Lenin murió el 21 de enero de 1924. El primer presidente de la Unión Soviética falleció en Gorki, a los 53 años de edad y las conclusiones de la autopsia que se le practicó señalaron una arterioesclerosis que le provocó cuatro infartos cerebrales como causa de la muerte. Pero, curiosamente, sólo 8, de los 23 médicos que intervinieron en el análisis del cadáver accedieron a firmar tales conclusiones.
Trotsky acusó a Stalin de haber envenenado a Lenin. Decía que lo había hecho por medio de Genri Grigórievich Yagoda, que en esa época era agente de la Cheka, la organización de espionaje soviético que se transformó en la NKVD, de la que fue director Yagoda años después, entre 1934 y 1936 y que para lograrlo había utilizado arsénico.
Una parte importante de los datos en los que Trotsky se basaba para hacer tal afirmación eran las memorias médicas que revelaban rastros de arsénico en el cuerpo de Lenin. Y efectivamente, durante años recibió éste un tratamiento a base de arsénico y yoduro de potasio, pero no fue sino hasta muchos años después cuando se conoció la verdadera causa de la muerte de Lenin: un análisis de 2 psiquiatras y un neurólogo, publicado en la Revista Europea de Neurología, reveló que el líder soviético murió de sífilis.
En realidad, el tratamiento a base de arsénico y yoduro de potasio comenzó desde 1896, cuando contrajo la enfermedad venérea. Más de dos décadas después, el 30 de agosto de 1918, recibió 3 tiros que le disparó la activista Fanni Kaplán, uno sólo atravesó el abrigo, otro pegó en un hombro y el tercero en un pulmón. Por este motivo se creía que su salud deteriorada de los últimos días se derivaba del atentado. Trotsky, por su parte afirmaba que había sido envenenado por Stalin y la verdadera causante de su muerte, ahora se sabe, fue la sífilis. Kaplán, por cierto, fue ejecutada apresuradamente cuatro días después.
No era, sin embargo, aventurada la afirmación de Trotsky. Stalin acabó con todos los que consideraba sus enemigos, reales o no, enviando sicarios a asesinarlos mediante cualquier forma posible y fue el caso del mismo Lev Davidovich Bronstein, mejor conocido como León Trotsky.
Lenin, en su lecho de muerte, advirtió a los miembros del Comité Central de su partido que no confiaran en Stalin, pero ya era tarde, éste maniobró de tal manera que logró la expulsión de Davidovich del partido, posteriormente lo exilió a Kazajstán y finalmente de la Unión Soviética, en 1929. Fue el principio del fin para el creador de la Cuarta Internacional. Once años después sería asesinado en México.
Trotsky comenzó en Constantinopla un largo peregrinar por diversos países, que no lo aceptaban como refugiado político, fue el caso de Francia, Noruega e Inglaterra. México lo acogió y el líder soviético llegó a su patria adoptiva el 9 de enero de 1937.
Frida Kahlo lo recibió en Tampico y lo acompañó en el tren presidencial en su recorrido hacia su destino final, la Ciudad de México. Le dio asilo en su propia casa, la “Casa Azul”, de San Ángel, donde vivió hasta la ruptura con Diego Rivera, en 1939 y luego se trasladó al que sería su hogar durante unos meses, su última morada, en el número 19 de la calle de Viena, en Coyoacán (En la actualidad es el número 45).
Stalin había dado la orden de asesinar a Trotsky al precio que fuera y Laurenti Beria, director de la agencia soviética de espionaje, la NKVD, mandó a sus hombres a la Ciudad de México para conseguirlo. El plan comenzó a ejecutarse en 1938.
Los documentos revelados tras las purgas hechas años después de la muerte de Stalin en la URSS, los que se dieron a conocer al terminar el siglo XX y comenzar el XXI y los contenidos en el Proyecto Venona, producto del contraespionaje estadounidense, recién develados, nos permiten armar las piezas que faltaban en el rompecabezas que fue el asesinato de Trotsky.