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30 de agosto de 2017

PROSTITUCIÓN SAGRADA – UN NEGOCIO POCO EXPLOTADO EN LA ANTIGUEDAD


Como ven, un tema difícil. Lamentablemente, no pude hacer investigaciones de campo (¡ay!), por razones obvias, por lo que tuve que contentarme con referencias de terceros, generalmente aburridos historiadores que no transmiten la vivencia de lo relatado.

Dejaré de lado la prostitución como medio de vida de profesionales independientes o sujetas a intermediarios rufianescos y violentos. Tampoco recorreré la prostitución artística (cine, teatro y TV) porque abunda en las revistas especializadas. Sólo veremos la relacionada con el culto y los templos, y de estos los antiguos, para no escandalizar a la Curia. La oferta de actos sexuales a los dioses que los cobijan y fomentan es antiquísima, diríamos que de los comienzos de la civilización. A veces relacionadas con la fertilidad y a veces al puro disfrute sexual han existido diosas desde los comienzos de la historia, y seguramente aún en la prehistoria. Encontramos a lo largo del Neolítico las primeras figuras humanas femeninas que simbolizan a estas Diosas como la Venus de Willendorf que data del 30.000 al 25.000 a. C. Militta, Anukis, Inanna, Ishtar, Astarté, Atargatis, Isis, Afrodita, Venus, se veneraron en la Mesopotamia, Egipto, Babilonia, Canaan, Siria, Grecia y Roma. En Israel, en cambio Jehová era un dios muy serio y misógino que no admitía bromas con el tema y eliminó de raíz la sacralización de la prostitución. Es más, la combatió, condenó y trató (sin éxito, por supuesto) de eliminarla. El Cristianismo, como heredero del judaísmo, siguió con la misma corriente, y ni hablemos del protestantismo. El fracaso fue unánime y estrepitoso, pero al menos (por ahora) no tenemos prostitución en los templos (volveré sobre el tema)

Volvamos a la antigüedad. Leamos a Herodoto, el “Padre de la Historia” (siglo V a.C.), en su Historia, Libro I, cap. 99: 

“La costumbre más infame que hay entre los Babilonios, es la de que toda mujer natural del país se prostituya una vez en la vida con algún forastero, estando sentada en el templo de Venus. Es verdad que muchas mujeres principales, orgullosas por su opulencia, se desdeñan de mezclarse en la turba con las demás, y lo que hacen es ir en un carruaje cubierto y quedarse cerca del templo, siguiéndolas una gran comitiva de criados. Pero las otras, conformándose con el uso, se sientan en el templo, adornada la cabeza de cintas y cordoncillos, y al paso que las unas vienen, las otras se van. Entre las filas de las mujeres quedan abiertas de una parte a la otra unas como calles, tiradas a cordel, por las cuales van pasando los forasteros y escogen la que les agrada.

Después que una mujer se ha sentado allí, no vuelve a su casa hasta tanto que alguno la eche dinero en el regazo, y sacándola del templo satisfaga el objeto de su venida. Al echar el dinero debe decirle: «Invoco en favor tuyo a la diosa Mylitta,» que este es el nombre que dan a Venus los Asirios: no es lícito rehusar el dinero, sea mucho o poco, porque se le considera como una ofrenda sagrada. Ninguna mujer puede desechar al que la escoge, siendo indispensable que le siga, y después de cumplir con lo que debe a la diosa, se retira a su casa. Desde entonces no es posible conquistarlas otra vez a fuerza de dones. Las que sobresalen por su hermosura, bien presto quedan desobligadas; pero las que no son bien parecidas, suelen tardar mucho tiempo en satisfacer a la ley, y no pocas permanecen allí por el espacio de tres y cuatro años. Una ley semejante está en uso en cierta parte de Chipre.”

La escena es llena de colorido. Imaginamos a las ricachonas recibiendo a su galán dentro de su carruaje cubierto, mientras las otras esperan haciendo la calle adornadas con cintitas. Las feas, pobres, esperando durante años hasta que algún viajero compasivo o corto de vista les hace el favor. El dinero recaudado, por supuesto, va a poder de la diosa, o de sus sacerdotes, por ejemplo “para reparar los tejados del templo” o alguna otra añagaza similar.

Reparemos que las que se ofrecen en el templo son presuntamente vírgenes (nadie se va a poner a averiguar el asunto) y que se van a su casa apenas dejan de serlo. Quedan así listas para casarse, o bien para correrla durante un tiempo y luego decirle al novio que fue sólo una vez en el templo. Perfecto. 

Es de imaginar la fila de ansiosos varones que se formaría en los templos en cuanto se anunciara el futuro casamiento de alguna belleza, esperando la llegada de la novia para cumplir con las preliminares. Cosas que nos hemos perdido gracias al judeocristianismo. Estas eran las de “una vez y basta”, pero existía otra categoría, alojada en forma permanente en los templos apropiados, de vírgenes (sólo de nombre) dedicadas a calmar los ardores de los extranjeros que llegaban a la ciudad (los ciudadanos locales se las debían arreglar como pudieran), en honor de la diosa, por supuesto, y previo pago de la “limosna sagrada” destinada a la diosa, o al siempre averiado techo del templo. Recibían el armonioso nombre de “hierodulas” (ahora las llamaríamos de otra forma) y tomaban la cosa como un sacrificio grato a la diosa. El servicio no era de por vida; cuando la oficiante ya estaba muy gastada o había perdido el entusiasmo y había quejas de los fieles se la reemplazaba por una sacerdotisa más atractiva y devota. Como vemos, virgen o hierodula el templo y sus sacerdotes oficiaban de gigolos con licencia. 

Las hieródulas practicaban el amor venal o prostitución sagrada, y a cambio la diosa derramaba fecundidad y prosperidad económica a todas las mujeres de Babilonia. Ser prostituta sagrada significaba un honor para las familias de estas jóvenes “vírgenes”. El ser prostituta sagrada suponía un acto de sacralidad y misticismo, y el acto en sí tenía el significado de un sacramento. Y bueno… 

La ofrenda ritual de las vírgenes se encuentra igualmente en la India, en los templos de Jaggernaut, para “alimentar” a la divinidad, es decir, para activar eficazmente su presencia. En muchos casos, las danzarinas de los templos cumplían la misma función sacerdotal que las hierodulas de Ishtar y de Mylitta, y sus danzas consteladas de gestos simbólico-evocadores presentaban generalmente carácter sagrado. También su “prostitución” era sagrada. Por eso incluso familias muy destacadas consideraban un honor, y no una vergüenza, que sus hijas fuesen consagradas desde la más tierna edad a este servicio en los templos. Con el nombre de devadási, a estas mujeres se las consideraba a veces las esposas de un dios. En tal caso, eran las mujeres destinadas a servir genéricamente de fuego en la unión sexual.

Un capítulo aparte lo constituyen los antiquísimos ritos de fertilidad, generalmente llevados a cabo por sacerdotes o representantes del dios con la prostituta sagrada que representaba a la Madre Tierra. La Biblia habla de las “abominaciones canaanitas”, en términos de prácticas sexuales ofensivas porque eran efectuadas en honor a dioses lascivos locales, pero no habla de la práctica, extendida y confirmada, de la prostitución sagrada en Babilonia. Cosas de la Biblia.

http://histonotas.blogspot.com.ar

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