Usamos cookies propias y de terceros que entre otras cosas recogen datos sobre sus hábitos de navegación para mostrarle publicidad personalizada y realizar análisis de uso de nuestro sitio.
Si continúa navegando consideramos que acepta su uso. OK Más información | Y más

Visitas

ULTIMAS PUBLICACIONES

4 de marzo de 2021

LA ÚLTIMA CAIMANERA - UN PATRIMONIO GUAYANES



Hernan Piniella Iglesias - De Guayaneses por el mundo

LA ÚLTIMA CAIMANERA

Fotografía del último intento de jugar al fútbol, cuando con más de cuarenta años a cuestas y de muchas intensas jornadas la laborales de más de doce horas, para ni siquiera rozar el estado de bienestar, me creía ingenuamente, que aun podía estar a la altura de una juventud arrolladora, que como la adversa pelota, siempre corrían más, pero mucho más que uno. Recorte del Correo del Caroní para cuando Mineros se proclamó campeón de la copa del diario El Pueblo en 1985.

Serían las cinco de la mañana allá en la calle Módena de los Olivos de Puerto Ordaz cuando uno saltaba de la cama y con unos shorts, franela, medias de paño y zapatillas deportivas, me subía sin apenas desayunar en el Ford Fairlane 500, de mi madrina Trina que tenía la santa paciencia y la inmensa amabilidad de acercarme al parque Cachamay.

Pulmón vegetal de la ciudad a orillas del caudaloso río Caroni, donde a las cinco y media de la madrugada arrancaban los entrenos de Mineros de Guayana, en los inicios de las temporada de 1983, 84 y 85, con la ilusión puesta en llegar a la primera división venezolana de fútbol.

Llegar y comenzar a realizar ejercicios aeróbicos, con carreras en fartlek, variados cambios de ritmo al sonido del exigente silbato del entrenador el señor Freddy Elie, un buen ciudadano del Caribe que venía de jugar en Alianza de Lima y tenía en sus macundales, un curriculum más que adecuado para instalar a Mineros en la primera división.

Del parque Cachamay, avenida de Guayana de por medio, luego de dos horas de sudar allí generosamente, pasábamos a realizar ejercicios anaeróbicos en el propio Estadio Cachamay, que nos demostraban ese poder inmenso que es ser joven. Cuando un chamo, un joven, pequeño y delgado como era uno, podía con Roberto Freites, un central más grande y robusto que una gandola (camión trailer) cargada de cabillas, y allí me veía yo, con él a hombros, subiendo las gradas y que para agarrar piernas.

Toda aquella ejercitación era lo que peor se llevaba, porque la pasión por correr detrás del balón nos podía a casi todos y las escusas estaban a flor de boca para intentar escamotearse de la imprescindible preparación física y dejar toda la energia para las horas con balón.

Golpeando a portería desde cerca y lejos, ensayando saques de esquina y compitiendo en caimaneras de ataque contra defensa donde estaba prohibido hacer prisioneros, se metía la pierna de manera limpia pero siempre con reciedumbre, porque luego en partido oficial si te cosían a patadas y mirabas al arbitro implorando justicia, invariablemente te decía;

.-¡¡ Juegue no más, el fútbol es para hombres!!

Y tanto que lo era, once para once, más la banca y una terna arbitral, todos vestidos de corto y que salíamos al campo tras una especie de ritual que cada cual llevaba a cabo con mayor o menor veneración.

En un cuadrangular celebrado en horario nocturno allí en el Cachamay, retransmitido por radio Puerto Ordaz, quiero recordar que con la locución del señor Ennio Forero, quien cuando pateaba el meta soltaba aquello de:

-La pelota se va arriba, arriba, como la sintonía de radio Puerto Ordaz.
Uno había sido llamado de mi club la Hermandad Gallega y motivo por el que me apodaban el gallego, para reforzar un trabuco (selección) venezolano que estaba componiendo el club Villa Colombia, del barrio homónimo de Puerto Ordaz, equipo guerrero de mucha técnica, entrenado por Vallito, el señor Del Valle Rojas, con miles de kilómetros de fútbol a sus espaldas.

