Simón Bolívar, descendiente de una familia vasca, fue un hombre poderoso, ambicioso y visionario, con una mente preclara y apasionado en desmesura
Las huellas de los amigos que caminaron juntos nunca se borran. España y Venezuela siempre compartirán una historia común hecha con los mimbres del idioma, costumbres similares y una larga experiencia de convivenciatruncada por una desavenencia final mal gestionada por las partes.
Simón Bolívar, descendiente de un linaje procedente de un pequeño pueblo del País Vasco, fue un hombre poderoso, ambicioso y visionario, con una mente preclara y apasionado en desmesura. De familia emigrada y decantada en la aristocracia criolla venezolana, su formación política e intelectual bebía de la Ilustración (Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Locke, etc). Dio a América una nueva imagen inspirada en la libertad de los pueblos del nuevo continente y en los vientos de la Revolución francesa, que de no haber hollado nuestro país de manera tan violenta, podría haber sido el antídoto a nuestra galopante decadencia para tal vez reiniciarnos; pero las formas fallaron.
Tampoco se puede reducir, adjudicar o aplicar a su persona de manera exclusiva los méritos que se le arrogan. Una buena financiación y fuertes dosis de intervencionismo por parte norteamericana e inglesa apuntalaron sus victorias, lo que no va en demérito de su proverbial iniciativa e intuición táctica en los momentos que requerían la explotación de las ventajas dinámicas.
El héroe independentista por antonomasia
Aunque sus biógrafos le atribuyen una niñez indómita, muy al uso de los narradores románticos de la época con tal de magnificar al elogiado, lo cierto es que era un chaval tranquilo y ensimismado sin más. La tendencia natural a engordar el mito que sin duda fue, ha llegado a excederse en atribuciones que no se ajustan a su verdadero perfil.
Este enorme general que solo aspiraba a una buena relación con la península acabaría liberando y alzando a todo un continente
Bolívar tuvo como referente a Francisco de Miranda, otro militar de fuerte influencia revolucionaria, que luchó por dignificar al criollo e igualar derechos y deberes con la metrópoli. Este hombre ilustrado y mimetizado con los principios de la Revolución francesa, humanista medular y masón para más añadidura, estuvo en todos los saraos en que se dirimía el progreso del ser humano, ya fuera en los escenarios norteamericanos, franceses, rusos o venezolanos. Lamentablemente su empatía con Bolívar no solo fue a menos, sino que acabaría como el rosario de la aurora. Este último, en un baldón para su biografía, lo entregaría de mala manera a las autoridades españolas dando con sus huesos en el penal de la Carraca de Cádiz, donde dejaría sus días.
Héroe independentista por antonomasia, Padre de la Gran Colombia(Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá) y las satelizadas Perú y Bolivia, Simón Bolívar moriría si no en la indigencia, al menos asistido por las dádivas de sus incondicionales. Invadido por una melancolía galopante y una decepción que había liquidado todo el idealismo a su alcance, registraría documentalmente en sus últimos días sus dudas sobre la conveniencia de su revolución bolivariana. Un deterioro personal galopante cuando menguaba ya la luz del candil, le llevaría antes de su muerte a acelerar unatuberculosis que lo convertiría en hechura de cadáver. Este enorme general que solo aspiraba a una buena relación con la península, acabaría liberando y alzando a todo un continente.
Pero aquella ruptura, en palabras suyas, a su fiel matasanos Reverend, no traía mejoras visibles y sí una división preñada de enfrentamientos.
Se abrió la caja de Pandora
Para 1808 el corsé provinciano del corso Napoleón había estallado en toda su extensión. Los ecos de la Revolución Francesa tronaban en todos los puntos cardinales de Europa y un temblor sin precedentes sacudía las rancias cortes del continente. El pequeño hombre de la mano en el pecho había destapado la caja de Pandora y una serie de acontecimientos empeorarían más la ya comprometida situación española.
Carlos IV de España abdicaría el trono en favor de su hijo Fernando el 19 de marzo de ese mismo año. El 5 de mayo de 1808 se terminó de consumar el acabose para España cuando el rey y su hijo –el inefable y contumaz Fernando VII–, se vieron obligados a ceder el trono a Napoleón para transferírselo a continuación a su hermano José –capciosa e injustamente mente apodado Pepe Botella–, como nuevo rey de España. Una gran reacción popular se decantó en lo que hoy se conoce como la Guerra de la Independencia Española. El objetivo de retornar al poder al monarca desposeído se demostraría falaz por la sencilla razón de que el regio tragaldabas era poco más que un sinvergüenza redomado. Pero esto es otro tema.
