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26 de septiembre de 2016

LA TRISTE Y SINGULAR HISTORIA DE JULIA PASTRANA



Son muchas las ocasiones en que, desgraciadamente, alguien fallece en un país extranjero. Accidentes, atentados o causas naturales, la muerte no conoce fronteras y cuando les toca, ni aunque se quiten.

Cuando esto ocurre, viene todo un proceso de papeleo para poder regresar el cuerpo del difunto a su patria. Hasta cierto punto, esto es común, pero no así, el particular caso de la mexicana Julia Pastrana, quien falleció en Rusia y pudo regresar a México 153 años después de su muerte.

Este detalle es sólo uno de la difícil y triste, aunque interesante, vida de Julia Pastrana. Nació en Sinaloa, en 1834 y su madre, una indígena, la ocultó de los curiosos ojos, pues tenía un aspecto muy singular, todo el cuerpo, incluidos cara, manos y pies, cubierto de un grueso y oscuro vello; sus facciones eran simiescas, con doble hilera de dientes y medía 1.37 metros.

Para la gente, Julia era sinónimo de pecado, un híbrido, un producto de una relación entre una humana y un orangután. Sus padecimientos provocaban asco, burlas y miedo. Era denigrada.

Hasta sus 20 años de edad, Julia trabajó como sirvienta en la casa del entonces gobernador de Sinaloa, Pedro Sánchez. Ahí aprendió a leer, a escribir y poco a poco descubrió otros talentos que se encontraban escondidos debajo de esa capa de pelo.

El gobernador vendió a Julia al administrador de la aduana marítima de Sinaloa, Francisco Sepúlveda, quien vio en ella una mina de oro. Entonces intentó explotarla, convirtiéndola en una atracción de circo.

Pero a Sepúlveda no le funcionó por mucho tiempo, ya que como no hablaba inglés, cuando quiso llevarla a Estados Unidos tuvo que contratar a un traductor. El empleado se llamaba Theodore Lent y resultó más vivo y buen negociante que su jefe.

Theodore comenzó a cortejar a Julia y a los pocos días se casaron. Ahora Lent era el “dueño” de esa mujer, a quien trataban como un objeto. Julia era una atracción circense, obligada a mostrarse, su apariencia física, en conjunto con sus demás talentos, constituían una impresionante fuente de ingresos, tanto, que se fueron de gira por Europa.

A veces, Julia era presentada como una salvaje, pero sorprendía con su prodigiosa voz, tenía timbre mezzosoprano y cantaba ópera; bailaba de una manera admirable y hasta sabía hacer acrobacias montando a caballo.

“La indescriptible mujer simio” o “La mujer oso”, atiborraba los lugares de gente que asistía para ver sus presentaciones en ciudades de Polonia, Moscú y Londres. En esta última, le realizaron estudios odontológicos, los cuales se dice, fueron enviados a Charles Darwin, quien incluyó algo del caso de Julia en su obra The variation of animals and plants under domestication.

El morbo era tanto, que cuando Julia se embarazó, a sus 26 años, su esposo vendió carísimos boletos para asistir al parto. Y para suerte de Lent y de sus ingresos, el hijo de Julia nació en las mismas condiciones que ella, pero el pequeño sólo vivió 36 horas. Días después, Julia también murió.

Los actos inhumanos de Theodore no terminaron allí, ni de cerca. Pues aun cuando su esposa estaba agonizando, cobraba para que la gente fuera a verla. Al morir ambos ¿cuál sería la fuente de sus ganancias? Optó por vender los cuerpos al doctor Sokolov, de la Universidad de Moscú, quien embalsamó los cuerpos y los mostró al público.

Lent se arrepintió del trato y con su acta de matrimonio reclamó los cuerpos. Otra vez con ellos en su poder, seguía dando presentaciones o los “rentaba” a otros circos, museos o cualquier evento que le pudiera generar dinero, mientras, se casaba con una mujer de un circo en Suecia, otra mujer barbona, la nombró: Zeodora Pastrana “la hermana perdida”. Pero en esta ocasión, su nueva esposa sobrevivió a Lent, quien murió después de haber pasado un tiempo en un hospital psiquiátrico.

Zeodora heredó los derechos para poseer los cuerpos embalsamados, los vendió y madre e hijo anduvieron por años de dueño en dueño, de circo en circo, hasta que fueron olvidados, deteriorados y el niño fue comido por roedores.

En 1990 se supo que el cuerpo de Julia Pastrana se encontraba en el Instituto de Medicina Forense de Oslo, en Noruega. La artista visual Laura Anderson conoció el caso de Julia mientras trabajaba en Nueva York y gracias a ella, comenzó el difícil proceso de repatriación, con trabas, ya que no se tenían actas de nacimiento y defunción, era un caso nuevo para las embajadas.

Anderson siguió luchando hasta que en febrero de 2013, después de 153 años, Julia Pastrana regresó a Sinaloa, donde se le dio sepultura en la Iglesia de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago.

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