Seguimos con nuestra
historia, que empieza a tener tonos de novela folletinesca. Nos toca ahora
conocer a otros dos personajes de la tragedia de Miraflores. En primer lugar a
José Vicente (Vicentico) Gómez Bello, Segundo Vicepresidente de la República e
Instructor General del Ejército, cabeza del grupo de los "muchachos"
con aspiraciones dinásticas, y a su madre, Dionisia Bello, reina destronada por
una muchacha de buena familia de tan sólo de 16 años de edad. Comencemos por
Vicentico, quien tiene detrás los motores desenfrenados de su madre y su
esposa. Según D. A. Rangel:En la foto superior,
Vicentico con su uniforme de general, cargado de
medallas. Abajo, José Vicente con su
esposa, la bella Josefina Revenga Sosa, hipnotizado,
babeando de amor.
A José Vicente, más dúctil
que su tío, la sociedad le rompe los acantilados del ancestro campesino. Ha
casado con una hermosa mujer de Caracas, Josefina Revenga, hija del Dr.
(Rafael) Revenga y enlazada con abolengos que remontan al Libertador. La dama
es bella y además lleva en su personalidad las ambiciones de cuna y las
complejidades de una pasión por la política. Josefina Revenga descorre para
José Vicente Gómez los velos de la fineza y las tentaciones de un mundo que
aguanta sus manejos. Es un poco París en el perfume y las lecturas. La vieja
historia de los bárbaros domados por las gracias de unas manos de marfil o un cuello
que pide el talento del escultor para perpetuarse, viene a repetirse con el
hijo de Juan Vicente Gómez y la heredera de un mayorazgo social que nació junto
a Simón Bolívar. Josefina tiene libros hermosos y habla de países donde las
gentes hacen de la cultura una como tersa manera de abordar las cosas. Con qué
exquisitez toma Josefina Revenga los cubiertos o habla, frente a la pared, del
cuadro que consagró París.
Entre Juancho y José
Vicente interpondrá Caracas, con Josefina Revenga y el murmullo de sus fiestas,
el barranco de una rivalidad que el general Gómez desde Maracay teme y
vigila...
Aquí tenemos un caso
clásico de una damisela rica y educada que se casa con un tártaro y, para
colmo, bastardo-adulterino. Me pregunto si la bella Josefina se hubiera
siquiera fijado en la presencia de algún muchacho bien educado y con abolengo,
pero sin plata ni poder. En una verdadera aristocracia los matrimonios son
endogámicos y no aceptan elementos externos a menos que éstos prueben su
nobleza. La burguesía criolla no tiene remilgos a la hora de juntarse con el
poder y los reales. Un dato más, su padre, el Dr. Rafael Revenga, fue uno de
los médicos que atendíeron a Cipriano Castro durante su enfermedad y quien
propuso su traslado a Alemania para ser tratado. Antes de cruzar el Atlántico,
ya Cipriano estaba destronado y Juan Vicente se apoderaba de todo. ¿Qué tal?
Así funcionan las cosas. Volvamos a Vicentico:
José Vicente Gómez en la
Inspectoría del Ejército es la culminación para Juan Vicente de un problema
sucesoral que se enreda en los pliegues de su psicología. (...) La subjetividad
del campesino simplifica, hasta el extremo, el cuadro de sus vivencias. Prever,
defenderse, ser exacto en las obligaciones, sintetizan el mundo psíquico de
quien haya cruzado cruzado por la vida en el marco inmóvil de una aldea. La
sucesión es entre los campesinos un problema de crear las circunstancias que
permitan la repetición, más allá de la muerte, de aquel mundo.
José Vicente era el hijo
mayor del tirano. Había nacido en 1888, cuando Juan Vicente alcanzaba ya la
reputación de hacendado próspero. Los años de la infancia consciente y de la
adolescencia transcurren para este primer vástago en la Caracas donde el padre
es Vice-Presidente y figura muy destacada entre los dominadores del país...
José Vicente tiene, junto
a sus andanzas (de muchacho), el privilegio de ser hijo de un personaje de la política. Desde su llegada a Caracas
disfruta de coches. Para concluir los estudios que pide la tradición campesina
asiste a los colegios más exclusivos de la ciudad. Y como hay una cohorte de
compañeros obsequiosos y de esbirros que lo acatan, el muchacho ejercita la
fruición del mando a la edad del tránsito entre la infancia y la adolescencia.
Es un Gómez, apellido que ya tiene significación desde aquella noche en la Casa
Amarilla, cuando a puertas cerradas deciden Cipriano Castro y Juan Vicente
Gómez el rumbo del país que han conquistado. Y un Gómez constituye, a partir de
1899, cascada de oportunidades gratas y pista de expansiones en un medio que
propicia los pasos de los vencedores, porque la Caracas conquistada siempre
tuvo sonrisas y blanduras.
