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10 de octubre de 2017

¿Fue Quetzalcóatl un guerrero vikingo? ó ¿Fue un dios blanco de América?



Lucie Dufresne estima que el dios prehispánico fue un vikingo que naufragó en las costas mexicanas en el año 1000. Su novela especula sobre la posibilidad de que el dios de la Serpiente Emplumada fue un vikingo.

Quetzalcóatl, divinidad de los antiguos mexicanos, primitivamente adorada por los toltecas, habría sido un vikingo alto y barbado que llegó por equivocación al Nuevo Mundo, mucho antes que los españoles, de acuerdo con la hipótesis de la escritora Lucie Dufresne, autora de la novela Quetzalcóatl. El hombre huracán. 
 
La escritora canadiense explicó, que de acuerdo con su libro, editado por Grijalbo, el antiguo dios fue un hombre muy especial y carismático, que ante la adulación de los pobladores originarios, se embriagó de poder y debió ser expulsado de la ciudad de Tajín, en Veracruz. Esta descripción de la deidad, señaló, “es una hipótesis, no hay ninguna certeza, pero es una posibilidad porque aparece Quetzalcóatl como un hombre diferente de barba roja, al mismo tiempo que los vikingos exploran la costa de América, y en las sagas cuentan que llegaron hasta islas que no tenían en los mapas, son las islas del Caribe, posiblemente”. A partir de estas narraciones, Dufresne recrea la vida del sur de Mesoamérica en el año 1000, cuando después de haber pasado el invierno en una costa este del norte de América, una expedición vikinga lleva su exploración hacia el sur. 

Atrapados en el ojo de un huracán, la expedición llega a un mundo desconocido, la tierra que hoy ocupa México, sin embargo, sólo dos hombres sobreviven al naufragio: Uno es Ari, hijo natural de Erik el Rojo, y un esclavo cristiano de nombre Melkolf. La novela, primera en la producción de Dufresne, “trata de un choque cultural, de un navegante que vino del norte y se perdió, pero que llegó al Tajín, a un lugar que antes se llamaba Mictlán y entonces para sobrevivir tuvo que adaptarse a un sociedad muy distinta de la que provenía”, manifestó. 

Este hombre, es Ari a quien los pobladores atribuyen un origen divino, por ser un sujeto “muy diferente, un ser europeo que cayó en la sociedad tolteca y cuya venida, dejó un impacto muy fuerte que lo recordaron durante siglos como un dios”. 

Para escribir Quetzalcóatl. El hombre huracán, la autora realizó una ardua investigación, “sobre todo acerca de los sitios donde sucede la acción y también está documentada en los tipos de sociedad, los grupos que los formaban, sus creencias, sus formas de vivir”. 

La experiencia de Dufresne (1951, Québec, Canadá) incluye el estudio de poblaciones rurales mayas, lo que la llevó a pasar períodos largos en Yucatán y Quintana Roo, además de trabajar muchos años con el campesinado venezolano. 

En la novela, señaló, “Quetzalcóatl fue un dios, pero sabemos que los dioses fueron hombres, fue un rey que existió, que reinó sobre la ciudad de Tollán, no se sabe bien de dónde vino y a dónde fue, hay muchos mitos que son contradictorios”. 

No obstante, lo que sí se sabe, a través de un dibujo que supuestamente existió y de acuerdo con crónicas antiguas, “es que era muy grande y que tenía una larga barba roja”. 

Este hombre, enfatizó, “ha debido ser muy especial, que de ser tan especial se creyó casi un dios y entonces se le puso el mito de un dios que ya existía antes, en Teotihuacán después evolucionó porque se veía como un dios de la guerra y acá era más bien un dios de la creación, de la vegetación, de la vida”. 

Seguramente, concluyó la autora, “ese rey tenía mucho carisma, era muy hábil y muy buen estratega, reinó por muchos años e hizo crecer mucho su ciudad, pero el poder lo embriagó y no supo guardar su capacidad de analizar, no lo mataron, pero lo sustituyeron y lo mandaron a emigrar y fundar una nueva Tollán en Chichén Itza”. 

Fuente: EFE - Diario El Universal de México, 14 de Abril de 2008.