Para aquella oportunidad se reunió lo mejor de cada casa, allí coincidimos una serie de jugadores todos de la primera categoría estadal, con algún brasilero afincado en Guayana y aquella tarde noche nos tocaba jugar contra los diablos rojos del América de Cali, representante de la numerosa colonia colombiana en Guayana.

Arriba en el vestuario a instigación de uno de aquellos brasileros, tuvimos que realizar una macumba, consistente en colocar los guayos, (botas de fútbol) en un improvisado altar con unos cirios y velones, que alumbraban unos determinados santos, no necesariamente católicos y unos frascos con esencias que con los rezos adecuados, nos impedirían salir derrotados, así como nos impedirían ser lesionados y que también nos impedirían lesionar a nadie.

Casi a las ocho de la noche con toda la charla técnica de Vallito acerca de como debíamos plantear el juego, ya agotada, nos conjuramos y bajamos los escalones hacia el campo de juego con las tribunas casi llenas por lo gratificante de la temperatura a esa hora y tras escuchar el himno de Venezuela, los saludos iniciales, el sorteo de terrenos y demás parafernalia futbolera comenzó el partido, con el pitido del árbitro y su voz imperativa:

.-¡¡Juegue!!
Para el minuto veintidós íbamos ganado cuatro a cero y los cuatro goles los había metido yo, en realidad solo había tenido la inmensa suerte de culminar el trabajo colectivo de todo un equipo de guayaneses en su mayoría, que salieron con las ideas claras y por velocidad, habilidad y precisión, habíamos sorprendido a un rival que sin duda esperaba un partido más lento, pero no fue así.

Al poco de empezar y cuando apenas iban cinco minutos en los cuales ellos nos estaban agobiando con un dominio infructífero, desarrollamos un severo contragolpe, Ike da Silva, del club Los Olivos, se descolgó por el costado izquierdo y cuando promediaba el área rival me filtró un pase de gol de necesidad, que con la pierna izquierda, para asegurar el lance, no tuve más que enviar a besar la red, entre la alegría de nuestros parciales y la sorpresa de los muchos hermanos colombianos presentes que presagiaban un victoria holgada de los suyos.

Tres minutos después se repite casi la misma escena en esta ocasión el centro de Ike, es más atrasado y lo remata un compañero de la línea media, Leobardo Cortez y su poderoso disparo, es repelido violentamente por el travesaño, el rechace venia volando cerca de mi posición y para eludir la marca me lanzo en plancha y de cabeza, logré conectar la esférica enviándola lejos de la estirada felina del meta rival, ocho minutos y dos a cero, ni en sueños nos podríamos aventurar a tanto.

El dominio neogranadino se intensifica, nos encierran con su preciosista toque de balón en nuestra área, pero nuestra defensa y el caballón Centeno, nuestro arquero, se muestran intratables, a la altura del envite y mantienen la portería a cero.

De tal manera, que en una de aquellas acometidas con todos los nuestros defendiendo al borde del área propia y solamente yo, descolgado en el círculo central, Caballón Centeno se hace con el balón y lo envía hacia mi posición, con la buena fortuna que la controlé antes de que la pelota tocara el suelo y cuando me giré, los dos centrales venían al corte como locomotoras y arriesgando la vida, o al menos la integridad física, con juvenil decisión, me colé entre ambos.

