Lucila Isidora Agnes, mejor conocida como la Negra Isidora, falleció el 5 de marzo de 1986 a la edad de 64 años. Nació y murió en El Callao. Hija de un martiniqueño que trabajaba en las minas auríferas y su madre, oriunda de la isla de Santa Lucía, en el Caribe.
Fue una de las últimas madamas de El Callao, apasionada y defensora de su pueblo, de sus costumbres y de sus tradiciones, especialmente de la tradición musical del calipso que aprendió a cantar y a bailar desde tempana edad.
Hasta 1986, Lucía Isidora Agnes era carne y espíritu de las fiestas, pasión y dolor, ángel tutelar, hada madrina, la mujer que lo sabía todo, lo entendía todo, la panacea, sólo faltaba la varita mágica para concretar los milagros.
Isidoro existe hoy como existió ayer, aun cuando se haya apagado su voz y el hermano negro llore sus cenizas como allá en el Congo lloraron o lloran a Patrice Lubumba.
“Todos son mis hijos”, dijo una vez a este periodista y es cierto. La Negra Isidora no quiso tener hijos al calor del matrimonio porque siendo soltera era la única manera de no tener preferencias. Su amor era de todos, tanto más si había dolor, pena, miseria o males como la de la silicosis que asedia los pulmones del minero.
Todos buscaban a Isidora porque Isidora era omnímoda. Lo abarcaba todo. No sólo organizaba las fiestas patronales, vestía y adornaba con flores a la Virgen del Carmen, no sólo lideraba los reclamos, empuñaba la batuta de las comparsas y amenazaba con quemar los tambores en las puertas del Congreso cuando El Callao pasaba por una crítica situación socioeconómica a causa de las vetas perdidas. La escucharon y El Callao comenzó a tener vida. Los molinos están activos y desde un pozo de 500 metros de profundidad cavado en roca viva se siguen las vetas que arrojan hasta 3.500 kilos de oro al año.
Isidora siempre recalcaba en su amena conversación que el oro y el color de la piel de su gente no es sólo lo que llama la atención de El Callao, sino también su calipso de reminiscencias ancestrales, muy diferente al antillano porque es sin steel band y con cantos. Calipso muy del pueblo, animando comparsas llenas de símbolos y colorido, moviéndose al ritmo de los tambores, bumbac, el rallo y la campanilla.
Ambaicalá, Body Man Down, al ritmo de calipso van coreando las comparsas de la Negra Isidora, de Kenton y de los Hermanos Clark.
A la percusión se suman las cuerdas del bajo, de la guitarra y del cuatro más el sonido metálico del cencerro y el chascoso de las maracas.
En El Callao, la danza y la música tienen sabor propio y es igual en el carnaval, en la Navidad y año nuevo como en los días de su patrona Nuestra Señora del Carmen o como cuando llega un personaje muy importante. Pero es durante los carnavales cuando El Callao se transforma en señuelo nacional. Oscar Palacios, Paco Vera, Régulo Pérez y Juvenal Herrera eran los primeros en llegar.
Desde todos los ángulos de la Guayana y desde más allá del Orinoco viene gente a bailar calipso un tanto amerengado. A degustar el domplín, el calalú, el bananpilé y el yinyabié.
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