El muchacho tiene que ser
como yo. Era la reflexión de Juan Vicente cuando José Vicente ingresó a las
tentaciones y a los problemas de la edad viril. Gómez quería repetirse porque
así lo dictaban las tradiciones del clan. (...) La perpetuación de los oficios,
defensa de los campesinos frente al medio, no será posible con José Vicente
Gómez. No se conquista un país impunemente. La carga de la victoria es la esclavitud hacia los deberes.
Entonces el Benemérito
envía a su hijo a la milicia y años después lo nombra General e Inspector
General del Ejército. Vicentico no está
exento de ambiciones, que se acrecientan con el disfrute de los atributos de poder,
los aplausos y la adulación. Nominalmente tendría bajo su mando todas las
tropas; pero en realidad debía compartir con el primo Eustoquio en Táchira y el
tío Juancho en el Distrito Federal, a quienes la tropa obedecía fielmente. La
otra guarnición importante, Maracay, estaba al servicio directo del papá.
"¿Qué carajo tengo yo? Esa pregunta muy íntima es gota sobre una roca de
recelos", nos dice Rangel.
Con José Vicente en la
Inspectoría General, ya consolidada una tiranía que no tendrá enemigos peligrosos
en el futuro, la capa joven del clan asciende al Poder. Los hijos de Juan
Vicente dejan de ser muchachos, como genéricamente designan los campesinos a la
gente moza, para convertirse en socios de la compañía llamada Venezuela (...).
Insensiblemente, sin que
ninguno de ellos tuviese tiempo o la determinación para advertirlo, el clan
Gómez va agrietándose desde que José Vicente entra a ejercer la Inspectoría
General del Ejército. Los jóvenes se agrupan en torno al Inspector General del
Ejército. Allí están José Vicente, Alí, Gonzalo y sus hermanas, hijos todos de
Juan Vicente Gómez y de Dionisia Bello, la hermosa mujer del cabello tentador
en unas ferias. Los viejos van apiñándose alrededor de Juancho y de Eustoquio,
que entre los hermanos y primos del general han alcanzado las más altas
posiciones en el gobierno. Entre la Inspectoría General donde oficia José
Vicente y la gobernación de Caracas o la Presidencia del Estado Táchira, que
son los cargos de Juancho y de Eustoquio desde 1914, una grieta tácita se abre
distancias.
Al agravarse los males del
dictador, afloran todas las ambiciones y rencores "... mientras Gómez
llega casi al coma urémico, el régimen se divide en dos bandos de buitres con
garra levantada ya sobre la carroña del jefe", pero esto ya lo sabemos de
hace tiempo. Sólo nos falta presentar a otro personaje importante: Dionisia
Bello. Fedosy Santaella la describe muy bien en su novela. Es toda una fiera
resentida, peligrosa como una mapanare y más brava que tigra con cría. Veamos
qué nos dice de ella Luis Cordero Velásquez en su obra Gómez y las fuerzas
vivas (Editorial Lumbego, Caracas, 1971), libro de donde tomé las fotos para
este capítulo:
En sus viajes al pueblo
(se refiere a Juan Vicente Gómez y al pueblo de Capacho) se enamora de Dionisia
Bello de Torres, y ella se va con él a "La Mulera. Su pasión por la dama
le hará romper su juramento; aun cuando se asegura que convivieron en
habitaciones separadas para evitar reclamos de la mujer, ya que él continuó
viviendo como soltero. (...) Dionisia, con dos hijas de su matrimonio, le dio
cuatro retoños mientras estuvo en "La Mulera": Josefa María, nacida
en 1886; José Vicente, el 88; Flor de María, el 90, Alí el 92 y tres más:
Graciela, Servilia y Gonzalo, nacidos en territorio colombiano a partir de 1892.
Nada de particular aquí,
excepto que las condiciones de doña Dionisia cambiaron luego del triunfo de la
Revolución Restauradora. Juan Vicente la deja por otra y ella pasa a un exilio
dorado en Los Teques, estado Miranda. La rival es Dolores Amelia Núñez de
Cáceres (en Oficio de difuntos, el padre Solana la apoda "la
Sulamita"), con quien Juan Vicente tuvo también una familia reconocida.
Justo es decirlo, el Bagre no era un mal padre y atendía a los setentitantos
hijos que tenía de diversas mujeres. Llevaba la cuenta, pero los más cercanos a
sus afectos eran los Gómez Bello y los Gómez Núñez. Estos últimos mejor criados
y de mejor carácter que el resto de la familia.
Pronto habrá otra afrenta
sobre Dionisia, más grave, que la hará estallar en furia asesina. El hecho involucra
a su hija Margarita Torres Bello, que, mancillada, se suicida. Ese será el tema
del último capítulo que publicaremos.
Continua:Ver Capitulo III