Cuando la Gran Colombia se acababa de independizar de España, Simón Bolívar nombró (a dedo, como lo hacen los autócratas) al General venezolano Juan José Flores como gobernador del Distrito Sur -constituido por Quito, Guayaquil y Cuenca-, pero la ambición de Flores hizo trizas los sueños del Libertador Simón Bolívar y se alzó en armas proclamando la Independencia del estado de Ecuador. Así nacía, en el año de 1830, un pequeño país con fronteras casi inexistentes y todas en conflicto, con apenas vías de acceso entre sus tres ciudades más importantes.
El mandato de Juan José Flores realmente fue una dictadura, porque una vez alzado en armas se autoproclamó presidente, eligió a 21 ciudadanos “notables” (siete de cada ciudad, casualmente todos ellos terratenientes y amigos suyos) para avalar la Primera Constitución del país como República. Fue en su tercer período presidencial cuando los ecuatorianos se sublevaron y finalmente lo derrocaron a él y a su guardia pretoriana de generales venezolanos.
Antes de aceptar la derrota, el sagaz dictador venezolano elaboró un documento llamado el Pacto de la Virginia, por el que el General entregaba pacíficamente el poder y, a cambio, el Estado ecuatoriano debía garantizarle su estatus militar, la conservación de numerosas propiedades en el país y una renta de 20.000 pesos que le proporcionarían un cómodo destierro de en Europa. Flores abandonó el país y el nuevo gobierno ecuatoriano apenas tardó en romper aquel miserable Tratado. Enterado de la noticia, el General organizó desde Europa un maquiavélico plan para recuperar el poder. Se dirigió a Inglaterra y contacto con el general irlandés Richard Wright a quien encargó la tarea de reclutar mercenarios, armamento y naves de guerra para invadir Ecuador. Desde allí pasó a Francia donde trató de conseguir más apoyo para su arriesgada empresa, llegando a proponer convertir a Ecuador en una monarquía a cargo de un príncipe europeo, con él mismo como regente. Por último, en el Reino de Nápoles, el embajador español, el Duque de Rivas, escuchó sus planes de colocar un príncipe europeo al frente del país sudamericano y, desde allí, ampliar las fronteras de Ecuador hacia el sur.
La reina María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII y regente del Reino dada la minoría de edad de su hija la futura Isabel II, acogió con mucho entusiasmo los planes de Flores. Sonaba bien aquello de colocar en el trono de un país americano a uno de sus hijos, en este caso de su segundo matrimonio con Agustín Muñoz Sánchez, un sargento de la guardia de palacio. Un matrimonio secreto y, por supuesto, morganático, el tipo de matrimonio que se daba entre nobles y plebeyos, también llamado “matrimonio con la izquierda”, porque en este tipo de matrimonio el novio sostenía la mano derecha de la novia con la suya izquierda, cuando lo normal es hacerlo al revés. Este es uno de los pocos casos en que “el noble” era una mujer. La unión quizá hubiera podido mantenerse oculta de no ser porque la pareja comenzó a tener hijos casi de inmediato. La reina, oficialmente viuda, aparecía en los actos públicos intentando disimular sus sucesivos estados de gestación a base de utilizar amplios vestidos que ocultasen su abultado vientre -por los corrillos de palacio se decía que “la regente es una dama casada en secreto y embarazada en público”. Y bueno, con toda la ilusión de una madre que quiere lo mejor para sus hijos, la reina María Cristina también fue embaucada por Flores y desembolsó una suma importante para que su hijo Agustín Muñoz y Borbón fuese rey en América. A finales de 1846, el General Flores contaba con unos 1.500 hombres acuartelados en el puerto de Santander, y España soñaba con reconquistar algo de sus antiguas colonias.
¿En qué terminó todo esto?, pues en lo de siempre. Cada vez que aparece un tipo prepotente, con aires de libertador, nunca hay que esperar nada bueno.
En Inglaterra e Irlanda, Wright había logrado reunir dos batallones de 400 hombres cada uno y tres naves -dos barcos de vapor transformados en barcos de guerra y un tercero para el transporte de tropas y logística-. En Inglaterra, el General Flores también presentó una propuesta monárquica, en la que incluía no solamente al Ecuador sino que era una plataforma para desde allí tomar por la fuerza Perú y Bolivia. La idea que vendió a los ingleses era la de conformar un estado federado de tres reinos y compartirlo con España, tal como Inglaterra y Escocia estaban unificadas en el Reino Unido de Gran Bretaña o como las coronas asociadas en el Imperio Austríaco. A este intento se le conoce como Reino Unido de Ecuador, Perú y Bolivia, con trono en la ciudad de Quito y cuyo monarca sería el ya mencionado niño Agustín Muñoz de Borbón, a quien la Reina ya le hacía llamar: Príncipe de Ecuador y Restaurador de la monarquía en Perú y Bolivia.
Para bien o para mal, desde que se creó la diplomacia se creó el espionaje. Estos planes estaban marchando en secreto, pero algo se filtró a la embajada peruana acreditada en Londres y fue el embajador peruano Juan Manuel Iturregui quien dio la voz de alarma denunciando el plan secreto del venezolano Flores a todas las cancillerías latinoamericanas. La prensa británica desnudó de cuerpo entero a Flores, y declaró que el proyecto del venezolano era una amenaza contra los intereses económicos ingleses. Inglaterra terminó confiscando las embarcaciones de Flores que estaban prácticamente listos para zarpar. Flores, quien se encontraba en la corte de Madrid, salió rumbo a Inglaterra para defenderse y conseguir la devolución de sus barcos, pero ante la posibilidad de verse involucrado en el juicio decidió quedarse en París. Cuando estaba de regreso, los periódicos madrileños ya habían hecho pública la noticia del embargo de sus barcos, por lo que el gabinete que lo había apoyado se vio obligado a dimitir, entre otras razones por su apoyo a la descabellada aventura de instaurar una monarquía en Ecuador. Flores permaneció varios meses más en Europa, tratando inútilmente de recuperar sus naves durante la siguiente década. Esto le valió al primer presidente ecuatoriano ser reconocido por sus geniales, pero a la vez perniciosas ideas, como el “Rey de la noche”.
Después de este frustrado intento colonialista, el canciller peruano Paz Soldán dirigió una circular invitando a los Gobiernos continentales al Congreso Americano de 1847, celebrado en Lima, para elaborar un tratado de defensa continental de las naciones hispanoamericanas contra toda forma de agresión extranjera. Este objetivo se plasmó en el gran Tratado de Confederación de 1848 y constituye el precedente jurídico de los pactos de la Sociedad de Naciones, de la OEA y de la ONU.
Javier Sanz
HISTORIADELA HISTORIA