La debilidad de la metrópoli sería aprovechada por la cohorte de carroñeros que estaban al acecho. A perro flaco, ya se sabe, todo son pulgas. Los acontecimientos de a poco se irían precipitando y los alisios portantes, además de hacer su trabajo natural, llevarían a Simón Bolívar a su amada Venezuela para incendiarla contra el invasor, al que dieron en llamar no se sabe por qué, godo y ocupante, epítetos bastante cuestionables para ser proferidos por quien antes de su juramento en Roma en favor de la liberación de su tierra natal, había pedido la ciudadanía española.
El caso es que para 1807 Bolívar desembarcaría en un ambiente más que agitado cuando uno de esos lances que la fortuna distribuye tan caprichosamente vino a colmarle de razones. A la sazón, un bergantín francés había arribado a La Guaira con un mandato perentorio de someter a la tropa española a la jurisdicción de los nuevos mandatarios del otro lado de los Pirineos. Entonces se armó la marimorena.
En una ceremonia de la confusión enriquecida con esperpénticos ingredientes –una fragata inglesa traía información contradictoria–, Bolívar se enfrentaba a los criollos venezolanos que querían seguir siendo súbditos de su detestable majestad Fernando VII.
Capciosas omisiones en la historia
En los prolegómenos de la revolución bolivariana hay aspectos con un tufillo que se ha querido ocultar para potenciar los tintes heroicos de nuestro ínclito personaje. La entrega del verdadero líder del alzamiento –Francisco de Miranda–, al capitán de fragata español Monteverde a cambio de una sustanciosa suma y de un salvoconducto, ha sido prudentemente borrada de las biografías menos severas con nuestro personaje.
Allá por el año del señor de 1813, los alzados en armas contra la metrópoli habían obligado a capitular a los realistas. Nuestro amigo Simón cabalgaba en olor de multitudes hacia Caracas, donde proclamaría la emancipación de Venezuela para los restos.
Desde entonces Bolívar se dedicaría en cuerpo y alma a organizar el Estado y a sofocar los últimos grupos de resistencia. La actividad administrativa desarrollada por Bolívar adquirió un ímpetu inusual. Creó un nuevo sistema fiscal, una administración de justicia reformada hasta los cimientos, borró cualquier vestigio que oliera a tufillo colonial y ofreció la nacionalidad a cualquier extranjero que quisiera colaborar con la causa republicana. Atendió los asuntos económicos mediante incentivos a la actividad agraria, fomentó las exportaciones y la búsqueda de mano de obra cualificada y llegó a acuerdos bastante ventajosos con los ingleses que se hacían querer discretamente.
Pero quiso la fortuna, para desgracia del libertador, que tropezara con la horma de su zapato. (José Tomas Boves.)
José Tomas Boves era un capitán del ejército español de valentía probada, imaginación descomunal, una habilidad simpar para revertir situaciones desfavorables y poca mano izquierda. Desde la región de Los Llanos y con tropas autóctonas bien entrenadas y mejor pagadas reconquistó la casi totalidad del terreno perdido. Ciertamente los métodos que ponía en práctica eran algo cuestionables, pero los resultados eran contundentes. Su fama se hizo legendaria y Bolívar inició una retirada que bien podría calificarse de no muy honrosa. La verdad es que Boves no hacia prisioneros y por esta razón su fama le precedía.
Lo cierto es que se tuvo que trasladar a Jamaica, donde la vida pintaba ser más tranquila y sedante. Pero la mano de Boves era muy alargada y su interés por darle un buen susto al libertador no disminuía a pesar del cese de hostilidades. Una noche, mientras Bolívar dormía en una hamaca por la insolvencia a la que le había conducido sus estrecheces económicas, un “comando” realista casi lo manda al otro barrio. Se salvó de milagro porque dada su morosidad, había sido expulsado de la modesta pensión en la que se alojaba.
