de los hombres más poderosos de su época y a punto estuvo de conquistar al mundo entero con ellas.

El último faraón de Egipto fue una mujer: Cleopatra VII Filópator, hija del rey Ptolomeo XII y de su hermana-esposa Cleopatra VI. Con su muerte comienza la agonía de una civilización fascinante y milenaria que “morirá” en el siglo IV d. C., cuando el emperador romano Teodosio I prohibió el culto a los dioses paganos y el emperador bizantino Justiniano I ordenó el cierre del templo de Isis, en la isla de Filas.

La imagen que de ella nos ha llegado es contradictoria, basada en parte, en los ataques de Virgilio, Horacio, Propercio, los poetas que ensalzaron la figura de Octavio-Augusto, y que pertenecían al círculo literario de Mecenas que, como es sabido era su gran amigo, y también de Cicerón y en datos indirectos suministrados por historiadores al servicio de la propaganda de los vencederos romanos: reina pérfida, voluptuosa, ambiciosa, devoradora de hombres, maestra de ardides mediante las que embrujó a los generales romanos Julio César y Marco Antonio. Estas afirmaciones, no eran muy diferentes a las que hacían de Livia para con Octavio; Cleopatra controlaba a Marco Antonio, lo mismo que Livia controlaba a Octavio-Augusto, dos mujeres con ansias de poder y perpetuidad histórica, la una lo consiguió por ser reina de Egipto y la otra no. Esa leyenda negra fue recogida, entre otros, por el escritor renacentista, Boccaccio en su obra De Claris Mulieribus (1360-1374), que tradujo a las lenguas romances:

Empero no fue tan esclarecida ni alcançó tanta fama por ser de linage tan alto y muy festejada por muchos grandes señores, quanto por haver sido muy fermosa; antes, por la contra, por su avaricia, luxuria, dissolución, crueza y desorden fue por todo el mundo más conocida.

La figura de Cleopatra VII ha sido un filón inagotable para pintores y escritores, como Shakespeare (Marco Antonio y Cleopatra) y George Bernard Shaw (César y Cleopatra) y su rostro ficticio también llegó al cine con Elizabeth Taylor (Cleopatra).

¿Cómo era su imagen real? Se conservan algunos bustos y dos tipos de monedas. En una de ellas aparece como la caricatura de una mujer madura en la frontera de la ancianidad, con una nariz ganchuda, digna del poema de Quevedo. Marco Antonio que figura en la otra cara de la moneda, y del que no cabe duda que fue un hombre de aspecto agraciado, aparece con la mandíbula de un anciano desdentado, lo que quita toda validez a la hipótesis de que las imágenes de éstas monedas, de tan tosca factura, se correspondan con las reales, se cree que se hicieron por orden de Octavio-Augusto tras sus muertes, para ridiculizarlos, y que las antiguas fueron fundidas para su botín…

Es posible que nunca lleguemos a conocer su imagen real, pero cabe suponer que, como poco, encerraba algún tipo de belleza que supo realzar gracias a las técnicas evolucionadas del maquillaje y perfumería egipcios. Tenía los ojos claros, el pelo rubio o castaño claro y la piel blanca, que cuidaba con sus famosos baños de leche de burra (antes no había protección solar y en Egipto el sol era, y es, muy fuerte), recordemos que Cleopatra VII y sus antecesores no eran egipcios (africanos) sino greco-macedónicos o sea europeos. Floro y Apiano hablan de su belleza. La famosa descripción de Plutarco no puede interpretarse en el sentido de que no fuera una mujer agraciada:

Dicen que su belleza no era incomparable y no atraía a primera vista. Pero su forma de hablar tenía un irresistible embrujo. Su apariencia, junto con el encanto de su habla y su personalidad, eran un aguijón que hería el corazón. Su voz era dulce. Sabía muchas lenguas y por ello muy pocas veces necesitaba un intérprete…

En efecto, fue la única representante de la dinastía Lágida que se preocupó de aprender el egipcio (además de otras seis lenguas), ya que los demás sólo hablaban en griego.

Según Dión Casio:

Era una mujer de extraordinaria belleza y en su mejor época era muy atractiva; poseía una voz encantadora y tenía el arte de ganarse la simpatía de la gente…

Su historia puede vislumbrarse a través de Plutarco (Vidas paralelas. Historias de Julio César y de Marco Antonio) y de Cayo Suetonio (Vida de los doce césares).

Sin duda, las relaciones sentimentales que mantuvo con Julio César y Marco Antonio tuvieron un componente político. Todo apunta a que Julio César ambicionaba restaurar el antiguo imperio de Alejandro Magno. Suetonio hace referencia a un sueño que tuvo César en Gadir (Cádiz, España), en el que se profetizaba que obtendría el imperio…

Viendo cerca de un templo de Hércules la estatua de Alejandro Magno, suspiró profundamente como lamentando su inanición; y censurando no haber realizado todavía nada digno a la misma edad en que Alejandro ya había conquistado el mundo, dimitió en seguida su cargo para regresar a Roma y aguardar en ella la oportunidad de grandes acontecimientos…

Este sueño se relacionó con la visita a la estatua de Alejandro Magno, en un templo de Hércules. Por otra parte, Cleopatra VII Filópator, descendiente de Ptolomeo I Sóter (general y amigo de Alejandro, quizás hermanastro), soñaba con resucitar el imperio faraónico. César tuvo el atrevimiento de representarla en una estatua de oro como Venus Genitrix en Roma, de quien se consideraba descendiente. Cleopatra y Marco Antonio vuelven a compartir el mismo sueño oriental. Si en la batalla de Accio, en la que se enfrentaron las fuerzas de Octavio Cayo Julio César Augusto contra las de Marco Antonio y Cleopatra VII, no hubiera vencido Octavio-Augusto, el eje geopolítico del nuevo imperio no habría sido Roma, ¿quizás Alejandría?, nunca lo sabremos.

Sin embargo, si estas relaciones no contaran con algo más que un componente de interés político, Suetonio no hubiera dicho de Julio César:

A la reina que más amó fue a Cleopatra VII, con la que frecuentemente prolongó festines hasta la nueva aurora, y en nave suntuosamente aparejada se hubiera adentrado en ella desde Egipto hasta Etiopía si el ejército no se hubiera negado a seguirle…

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