Por Raúl Kollmann
Luego de asesinarlo, los militares bolivianos cortaron las manos del guerrillero para que tres policías argentinos confirmaran su identidad comparando sus huellas. El director Roly Santos revela esta historia en uno de sus documentales sobre la morbosa fijación con las manos de Perón, de Víctor Jara y del Che.
Juan Coronel es el único sobreviviente de aquella historia y habla a cámara por primera vez en 52 años. Lo que cuenta en detalle es cómo llevó las manos de Ernesto “Che” Guevara desde La Paz, Bolivia, hasta Moscú, en camino después hacia La Habana. Se las cortaron en La Higuera, la noche posterior al asesinato del guerrillero, para que tres hombres de la Policía Federal Argentina hicieran el reconocimiento de las huellas digitales en La Paz. Las pusieron en un frasco y un curioso ministro del Interior boliviano se las hizo llegar al Partido Comunista de ese país. El minucioso e inédito relato de Coronel –un viejo militante del PC– sobre su viaje a Moscú, con un bolso y el frasco es parte de una asombrosa serie de programas documentales que realizó el director Roly Santos sobre algo no menos sorprendente: lo que ocurrió con las manos del Che Guevara, de Perón y de Víctor Jara. A los dos primeros les cortaron las manos y del cantante chileno se creía lo mismo, pero hoy está claro que se las aplastaron, las desgarraron para “que no toques más la guitarra y esa mierda comunista que cantas” como le dijeron los militares chilenos. Todo lo que rodea las tres historias (ver aparte) es hipnotizante y la serie, Manos unidas, espera turno para ser emitida por la televisión pública.
El proyecto de la serie de documentales fue presentado el año pasado en el concurso del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales por Santos y dos productoras de Bolivia y Chile. La propuesta fue seleccionada entre otros 65 proyectos, algunos de productoras muy grandes. Página/12 accedió a los capítulos ya terminados y al testimonio del militante del Partido Comunista Boliviano al que en julio de 1969 le entregaron, en un café de La Paz, un bolso para que llevara a Moscú. Contenía el frasco envuelto en papel en el que flotaban en formol –según el mismo describe– las manos del Che Guevara.
La misión argentina
Guevara fue asesinado en la escuela de La Higuera, en la selva boliviana, por un soldado boliviano, después de haber sido capturado por un grupo que orientaban cubanos de la CIA. El presidente de facto de Bolivia, el general René Barrientos, dio la orden de que lo ejecuten, algo que concretó el soldado Mario Terán el 9 de octubre de 1967. El debate en aquel momento no era si el Che murió en combate, como decía la dictadura boliviana, o ejecutado, como decía la izquierda mundial: el interrogante mayor era si se trataba del Che o no. Esto llevó al dictador Barrientos a comunicarse con su par argentino, el general Juan Carlos Onganía, para que le envíe un equipo que hiciera el cotejo de las manos del cuerpo con el único registro que había de las huellas digitales de Ernesto Guevara Lynch, las fichas de la Policía Federal Argentina.
Esa fue la razón por la que se le cortaron las manos al Che. Susana Osinaga, la mujer encargada de lavar el cuerpo en la lavandería del hospital de La Higuera, cuenta en el documental cómo se hizo todo. El objetivo fue llevar las manos a La Paz para que los policías argentinos verificaran su identidad. Los tres especialistas –Nicolás Pellicari, Juan Carlos Delgado y Esteban Rolzhauser– sólo hablaron del tema una vez en estas cinco décadas. Fue con la periodista María Seoane, en 2005, y ratificaron que concretaron la identificación dactiloscópica y también cotejaron anotaciones del Che con escritos anteriores a través de una prueba grafológica. Concluyeron en que indubitablemente se trataba de Ernesto Guevara.
El frasco con las manos
Roberto Cuevas Ramírez, periodista boliviano e investigador de la vida del entonces ministro del Interior Antonio Arguedas, cuenta la historia. “Entre 1967 y 1969, las manos estuvieron en el frasco, escondido en la casa de Arguedas. Pero Arguedas había sido comunista en su juventud y llegó a las fuerzas armadas porque era un especialista en comunicaciones. Por eso empezó en la Fuerza Aérea y después se hizo amigo de Barrientos, porque escalaban montañas juntos. No era un militar de carrera. Dos años después del asesinato, Arguedas decidió hacerle llegar al PCB las manos y una máscara que se sacó del rostro del Che”.
Quien intervino en la entrega fue Víctor Zannier, periodista amigo de Arguedas fallecido hace dos años. Un año antes, Arguedas, ese extraño ministro del Interior, ya había sacado de Bolivia el Diario del Che, que también llegó a Cuba, pero en 1969 ya estaba perdiendo mucho poder y tomó la decisión de entregar las manos y la máscara. Coronel cuenta cómo, sorpresivamente, fue citado en un café del centro de La Paz y que un dirigente del PCB ingresó al local con un bolso, se sentó frente a él y a su acompañante, Jorge Sattori, y les preguntó:
–¿Saben qué llevo en el bolso? Las manos del Che. ¿Se animan a llevarlas a Moscú?.
Hoy
En su investigación, el director Roly Santos afirma que las manos nunca más se exhibieron y hoy, oficialmente, se desconoce dónde están. Como se sabe, después de un gran trabajo del Equipo de Antropología Forense argentino, el cuerpo del Che fue descubierto enterrado en Valle Grande en 1997, y sus restos están ahora en un memorial en Santa Clara, Cuba. Se supone que allí están también las manos, pero nadie lo sabe a ciencia cierta. En el documental Manos unidas, la enfermera Susana muestra en la lavandería de La Higuera dónde se sacó la famosa foto del Che muerto y cuenta cómo la gente sigue prendiendo velas y hasta rezándole: “El era médico, así que yo siempre voy y le pido que cure a mi familia”.