Un libertador olvidado por sus compatriotas, olvidado como la mayor parte de todos los héroes civiles de la Independencia y los que se sacrifican por la patria civil en Venezuela. Aunque no queremos hacer diferencias entre civiles y militares, si queremos resaltar la “cruzada” que tenemos una buena parte de los historiadores y ciudadanos, por valorizar una memoria integradora de todos los que construyen el país, y no sólo por los que lo hicieron por las armas.
La biografía número 134 de El Nacional puede ser considerada un gran aporte a nuestra historia, porque ofrece luz en las “sombras” de la vida de un personaje tan importante en el nacimiento de Venezuela como fue Luis López Méndez (1758-1841). Y digo “sombras” porque esta palabra es la usada por su autor: Edgardo Mondolfi Gudat (Doctor en Historia de la UCAB y Magister en Estudios Internacionales por The American University), para describir como en comparación con el resto de los agentes enviados en misiones al extranjero por la Junta Suprema instalada en Caracas el 19 de abril de 1810, López Méndez no poseía una biografía amplia y documentada (y digo poseía, porque ahora tiene la que estamos comentando, a pesar de ser tan breve).
El autor demuestra con su escrito la tarea detectivesca de todo historiador, al buscar información que se encuentra en las sombras. Es así como al escudriñar en la correspondencia de los cercanos y en los documentos del Foreign Office, pudo ofrecernos una visión global de la vida del prócer - aunque señalando las “lagunas” temporales que se mantienen sobre su vida -. Concluyendo que los grandes aportes de Luis López Méndez para la Patria fueron la tarea de observar desde afuera la diplomacia británica y lograr saber cuándo presionar en pro del reconocimiento de la causa emancipadora, además de servir de propagandista de esta causa en el Reino Unido y Europa por medio de la escritura en la prensa londinense (periódico The Morning Chronicle), y promover la recluta de voluntarios de los soldados “desempleados” de las guerras napoleónicas para ser enviados a Venezuela (p. 14).
Esta labor la llevó a cabo en su larga estancia en Londres desde 1810 hasta 1825 en medio de grandes dificultades: el Estado naciente de Venezuela no le daba apoyo económico ni información necesaria para llevar a cabo su misión, y el gobierno británico no lo terminaba de reconocer como embajador por su alianza con España. Incluso tuvo que padecer prisión por las deudas que adquirió.
A diferencia de muchos de los próceres que eran bastante jóvenes, López Méndez viaja en la misión descrita cuando tenía 52 años, y era un ferviente católico. Se podría decir que era un “liberal conservador”, a diferencia del pensamiento ilustrado radical que mantenía muchos republicanos. Es hermoso saber, además, que las primeras representaciones de los autonomistas (o republicanas) de Iberoamérica en Londres fueron las de Caracas y Buenos Aires; y que ambas se apoyaron en la tarea común de la emancipación (aunque en muchas ocasiones se dieron algunos conflictos). El historiador Mondolfi resalta el espíritu “integracionista” del biografiado en este momento fundacional de nuestros países.
Sus días finalizarán en Chile al igual que el otro agente venezolano (Andrés Bello), pero no se conocen con gran detalle los años de 1826 hasta su muerte en 1841 en estas tierras. La biografía no da detalles sobre la vida de su esposa y sus hijos (aunque si se sabe que uno muere en batalla), y si se logró dar el reencuentro de la familia. Uno de los grandes problemas con López Méndez es lo poco que dejó para que lo recordáramos, pero a pesar de ello se la ha hecho justicia con este texto y; posiblemente en un futuro no muy lejano podamos tener la suerte de aclarar las sombras de su vida y la de tantos que aportaron en la construcción de nuestro nación.