UNA ANECDOTA CONTADA POR SU AUTOR, ALDO MACOR
En 1992 se inauguró en Puerto Ordaz el monumento a la Paternidad. Esta escultura mía fue, según me dijeron, la más grande que se había modelado y fundido hasta entonces en Venezuela, aunque yo no estoy muy seguro de que sea cierto. De todas formas, sea yo merecedor de ese Guinness venezolano o no, sí es cierto que la fusión implicó ochocientos kilos de bronce y muchos problemas técnicos. Y, otra vez debido a las folklóricas interpretaciones de la administración del Estado, me la pagaron con mucho retraso e incluso todavía falta una parte.
Pero eso no era lo que quería contar.
Pocos minutos antes de la inauguración se me acercó una muchacha, una periodista de un periódico local, para hacerme una entrevista. No sé por qué, quizás debido a un gnomo misterioso y juguetón que me incita a decir mentiras para burlarme benévolamente de mí mismo y de los demás, comencé a contarle a la periodista algo sobre las esculturas en Roma. Y quién sabe por qué hablé de la estatua en bronce de San Pedro que está en la Iglesia de San Pedro en Roma. Fue fundida hace siglos y su pie derecho, casi desnudo en la sandalia de pescador, sobresale un poco del pedestal original, como invitación a los fieles para que lo noten. Y éstos lo han notado, por supuesto: durante siglos se han arrodillado frente a la estatua y han besado y acariciado el pie del Santo.
–Con el paso del tiempo el bronce se ha consumido–, le decía yo a la pobre periodista que, con profesionalismo, anotaba todo en su libreta–, de modo que el pie de San Pedro en Roma prácticamente no tiene dedos.
Mi gnomo juguetón me obligó a decirle a la periodista que algo así sucedería con mi estatua de la Paternidad. La muchacha me miró inquisitivamente. Tenía un lindo pelo rubio que jugaba con los rayos del sol, aunque su mirada era circunspecta.
–Pero la estatua mía no es la estatua de un santo–, le aclaré. –Representa a un joven padre, un hombre joven, desnudo, mostrando su fuerza y virilidad, que se arrodilla para levantar en sus brazos a su hijo. La estatua representa el amor paternal, es como un himno a la procreación.
La muchacha seguía anotando todo.
–Usted tiene que haber notado que en la estatua del padre está bien a la vista el miembro viril–, continué. La muchacha tuvo unos segundos de indecisión, pero siguió escribiendo. –Según antiguas tradiciones griegas y romanas –seguía mintiendo mi gnomo juguetón–, la estatua de un hombre que representa la paternidad le trae suerte a las novias. Las que querían casarse o tener hijos se acercaban a ellas y le tocaban el miembro viril –la periodista parecía un poco nerviosa, pero seguía escribiendo impertérrita–, porque eso les traería suerte para conseguir un marido o tener descendencia. Así que usted puede publicar en el periódico que lo mismo sucederá con la Paternidad. Dentro de un tiempo, esa parte de la escultura estará más brillante porque habrá perdido la pátina a causa de las caricias y besitos que recibirá de las novias de aquí.
Poco después comenzó la ceremonia oficial.
Pasó un tiempo.
Hace poco un amigo mío, Claudio, me dijo:
–Aldo, a propósito: ¿qué pasó con el pirulito de la Paternidad? Me parece que tiene un color diferente, se ve más gastado que el resto. ¿Está mal fundido?
Le mentí, obviamente.
–No sé, Claudio, no tengo idea.
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