Es frecuente entre los biólogos modernos afirmar que el hombre no tiene nada de especial, que es una especie más entre todas las que existen. Así, por ejemplo, Colin Tudge escribe esto:
Filogenéticamente somos una avanzada, un pequeño producto de la vida, al igual que la Tierra es un cero a la izquierda cosmológico que ninguna otra forma de vida inteligente en el Universo se molestaría en poner en sus mapas celestes. (The variety of life, Oxford University Press, 2000).
Todo esto no es más que la aplicación indiscriminada de un dogma seudocientífico que pocos biólogos se atreven hoy a discutir, y que suele expresarse de alguna de estas formas equivalentes:
· Todas las especies de seres vivos son equivalentes, ninguna es superior a las demás.
· No existen criterios que permitan comparar la importancia de las especies.
· El hombre no es superior a los chimpancés, las hormigas, las bacterias…
· La evolución no tiene dirección.
En el fondo, lo que ocurre es que el ateísmo materialista intenta reducir al hombre al nivel de un animal más, para negar su posible transcendencia. Esto es algo que los biólogos más importantes de mediados del siglo XX, incluso los ateos, estaban muy lejos de admitir.
Julian Huxley escribió:
La separación entre el hombre y los animales no se ha reducido exagerando las cualidades humanas de los animales, sino minimizando las cualidades humanas del hombre. (Man stands alone, 1941).
George Gaylord Simpson escribió:
[El hombre] es otra especie de animal, pero no solo otro animal. Es único en modos peculiares y extraordinariamente significativos. (This view of life, 1964).
Theodosius Dobzhansky escribió:
Una sola especie ha logrado crear cultura en todo el mundo vivo. Y sin embargo, gracias a este logro, la evolución humana ha transcendido, es decir, ha ido más allá de los límites de la evolución biológica. (Human culture: a moment in evolution, 1983).
La verdad es que, para afirmar con los biólogos ateos modernos que el hombre es un animal más, es preciso cerrar los ojos a la realidad. Ante esta situación, hace alrededor de un siglo Chesterton escribía:
Si usted deja de leer libros sobre los hombres y los animales y empieza a mirar a los hombres y los animales... observará que lo sorprendente no es cómo se parece el hombre a los animales, sino lo diferente que es. (Orthodoxy, 1908, capítulo IX).
¿En qué se diferencia el hombre de los animales?
Veamos algunos ejemplos que saltan a la vista:
a) El hombre es la única especie que ha invadido todos los ecosistemas.
b) El hombre es la única especie que por sí sola ha cambiado el aspecto visible de la Tierra.
c) El hombre es la única especie que ha cambiado el espectro electromagnético de la Tierra.
d) El hombre es la única especie que ha provocado deliberadamente la extinción de otras especies y que por sí sola está provocando una extinción global.
e) El hombre es la única especie que por sí sola está cambiando la composición de la atmósfera de la Tierra.
f) Cada individuo humano conectado a Internet tiene acceso a alrededor de un trillón de bits, cien mil veces más que cualquier otro ser vivo.
g) El hombre es la única especie que se ha planteado su responsabilidad moral respecto de otros seres vivos.
Si me apuran, estoy dispuesto a ampliar la lista de diferencias. Tal parece que, durante la evolución hacia el hombre desde los antepasados comunes del hombre y el chimpancé, en algún sitio se atravesó un punto crítico, como los que diferencian en física los estados de la materia. Ante semejante cúmulo de diferencias, ¿no sería conveniente considerar al hombre como un reino de la naturaleza?
Citemos otra vez a Chesterton:
El hombre no es sólo una evolución, sino una revolución... Cuanto más consideramos al hombre como animal, menos lo parece.
(The everlasting man [1], 1925, I Parte, Cap. 1. Este libro ha sido traducido al español con un título que no me parece correcto: El hombre eterno. La palabra inglesa everlasting no significa eterno, sino perdurable, lo que dura siempre. La palabra eterno, por el contrario, siguiendo a Boecio, debería reservarse para lo que está fuera del tiempo, como cuando se aplica a Dios. Mi traducción para el título de este libro sería, pues, El hombre perdurable.)
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