Por: Roberto Lovera De-Sola
Miranda salió de Venezuela en 1771 para dirigirse a España. Tenía 25 años. El día de su viaje, inició en el puerto de La Guaira, su Diario, donde dejó constancia de su vida. Muy temprano, leyendo los autores Enciclopedistas, tuvo la idea clara de la necesidad de la emancipación de la América Latina. Ello fue la esencia de su actividad, de su vida entera. Como revolucionario actuó en los Estados Unidos y en Francia, durante sus revoluciones. Como deseoso del gran cambió viajó por Europa, así fue recibido por las grandes Cortes. Y como revolucionario fue, toda su acción en Inglaterra, buscando su ayuda para realizar la emancipación. No otra fue su enseña, su bandera, el eslogan de su vida. Por ello pudo decir (enero 10,1808), “La emancipación de Sur América ha sido un asunto fue el primero en proponer”. O, “Mi casa en esta ciudad [Londres], como en cualquier parte, es, y será siempre el punto fijo para la Independenncia y las libertades del Continente Colombiano”(marzo 24,1810). Llamar a nuestro continente Colombiano, ya lo hemos señalado, era continuar con el proyecto fundador de nuestra libertad a partir de Colón, ya que Miranda, además de ser el Ulises hispanoamericano fue nuestro Colón: quien descubrió la libertad para nosotros.
Y es lógico pensar, la inmensa felicidad que sintió al conocer, el 22 de junio de 1810, a través de The Courrier y al día siguiente, por el The Morning Chornicle, las noticias de que Carcas había declarado su independencia el 19 de abril.
Hasta ese momento, habían sido pocos los venezolanos que había tratado en su largo peregrinaje. Es muy posible que aquellos que se encontró con París, en 1789, en los días de las sesiones de los Estados Generales, a una de cuyas sesiones asistió el Caraqueño, fueran don Simón Rodríguez (1769-1854) y fray Servando Teresa de Mier (1765-1827), el mexicano amigo del andariego caraqueño. Fue entonces cuando el 14, o el 15, de julio de 1810 conoció a Bolívar, a Bello y a López Méndez. A poco los invitó a residir en su casa del número 27 de Grafton Street, que se convirtió, por la presencia de aquellos en nuestra embajada londinense. En esa casa estaba su magnífica biblioteca, una de las mejores de su tiempo, esta dejó deslumbrado a Bello, nuestro humanista nunca había visto una colección como esta en Caracas. En ella fue mucho lo que leyó en esos años. Y, en 1816, trajo a conocerla al sabio José María Vargas(1786-1854) quien residía en Inglaterra afianzando sus estudios médicos y había venido a Londres a ingresar en el “Real Colegio de Cirujanos de Inglaterra”. Podemos imaginar lo que aquellos dos hombres cultísimos conversaron mientras miraban lo que había en aquellas estanterías. Vargas, años más tarde, quiso comprar la colección para la Universidad de Caracas, de la que era Rector.
Fue así, como en 1810, se inició el magisterio de Miranda a los tres patriotas. Es por ello, que es imposible pensar, que Bolívar pudo quitarle sus ideas, no solo las aprovechó abiertamente, sino que Miranda las puso en sus manos y en las de Bello y López Méndez. Tal la significación del encuentro, de las reuniones entre los cuatro, que han sido consideradas por el historiador Salcedo-Bastardo, quien es quien mejor la ha estudiado, los “simposium de Grafton Street 5.
El Encuentro en Londres
Antes de proseguir debemos llamar la atención sobre un punto importante, apenas vislumbrado. Cuando los miembros de nuestra misión diplomática recibieron sus instrucciones en Caracas se les aconsejó evitar toda relación con Miranda en Londres, personaje mal visto por los Mantuanos en Caracas, por las polémicas que con ellos habían tenido, décadas atrás, su padre don Sebastian de Miranda Ravelo(1721-1791); por haber abandonado el Precursor el servicio de España, en 1783, y por haber participado en la Revolución Francesa(1789-1799). Lo consideraban incluso ateo, enemigo de Dios. Desde luego desconocían que una de las secciones de su biblioteca londinense estaba formada por una inmensa colección de Biblias, muchas de cuyas ediciones eran raras y de gran valor. Y su invocación al Dios cristiano y a la Iglesia católica en su testamento (agosto 1,1805), el que se casara por la Iglesia y bautizara a sus hijos en la fe de sus mayores.
Las inquinas caraqueñas contra él, que era el más importante venezolano de su época y una figura internacional altísima fueron muchas, constiturían el fundamento del gran asedio que vivió desde su regreso a Caracas a fines de ese año, obra de los “pobres diablos” de la época, siempre abundantes en la politica venezolana. La expresión la usa, al analizar esos hechos, don Augusto Mijares. Sin embargo, al llegar a Londres nuestros diplomáticos se encontraron con él, fue esencial su presencia para el desarrollo de la misión, la que tuvo por sede su casa de Grafton Street. Y además para ellos don Francisco, ya “maestro de libertadores” desde tiempo atrás, puso a andar toda una escuela política, denominada por Salcedo Bastardo, “los simposios de Grafton Street”, que los formó para las faenas que venían, sobre todo a Bolívar, pues Bello y López Méndez se quedaron residiendo en Londres responsables de la diplomacia, Bello, y de la logística de la guerra, López Méndez, fue el quien formó la Legión Británica.
A poco los diplomáticos se dieron cuenta de los caracteres de la personalidad y formación de Miranda. De allí surgió, en contra de lo que le habían dicho hicieran en Caracas, la idea de redactar el importante informe sobre el Precursor al que vamos a referimos. En el documento(octubre 3,1810), redactado por Bello, se conserva su original de su puño y letra, hicieron la más grande reinvidicación de la personalidad y acción de Miranda. En él se lee que la motivación para escribirlo fue: “un acto de deber con respecto a la patria y como un tributo de justicia a la virtud y mérito de un conciudadano nuestro tan indignamente injuriado…me contentaré con presentar a Vuestra Señoría algunos hechos que destruyen absolutamente las imputaciones de la malignidad”.
Además, aquel escrito tiene el valor de haber sido el primer documento venezolano sobre Miranda, sobre quien lo que se conocían entonces eran diatribas, especialmente por su invasión, a Ocumare y Coro en 1806. Este fue el primer texto redactado en encomio de don Francisco de una pluma venezolana, fue la primera vez en que el proscrito y siempre perseguido por sus ideas emancipadoras, fue comprendido en toda la dimensión de su personalidad por unos compatriotas suyos9. Conocemos qué elogios, a todo lo largo de su carrera, habían acompañado siempre a Miranda. Nos basta el de Napoleón Bonaparte (1769-1821): “es un Don Quijote, con la diferencia de que no está loco…ese es el general Miranda, el hombre que lleva el fuego sagrado en el alma”10.