Aunque Alejandro Magno conquistó Siria, el Líbano, Egipto y los países vecinos, los historiadores modernos tienen poco que decir de su visita a Tierra Santa. Sin embargo, la historia antigua dice que tuvo un encuentro más que notable allí, en el cual no sólo visitó el templo en Jerusalén, sino también hizo un sacrificio al Dios de Israel allí.
La mayoría de los historiadores modernos descartan esta historia, pero uno se pregunta por qué lo hacen. ¿Podría ser que tendrían que admitir que hay un Dios en la historia que controla el curso de las naciones?
El historiador judío del primer siglo Josefo registra en sus obras la visita del rey a Jerusalén y una reunión entre Alejandro y el sumo sacerdote, Jadúa.
En 332 a.C. Alejandro sitió y derrotó a las ciudades de la costa de Tiro y Gaza en su marcha hacia Egipto. Había derrotado maravillosamente a un gran ejercito del rey persa Darío quien intentaba contener su avance. Pero tan rápida y efectiva fue su ofensiva, que logró capturar a la madre, esposa e hijos de Darío quien fue forzado a la retirada hacia Siria. Durante esta campaña Alejandro Magno se volvió hacia Jerusalén. Alejandro había exigido hombres y provisiones a los Judios, los cuales estaban bajo el dominio del enemigo mortal de Alejandro, el rey persa Darío. El sumo sacerdote dudó, y le hizo saber a Alejandro que mientras Darío viviera no podía romper la promesa de subordinación que le había hecho al rey persa. Alejandro montó en ira y comenzó una incursión hacia la ciudad.
Consciente del peligro, Jadúa pidió a la gente que orasen a Dios por su misericordia y protección. Entonces, dice Josefo, Jadúa tuvo un sueño en cuanto a cómo implorar al rey macedonio. Luego de despertar de este sueño, él y los otros sacerdotes vestidos con sus túnicas sacerdotales y, acompañado por otros vestidos con vestiduras blancas, formaron un procesión que salió fuera de la ciudad a un lugar cuidadosamente elegido para recibir al rey. Esto es lo que sucedio: Flavio Josefo, Antigüedades de los Judios, Tomo 2, Libro 11, cap. 8, sec. 5. escribió:
"Los fenicios y caldeos que estaban en compañía del rey se imaginaban que éste les permitiría saquear la ciudad y encarnizarse con el sumo sacerdote, lo que parecía muy verosímil por su indignación contra el último; pero pasó todo lo contrario. Alejandro, al contemplar desde lejos a la multitud con vestidos blancos, a cuyo frente iban los sacerdotes con túnicas de lino, y el sumo sacerdote con su vestidura de color de jacinto tejida con oro, con el turbante en la cabeza y la plancha de oro en su frente en la que estaba escrito el nombre de Dios, se acercó solo y, antes de saludar al sacerdote, veneró este nombre. Todos los judíos entonces a una voz saludaron a Alejandro y lo rodearon. Los reyes de Siria y los restantes se admiraron y sospecharon que Alejandro había perdido el espíritu. Parmenio fué el único que se le acercó y le preguntó qué pasaba, que mientras todo el mundo lo adoraban a él, él se inclinaba frente al gran sacerdote de los judíos. - No lo adoré a él - dijo Alejandro - sino al Dios cuyo sumo sacerdocio ejerce. Lo vi en esta forma, en sueños, en Dión de Macedonia, mientras me preocupaba la forma de apoderarme de toda Asia, y me exhortó a que no dudara, y que procediera confiadamente; él conduciría mi ejército y me entregaría el imperio de los persas. Por esto, puesto que a ninguno otro vi en esta forma, ahora recordé la aparición y la exhortación. Creo que mi expedición se ha realizado por inspiración divina; es así como he vencido a Darío y me he impuesto a los persas y tendré éxito en los proyectos que elaboro en mi espíritu. Luego que dió esta respuesta a Parmenio, entró en la ciudad, dando la derecha al sumo sacerdote y seguido de todos los sacerdotes; subió al Templo y ofreció un sacrificio a Dios, de acuerdo con lo prescrito por el sumo sacerdote y dió pruebas de gran respeto al sumo sacerdote y a los sacerdotes. Le enseñaron el libro de Daniel, en el cual se anuncia que el imperio de los griegos destruirá al de los persas; creyendo que se refería a él, satisfecho despidió a la multitud." (Flavio Josefo, Antigüedades de los Judios, Tomo 2, Libro 11, cap. 8, sec. 5.)
Muchos estudiosos consideran a Josefo como un historiador de mucho renombre en pie de igualdad con otras autoridades antiguas como Tácito. ¿Por qué, entonces, este notable registro de la visita de Alejandro a Jerusalén es tan casualmente descartado como si fuera una invención?
Muchos simplemente no puede aceptar que el libro de Daniel, que profetizó la conquista de Alejandro del Imperio Persa varios siglos antes de que naciera el rey macedonio, podría haber sido inspirada divinamente. Así que en lugar de aceptar el libro de Daniel como una obra inspirada por Dios a través del profeta judío en Babilonia en el siglo VI antes de Cristo, sostienen que debe haber sido escrito mucho después de que Alejandro vivió y murió.
Creyendo que era imposible que una historia tan maravillosa sea verdad, tienen que descartar no sólo el libro de Daniel, sinó también este notable registro de un historiador antiguo estudioso y respetad como Josefo. Después de todo, razonan, Alejandro no pudo leer de un libro que no se había escrito!
Obviamente Josefo, que escribió en el primer siglo, creía que la historia era verdadera y la incluyó en su historia. Es increíble cómo los eruditos modernos escogen y elijen sin pruebas lo que ellos consideran como "exacto" de los textos antiguos. Cualquier cosa que no está de acuerdo con ellos, simplemente lo desechan como inexacta y falsa. Sin embargo, este relato de la visita del gran Alejandro Magno al templo de Jerusalén sigue siendo una viñeta increíble que confirma las profecías inspiradas de Dios escrito en el libro de Daniel.
1 comentario:
Increíble la grandeza de Dios como rige los destinos del mundo e incluso de los gobernantes más poderosos del mundo.
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