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26 de junio de 2017

La Puerta Sellada de Tutankamón; Riquezas y Maldiciones


El poder de la maldición como fuerza disuasoria dependía en gran medida de dónde estaba situada. Aunque las maldiciones habitualmente no eran utilizadas en las propias tumbas del antiguo Egipto, sí que se empleaban en ocasiones para la protección del enterramiento.

Dichas maldiciones estarían inscritas en la capilla de la tumba, en la parte más pública del complejo y también sobre paredes, puertas falsas, estelas, estatuas y a veces incluso sarcófagos. Entre las maldiciones más insólitas destacaba la “Maldición del Asno” que amenazaba al saqueador de la tumba con ser violado por un asno, el animal representativo de Seth. 

La leyendas que rodean a las supuestas “Maldiciones de los Faraones” comenzaron alrededor del siglo VII, cuando los árabes conquistaron Egipto y no eran aún capaces de leer los jeroglíficos (que no serían descifrados hasta principios del siglo XIX). La conservación de las momias debió de ser algo extraño de contemplar. Los escritores árabes advertían a la gente de que no molestara a las momias ni profanasen sus tumbas pues sabían que los egipcios practicaban la magia durante los ritos funerarios. El primer libro publicado sobre una maldición egipcia apareció en 1699 y le seguirían muchos centenares más.

La apertura de la tumba del Faraón Tutankamón en 1923, es probablemente el caso más famoso de maldición de una tumba. Dicha apertura provocó que cundiera el pánico y extendió la creencia en “la maldición de los Faraones”. Varias personas que estaban presentes en el momento de abrir la tumba murieron antes de tiempo, en extrañas circunstancias. La mayor parte de las versiones de esta historia cuenta cómo Howard Carter, arqueólogo inglés jefe de la excavación, descubrió una tablilla de arcilla en la antecámara de la tumba. Unos días después de catalogarla, un miembro del equipo descifró el jeroglífico. La presunta maldición decía, “la muerte matará con sus alas a quien ose interrumpir la paz del faraón “. Sin embargo, nunca se ha encontrado prueba alguna ni documento acerca de la existencia de esta tablilla, asumiéndose que, o simplemente desapareció o se trata.

La primera señal de la maldición tuvo lugar cuando Carter envió a un mensajero a su casa. A su llegada, el mensajero oyó un grito ahogado y vio al canario de Carter siendo devorado por una cobra, símbolo de la monarquía egipcia. Siete semanas antes de la apertura de la tumba, el Conde de Carnarvon, co-descubridor de ésta junto a Clark, había muerto por culpa de las complicaciones provocadas tras una picadura de mosquito.

Los escépticos defienden que muchos otros que visitaron la tumba o que ayudaron a descubrirla vivieron por largo tiempo y gozaron de buena salud. Un estudio demostró que de las 58 personas que estaban presentes cuando la tumba y el sarcófago fueron abiertos, sólo ocho murieron en los 12 años posteriores al hallazgo. Todos los demás siguieron vivos, incluyendo a Howard Carter, que murió a causa de un linfoma en 1939 a la edad de 64 años.

El apasionante relato de Howard Carter sobre el hallazgo de la tumba de Tutankamón


El histórico 6 de noviembre de 1922, Howard Carter mandó a Inglaterra un escueto pero claro telegrama a Lord Carnarvon que decía: “Realizado en el Valle descubrimiento maravilloso. Tumba sorprendente con sellos intactos. He cubierto todo hasta su llegada. ¡Mi felicitación!”. La tarde del 24 de noviembre, Lord Carnarvon y Howard Carter se pararon frente a la puerta sellada y vieron el nombre escrito: Tutankhamón. También vieron que los profanadores la habían visitado en algún momento de su historia, ya que la puerta había sido sellada en dos oportunidades, pero para su alegría y emoción, el sello más antiguo, el original era el de Tutankhamón.

Después de varios días de intenso trabajo, a unos diez metros de la primera puerta, encontraron una segunda con los sellos intactos de Tutankhamón. Hicieron un agujero en la puerta y por allí Carter pudo ver el interior, solo alumbrado por la débil luz de una vela. El experimentado arqueólogo estuvo varios minutos mirando absorto, hasta que Carnarvon le preguntó si veía algo, obteniendo como respuesta las emocionadas palabras “¡Sí, algo maravilloso!”.


«Estoy seguro de que nunca en toda la historia de las excavaciones se había visto un espectáculo tan sorprendente como el que nos revelaba la luz de la linterna», aseguró después Carter que describió con todo lujo de detalles la escena, con los «tres sofás dorados cuyos lados estaban tallados en forma de animales monstruosos», «dos figuras negras de tamaño natural de un rey, una frente a otra como centinelas», cofres, vasos de alabastro, sillas bellamente trabajadas, un trono de oro con incrustaciones, un confuso montón de carros derribados...

«El alcance de nuestro descubrimiento nos había tomado por sorpresa y estábamos completamente desprevenidos para manejar la multitud de objetos que había delante de nuestros ojos, muchos de ellos en condición precaria y necesitados de un cuidadoso tratamiento de preservación antes de que pudiéramos tocarlos», continuó Carter. Los trabajos de preservar, documentar, catalogar y empaquetar todo aquello, así como dejar constancia fotográfica de su lugar original llevó su tiempo. Carter contactó para ello con expertos de cada especialidad y dejar constancia de dicho acontecimiento historico.


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