Una vez dejados atrás, emprendí veloz carrera con la pelota dominada hacia la portería rival y cuando el portero colombiano salía ya a la desesperada, se la la crucé salvando su intento de evitar el gol y tras besar el poste, la pelota se coló irremediablemente en su arquería.
Era el tres a cero, y todos los compañeros acudieron a festejar abrazándome y diciéndome:

.-¡¡Vergación gallego, hoy estás bendecido!!
En la tribuna, mi familia guayanesa y mi novia Margot eran felicitados por todo aquello que sucedía en el terreno de juego, entre las bromas habituales de:

.-¿Pero que le disteis de comer hoy al gallego?
Pues por muchas veces que uno salía bastantes veces como champión gol, máximo goleador, en los torneos locales, nunca en quince minutos había tenido el privilegio de completar con aquella efectividad goleadora la tarea colectiva que desarrolla un equipo de fútbol de cualquier categoría.

Solo siete minutos después, se completa la goleada al recibir totalmente libre de marca un balón y sin meditar mucho, me la coloqué para armar la pierna derecha y le doy con el alma desde más de treinta metros, la pelota emprende veloz vuelo y uno tras el contacto, ya sabía que eso iba para dentro, el portero rival también, porque por más que da dos pasos a su derecha y se estira todo lo que puede, pero no logra alcanzar el esférico, que tras pegar en la parte inferior del larguero baja hacia la red mientras el estadio explota de alegría, hay días en que la suerte se alía con unos y parece que aquella tarde noche estaba totalmente de nuestro lado.

Con el cuatro a cero en veintidós minutos el entrenador rival hace cambios y cambia un defensa neogranadino, por otro mandinga enorme, que al llegar cerca de mí me dice:
.-Mire gallego, hermanito, muy bien que nos haya metido cuatro goles y ese último hasta de pica barra y todo, hijo’e puta, pero a partir de ahoritica mismo usted y yo vamos a tener una noche tranquila, usted no corre y yo no le arreo…¿Oyó?

El que un neogranadino te diga hijo’e puta, no es para nada ofensivo, sino algo cordial, una manera de saludar incluso, todo depende mucho del tono. Como también uno puede llamarlos negro, si ese es el color de su piel, ambas cosas son asumidas por unos y otros. Todo se permite menos la manera peyorativa de decirlo, entonces ya si pasa a ser insulto.

Lo cierto es que si, que hicimos las paces y el resto del partido transcurrió por la senda de la tranquilidad, ya muy cerca del final ellos tuvieron un asomo de reacción, pero ya se les hizo de noche y ganamos cuatro a dos, con la pelota arriba, muy arriba como la sintonía de radio Puerto Ordaz.

Por eso cuando veinticinco años después me vestí de corto, ya de retorno en Asturias, con aquel uniforme de la Hermandad Gallega de Puerto Ordaz, en su escudo bordadas las siete cruces, de las antiguas siete provincias gallegas, Mondoñedo, Lugo, Orense, Betanzos, Santiago, Pontevedra y Tuy, quise intentar correr de nuevo en pos de un balón, ya no era lo mismo, si uno llegaba al lugar de remate no lo hacia el balón y cuando llegaba la pelota, entonces era yo el que estaba lejos, al parecer ya se había agotado aquel manantial de fortuna que siempre me acompaño en los campos de juego, de donde nunca salí lesionado y en los cuales si obtuve demasiado premio para mi escaso juego, porque a decir verdad uno no era ni la sombra de muchos compañeros y no valdría ni para a amarrarle los guayos al mejor jugador de fútbol que uno haya visto jugar, al señor don Alexis Zamora, que era capaz de ganar un partido sin salir del círculo central, en el corazón de aquel medio campo, del invencible Guayanés.

Lamentablemente para él, Mineros de Guayana o Minervén llegaron tarde al fútbol profesional, pero así y todo cuando para el año 1989, Mineros quedó campeón yo lo hubiera firmado y alineado en un partido cualquiera, porque él, el mejor Alexis Zamora, sí que es todo un campeón de Venezuela.

No hay comentarios:

CONSULTA LA ETIQUETA

NUESTRA PAGINA EN FACEBOOK

Post Relacionados