La Gran Colombia como proyecto político
Ya repuesto del susto y con una financiación más acorde con sus pretensiones volvería a la carga con nuevos bríos. Cerca de un millar de hombres configurarían la nueva expedición que desembarcaría en isla Margarita, por supuesto, con asesores ingleses que más que interesados en la cosa bélica, estaban muy entusiasmados con la minería local. Esto ocurría en el año 1816. Por el camino hacia la gloria, otro baldón se adjudicaría nuestro líder bolivariano: la ejecución del brillante estratega independentista y competencia directa en el mando Manuel Piar, que estaba a la greña con Don Simón, y la entrega de Francisco Miranda, el verdadero autor intelectual de la independencia venezolana, quedará cubierta por el moho del olvido en el que han enterrado sus hagiógrafos este hecho.
España estaba muy débil y el imperio antaño temido se desmoronaba como un castillo de naipes
Pero para entonces el ejército español estaba muy desgastado tras la larga campaña de reconquista y aunque el general Morillo era un comandante militar con capacidades más que probadas, no podía paliar la situación. Un lento e inevitable declive debido a la falta de recursos y refuerzos actuarían como una losa, y de la iniciativa a la retirada, casi no habría transición.
Para 1819, el desembarco de un millar de ingleses en apoyo de los llamados patriotas allá, insurgentes aquí, sería un aldabonazo y refrescante estímulo para la cada vez más dinámica revolución bolivariana. En el Congreso de Angostura, el más célebre de todos los facturados por Bolívar por su lúcida composición política, se sentarían las piedras de sillería de la nueva republica.
Ya metido en harina y con todo el trapo a favor, hacia agosto del año 1824, Bolívar dirige a sus fatigados hombres entumecidos por el frío invernal, a través de la sierra central de Perú a más de 4.000 metros de altura, donde el soroche o mal de altura se cobraba más víctimas que la guerra en sus momentos de más voracidad. Atraviesa “la tierra del cobre”, que muestra las terribles cicatrices de su explotación como la mina de plata en aquel entonces más grande del mundo, y que durante décadas suministraría el precioso metal que fortaleció al sistema monetario español.
En su memorable persecución de las tropas del general realista Canterac a través de los Andes y cerca de las llanuras de Junín, una pampa de pastos verdes de una belleza inusual, queda anegada de sangre en un salvaje combate sin concesiones que dura hasta el crepúsculo. Para cuando la noche se aproxima, más de tres mil almas ya han iniciado el gran viaje. Poco más tarde vendrían las derrotas de Boyacá y Pichincha. Meses más tarde en Ayacucho, Sucre, el general favorito de Bolívar, daría el golpe de gracia a las tropas realistas, cerrando así tres siglos de trayectoria continental a los españoles y abriéndoles la puerta de retorno. España estaba muy débil y el imperio antaño temido se desmoronaba como un castillo de naipes.
Un auténtico líder
Bolívar, a pesar de su escasa formación militar, demostró ser un auténtico líder que dio la talla como estratega dotado de una audacia e imaginación indiscutible. Sus conocimientos de los clásicos del arte de la guerra y la aplicación de tácticas como el orden oblicuo del rey Federico II de Prusia, las imaginativas técnicas de las afamadas guerrillas españolas, la práctica de los principios militares de Maquiavelo, la importancia de la economía de fuerzas, el exhaustivo análisis del terreno, y la consideración esencial del valor de la logística, convergieron en él de una manera natural.
Finalmente, toda la herencia que le había proporcionado la ilustración, se traduciría en unas maneras de gobernanza despóticas. A eso, había que añadirle las disensiones entre los virreinatos por evitar la pérdida de peso político y que derivarían en insurrecciones y conflictos civiles. Pero eso ya es otra historia.
El 17 de diciembre de 1830, a los 47 años de edad, en la pedanía de Santa Marta, su alma se despojaría de los restos físicos castigados por la virulenta tuberculosis que lo tenía postrado. El gran viaje hacia la eternidad de este ilustre venezolano solo había comenzado.
Para arrojar más luz sobre la figura de este talentoso, carismático y en ocasiones controvertido líder venezolano, el erudito periodista navarro Fermín Goñi hace una cirugía ágil y amena sobre el personaje, sin concesiones sobre la figura de este caudillo, en la que no elude criticas ni elogios, y le da un tratamiento muy humano que dimensiona a un Bolívar emergente desde la nada, hasta su consagración como referencia al mando de una de las grandes revoluciones históricas. Posiblemente Todo llevará su nombre (Cenlit Ediciones) es la mejor biografía escrita hasta el momento sobre el líder bolivariano.
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