El artículo anterior, que aborda la visión de Lucie Dufresne en su libro Quetzalcóatl. El hombre huracán (2008), el cual estipula el origen nórdico de la Serpiente Emplumada, aun cuando contribuye a ampliar la visión general de la dogmatizada historiografía de la América prehispánica, hace eco del eurocentrismo característico del siglo XX y que encuentra en figuras como el profesor Jacques de Mahieu, uno de sus máximos promotores.

De Mahieu ha sostenido en diversos trabajos –La lucha mortal de los Dioses Solares. Los vikingos en Paraguay (1973), La agonía del Dios Sol. Los vikingos en la América del Sur(1974), El gran viaje del Dios Sol. Los vikingos en México y Perú (1975), La Piedra Sagrada del Dios Sol. Los vikingos en Brasil (1975), Los sabios de Ippir. Los vikingos en Amambay (1978) y El imperio vikingo de Tiahuanaco (1981)– que civilizaciones americanas como la tiahuanacota y la azteca fueron impulsadas por la presencia de vikingos y otros pueblos nórdicos. Lamentablemente, De Mahieu desconoció el hecho que estas civilizaciones –como otras del continente, por cierto– remontan sus orígenes a la época prediluvial, es decir, anterior a 13.000 años y que la cronología de estos pueblos antecede ampliamente el desarrollo cultural de los pueblos nórdicos. Por otra parte, si los vikingos fueron los impulsores de estas civilizaciones, ¿cómo es posible que no existan construcciones piramidales en Escandinavia, ni registros cronológicos como el de la Puerta del Sol de Tiahuanaco o los de la Piedra del Sol de los aztecas –que da cuenta de la creación y destrucción de cinco soles/eras, tal como lo ha postulado Hörbiger en la Cosmogonía Glacial?

Es un hecho que el así denominado “Descubrimiento” de 1492 es una absurda invención hispanista, cimentada en su trasfondo judeo-cristiano y las justificaciones político-económicas para el saqueamiento de las riquezas y la destrucción sistematizada de las huellas de los hombres-dioses aborígenes, es decir, de los Dioses Blancos, por parte de los celosos monjes de la fe monoteísta.

El continente americano tuvo desde la más remota antigüedad contactos transoceánicos –en el Pacífico como en el Atlántico–. Esto se sabía pero la historiografía moderna lo ha tergiversado. A modo de ejemplo: Fray Gregorio García en su obra El origen de los indios del Nuevo Mundo e Indias Occidentales (1607), explicaba que América ha sido poblada en tiempos diferentes, por diversas naciones o tribus, llegadas unas por el oriente y otras por el occidente; en tanto, Georg Horn en su tratado De Originibus Americanis(1652) sostenía una idea similar al expresar que el continente había sido poblado sucesivamente por los fenicios, los cántabros y otros pueblos de Occidente, y más tarde por los chinos, los hunos y otros pueblos de Oriente.

Es imposible, entonces, hablar de “Descubrimiento”, sea este atribuido a los hispanos o a los nórdicos.

La atribución del origen nórdico de los Dioses Blancos se basa en la creencia que el continente americano ha sido única y exclusivamente habitado por el indígena, es decir, por aquellos grupos de características braquicéfalas que hicieron irrupción en América desde distintas regiones de Asia y que constituyeron el elemento numéricamente predominante hacia 1492. Antes que ellos, el continente fue habitado por el elemento dolicocéfalo o dolicoide, es decir, por los descendientes de los Dioses Blancos, cuyos últimos retoños fueron descritos por diversos cronistas y observadores europeos como indios blancos.

Las tradiciones de los viracochas y kukulkanes fueron registradas, al menos parcialmente, en las crónicas y en algunos trabajos etnohistóricos. Son los hombres-dioses Tromé, Viracocha, Bochica, Tunupa, Parr y Quetzalcóatl, entre otros.

Las características dolicocéfalas de los paleoamericanos comprueban, en definitiva, que antes de los indígenas hubo otro grupo en el continente, al que comúnmente se le denomina como paleoamericanos.

Es la raza primigenia. Los Dioses Blancos de la América Aborigen.

Rafael Videla Eissmann

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