El escritor John Morris sostiene en “Jack the Ripper: the hand of a woman” que el asesino de cinco prostitutas en el Londres victoriano era Lizzie Williams, la mujer del que ha sido considerado el principal sospechoso, el cirujano sir John Williams.
La última teoría sobre el más famoso de los asesinos en serie es que Jack el destripador podría ocultarse tras la falda y las curvas de una mujer estéril. El escritor John Morris, oriundo de Birmingham y a quien ha entrevistado Historiavera , ha rebautizado en su libro, Jack the Ripper: the hand of a woman, a la galesa Lizzie Williams como el monstruo de Whitechapel, que mataba a sus víctimas frustrada porque no podía concebir hijos. Han pasado más de 120 años y, una vez más, se pretende apellidar al asesino en serie victoriano que más ríos de tinta ha vertido.
Durante diez semanas de 1888 el Destripador atacó cinco veces, manteniendo en vilo a la policía y al barrio londinense de Whitechapel. Las víctimas tenían nombre propio: Mary Ann Nichols, Anne Chapman, Elisabeth Stride, Catherine Eddowes y Mary Jane Kelly. Todas eran prostitutas del East End londinense y tres tenían la matriz del útero extirpado. El sórdido vecindario era el lugar ideal para cometer los crímenes pues por sus calles merodeaban pobres, mendigos y prostitutas. En la hipócrita Inglaterra victoriana, cuyo imperio ocupaba tres cuartas partes del mundo, se daban las más abismales diferencias sociales: a veces el lujo vivía a unas manzanas de distancia de la miseria.
Morris sostiene que Lizzie Williams, nacida en 1850, era estéril y que se cobró terrible venganza en las meretrices del East End. Lizzie era la mujer del médico personal de la Reina Victoria, Sir John Williams, considerado como el principal sospechoso. El oscuro objeto de deseo era la sensación de posesión de esos órganos que en ella eran inútiles. Merece la pena hacer hincapié en que muchos datos con los que trabajan los ripperologos están basados en los periódicos amarillistas de la época, y que la primera carta que firmó Jack el destripador la inventó un periodista sensacionalista.
Los principales asideros a los que se aferra Morris para probar su teoría son poco esclarecedores por separado, por eso su tesis estudia los cinco asesinatos de Whitechapel en su conjunto. Una característica común es que ninguna mujer presentaba signos de agresión sexual, aunque si bien es cierto que los asesinos en serie varones están comúnmente motivados por la sexualidad, no todos ellos matan por frustraciones u obsesiones de este tipo.
Annie Chapman fue salvajemente mutilada el 7 de septiembre y sus objetos personales fueron puestos a sus pies de “una forma muy femenina” según los rotativos de la época. Este argumento de Morris choca con las pesquisas de Scotland Yard que ubicaban a John Pizer, un zapatero judío de origen polaco, en el lugar del crimen.
El domingo 30 de septiembre Jack mató a Elisabeth Stride a la que no pudo terminar de mutilar al aparecer un transeúnte en la escena del crimen. Ese mismo día consumó su cuarto asesinato, el de Catherine Eddowes. Los tres botones sanguinolentos de una bota de mujer hacen pensar, según Morris, que el asesino no era varón. Jack escribió en la pared “no hay que culpar a los judíos”, aludiendo al zapatero John Pizer. Estaba claro que leía los periódicos y disfrutaba del éxito mediático.
La ultima victima era joven y guapa, y su asesinato el más brutal de todos. Mary Kelly fue liquidada en un cuartucho de la calle Millers Court. Fue degollada, desmembrada y cortada en mil pedazos. Tenía la nariz, las orejas y los senos arrancados, así como sus vísceras repartidas por toda la habitación. Morris se apoya aquí en la ropa femenina encontrada en la chimenea, y que no pertenecía a Mary Kelly.
La furia asesina terminó con Mary Kelly y el porqué, explica Morris, lo encontramos en que el marido de Lizzie, Sir John, que se sacaba un sobresueldo en una clínica de abortos clandestinos de Whitechapel, mantenía escarceos sexuales con la difunta. Con la consumación de este crimen pasional Lizzie dio por terminado el problema.
Este último caso provocó la dimisión de sir Charles Warren, el jefe de policía. Sin embargo lo que resulta curioso es que la policía decidiera en 1889 cejar en la búsqueda de Jack el Destripador y el cese de las patrullas por Whitechapel, lo que hizo sospechar que las fuerzas del orden conocían la verdadera identidad del asesino.
La investigación de John Morris es la última de una larga lista de teorías sobre el legendario asesino en serie. A lo largo de la historia han sido numerosos los nombres que se han barajado, entre ellos el duque de Clarence, hijo de Eduardo VII. El medico Sir John Williams, el marido de Lizzie, fue acusado por uno de sus descendientes en el libro Uncle Jack. Esta obra afirma que un cuchillo del galeno fue usado para cometer los crímenes.
Todo el mundo parecía tener su opinión sobre el tema. Artur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, pensaba al igual que Morris que podía tratarse de una mujer, o quizás de un clérigo, alguien que no llamase la atención de las fuerzas de la ley. Bernard Shaw, proclamaba que Jack era un “reformador social” que mataba para llamar la atención sobre la miseria del proletariado inglés. Hasta la Reina Victoria tenía su propia teoría sobre el asunto.
Entre los numerosos personajes de los que sospechaba la policía se encontraba George Chapman. Poco después de los asesinatos emigró a Nueva Jersey, una población que se vio sacudida por una ola de crímenes similares a los de Londres. Chapman fue ahorcado en 1902 por haber envenenado a sus tres esposas. Si se citan todos los posibles homicidas salen más de cien, incluidos Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas y el artista Walter Richard Sickert, cuyos lienzos guardaban una sorprendemente similitud con las imágenes postmortem de las víctimas, por lo que esta última teoría se viene a añadir a una abultada lista.
Y, sin embargo, en palabras del autor “hay muchas pistas diseminadas por los crímenes que, tomadas individualmente, dicen poco, pero que una vez agrupadas señalan a que una mujer está detrás de los asesinatos”.
Carlos de Lorenzo
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