La idea de crear castrati surgió durante el s.XVI Roma, cuando el papa prohibió que las mujeres cantaran en las iglesias y en los escenarios. Eran hombres capaces de cantar con una tonalidad muy aguda cuyas voces acabarían siendo objeto de veneración gracias a […]la combinación antinatural de tono y potencia, al emitirse las notas altas de un muchacho prepubescente desde los pulmones de un adulto; el resultado, según comentaban los contemporáneos, era mágico y extrañamente incorpóreo.[…] Durante la época barroca fueron el equivalente a las grandes estrellas del pop que tenemos actualmente. Sin embargo, para poder gozar de esta fama, además de ser unos talentosos cantantes, tenían que pagar un tributo muy preciado, sus testículos.
"¿Mereció la pena su sacrificio?", se pregunta Bartoli. "Pues creo que no".
No por cruel. No por absurdo. No por fanático. Por fatuo. Si bien Haendel, Porpora, Leo, Vinci, Pergolesi, Pollarolo, Orlandini, Broschi o Vivaldi escribieron para estos fenómenos, que alcanzaban auténticas marcas aguantando el aire y la expulsión del sonido, algunas de sus piezas más excelsas, complicadas y admirables. Bartoli se ha decantado por la obra de la escuela napolitana, auténtica referencia mundial, junto con Bolonia, de la cantera castrada. Los dos lugares de donde salieron Farinelli, Caffarelli, Sinesino, Porporino, Salimbeni, Bernacchi... Niños que a los 8, 9, 10 años, pasaron por el barbero o el veterinario para ser despojados de sus atributos y sortear así, en primera instancia, el hambre como camino previo hacia la gloria. "Pienso en ellos y en su drama, que debió ser tremendo. Pero al menos triunfaron, se enriquecieron. ¿Y los que hicieron lo mismo y se quedaron por el camino? De los otros, ¿quién se acuerda?", plantea Bartoli.
Pregunta. ¿Dónde están los castrati de hoy?
Respuesta. El último del que tenemos noticia fue Moreschi, que duró hasta principios del siglo XX. Hay grabaciones en Internet. Un Ave María de Schubert. Tenía una voz sufriente, una voz triste. Aquello pasó a la historia, pero hoy seguimos haciendo cosas absurdas por fanatismo, por moda. Una vez preguntaron a Riccardo Muti acerca de esto y contestó que un ejemplo de castrato en nuestros días es Michael Jackson. Yo creo que es así, que él ha sido el auténtico castrato posmoderno. Se le ve en la cara. La nariz la tenía, el resto... ¿quién sabe? (...)
P. También Jackson fue un personaje trágico. ¿Se les notaba en la voz?
R. Convertían en música su tragedia personal. El drama de saber qué eran. En las memorias de uno de ellos, Filippo Balatri, queda muy claro. Dice que lo primero que expresaban era el dolor, aunque ninguno tuviera el valor de reconocerlo. Ni siquiera que habían sido castrados para dedicarse a la música. Todos ponían la excusa de que había sido un perro, o que se cayeron del caballo, como Farinelli. Balatri me impresiona cuando comenta: "Nunca tendré la satisfacción de que alguien me llame padre".
P. Pero los que triunfaban, tampoco tenían mala vida.
R. No, claro. Eran viajeros, inquietos, cosmopolitas, muy ricos.
P. ¿Se puede hacer uno idea de las dificultades que superaban al estudiar bien las partituras?
R. Las partituras cantan. Se ve claramente la dificultad, los compases que se suceden sin apenas espacio para respirar, por la extensión en las que se las arreglaban para aguantar la pureza del sonido, para sostener el aire. Yo puedo intentarlo, pero me falta, como decirlo, lo de abajo. Se preparaban desde los 8 años hasta los 12, en escuelas especiales. Adquirían técnica, expresividad y buena educación, cultura. Sobre todo, comida asegurada. Era el modo de escapar de la pobreza.
P. Y para alimentar un buen negocio.
R. Desde luego. Un negocio sobre el que se ha desplegado una gran hipocresía. Nadie habla de la tragedia, todo el mundo destaca siempre la maravilla, en el nombre del arte, de la música.
P. ¿La Iglesia lo toleraba?
R. La posición de la Iglesia es de un cinismo total. De un lado prohíbe la castración y de otro los mete en el coro de la Capilla Sixtina. Pero es que tampoco dejaba cantar a las mujeres, lo que alentaba el negocio de los castrados. A ello dediqué mi anterior disco, Opera Proibita. (...)
P. ¿Quedan todavía muchas leyendas castradas por enterrar?
R. Demasiadas. Haciendo este trabajo, me he planteado por qué no se hacía con las mujeres. Creo que hay una respuesta. A los niños había que castrarlos a partir de los ocho años, una edad en la que es fácil manipularles. Pero en el caso de una niña, habría que hacerlo a los 12 o 14, y ahí es más difícil que se conformen con según qué cosas. Luego está el asunto sexual. Para ellos debía ser tan frustrante que por eso exageraban y contaban hazañas. ¡Hala! ¡Venga! Que podían hacerlo hasta cinco horas sin parar ni dejar rastro, claro. Además, los maridos engañados no tenían manera de enterarse."
No hay comentarios:
Publicar un comentario