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26 de agosto de 2018

EL TRISTE DESTINO DE LOS CANINOS CONQUISTADORES DE AMERICA



A diferencia de los caballos, que fueron llevados a América por los españoles, había ya perros en el Nuevo Mundo antes de la Conquista. Lo más probable es que, como los mismos indios, estos perros llegaran desde Asia por mar o pisando los hielos que solidifican en invierno el estrecho de Bering.

Mientras que el perro nativo, que para los conquistadores españoles se ganaron el adjetivo de “perros mudos”, porque no ladraban, aunque sí aullaban, gruñían y resoplaban, era más bien pequeño, grueso y doméstico, y fue usado principalmente como alimento, animal de compañía o era destinado al sacrificio ritual a determinados dioses, el conocido en el occidente cristiano como “mejor amigo del hombre”, pasó a ser en las tierras a conquistar un importantísimo aliado militar.

Así, de la existencia de pequeños perros caseros, criados y consumidos por los indios, se pasa a la presencia de medianos o grandes perros criados y entrenados para matar y devorar indios. Las razas escogidas para tal efecto fueron el mastín, el alano y el lebrel, que ya habían demostrado en España su fortaleza, ferocidad, valentía y capacidad de agarre de la presa, como auxiliares en la caza mayor (ciervos, jabalíes,…) o enfrentamientos con toros bravos en espectáculos.
A partir de 1492, los ladridos de los perros de guerra peninsulares, expertos en olfateos y persecuciones, luchas, desgarros y destrozos, despertarán definitivamente a un continente en donde había reinado hasta entonces el más absoluto de los silencios caninos, y que por su agresividad y fiereza horrorizaron a los indios.

La versatilidad de funciones que el perro ejerce en el contexto de la conquista de América le hace distinguirle junto al caballo, del que es complemento ideal, como uno de los más firmes y constantes aliados militares de los conquistadores españoles. En la mayor parte de la iconografía de la conquista, el conquistador casi siempre va acompañado de una de estas dos figuras, cuando no de las dos, fieles compañeros de cuatro patas, a los que se les exigirá una entrega total y sin reservas a la causa conquistadora. Útiles de conquista cumplirán ante todo funciones de carácter marcadamente militar y logístico, participando activamente en todas aquellas acciones donde su uso fue posible y aconsejable desde el punto de vista táctico. El medio físico, con terrenos abruptos, espesos o despejados y el tipo de defensas indígenas, determinarán el mayor o menor uso de este elemento táctico apreciado siempre por unos hombres necesitados de demostrar ante la superioridad numérica indígena, su superioridad militar.


Funciones de carácter militar ejercidas constantemente fueron las que hacían referencia a la prevención defensiva, la agresión bélica de vanguardia y las de carácter represivo. En todas ellas los conquistadores quisieron y supieron extraer de sus canes todo el potencial y habilidades de las que eran capaces, en aras de su propia seguridad, de su dominio militar y del buscado y logrado terror en el enemigo.

Centinelas en los campamentos, evitaban con su fino olfato ataques por sorpresa, descubriendo emboscadas en montes y selvas, donde el mejor conocimiento del terreno, siempre parecía dar ventaja al indígena.
Los perros fueron utilizados constantemente en combate durante toda la conquista,formando parte de la hueste, ya fuera en vanguardia como tropa de choque, lanzándolos contra las muchedumbres indígenas para aprovechar el temor y desconcierto inicial o en retaguardia en labores defensivas del grupo de conquista, a cargo de la guarda del ganado o de los enfermos que siempre lastraban y retardaban el avance general del grupo.




La ayuda militar de los perros de guerra, siempre protegidos con escaupiles de algodón ajustados al cuerpo y anchos fuertes collares rodeados de puntas de hierro para proteger a los mastines y otros canes de mordeduras o heridas en el cuello, fue mayor en zonas difíciles o boscosas donde el caballo, tan útil en espacios abiertos no podía maniobrar para imponer su clara superioridad. Solos o en aterradoras jaurías, siempre obedientes, combatieron, aterrorizaron, sufrieron y murieron junto a sus amos o por ellos.


Uno de los perros más celebres adiestrado para fines militares fue Becerrillo, un enorme perro alano, con manchas de color negro que irregularizaban su pelaje rojizo y con nariz oscura y unos ojos de color ocre , rodeados de pelo de tintes negruzcos.

Becerrillo se hizo famoso sobre todo, además de por su fiereza, por su increíble capacidad de distinguir entre indios aliados y levantiscos. Lo soltaban entre grupos de indígenas y sin equivocarse cogía con sus dientes el brazo del rebelde y tiraba de él, si este se resistía no solía vivir. Decían los indios que preferían enfrentarse a cientos de soldados que a diez hombres con Becerrillo entre ellos.


Como consecuencia de todas la cualidades que poseía Becerrillo, este recibía doble ración de comida (que en más de una ocasión era mejor que la de los propios infantes) y un sueldo por los servicios prestados a su Patria. Concretamente, el salario que ganaba era el equivalente al de un ballestero. Murió en acto de servicio alcanzado por una flecha envenenada. Los españoles mantuvieron su muerte y el lugar de su entierro en secreto pues así siguieron usando la fama del perro para atemorizar a los indios.


Becerrillo, su hijo Leoncico, Bruto, junto a Amadís, Turco, Calisto y tantos otros perros anónimos, fueron utilizados en “aperreamientos”, en los que a las órdenes de sus amos, mataban, despedazaban y comían a los indios elegidos, como forma de terror psicológico, tortura física y cruel aplicación de la pena de muerte en Indias.

La represión canina fue particularmente utilizada para acabar entre otras con la sodomía, la homosexualidad o el bestialismo, prácticas que siempre fueron vistas como graves perversiones de una rígida moral católica que se buscaba imponer a toda costa. A Leoncico por ejemplo, lo especializaron en aperrear sodomitas lujuriosos.

Se aperreaban también guías malintencionados, que perseguían con sus tretas deshacerse de tan molestos huéspedes; a caciques desleales, que rompían de forma traicionera su alianza con los españoles, a mujeres resistentes a los deseos sexuales de cualquier conquistador o simplemente, por el placer y diversión ocasionales que pudiera dar el aperreamiento a unos hombres sedientos de emociones y sin demasiadas preocupaciones morales respecto a los indios.

Así, tampoco existe impedimento moral para utilizar a los indios como alimento de los perros de guerra, que los conquistadores consiguen de tres formas:

1. De los aperreamientos de indios.
2. De los indios muertos en combate.
3. Del asesinato de indios, con el fin exclusivo de alimentar a los canes.

El final de las principales guerras de conquista, a mediados del XVI, significó también el fin del protagonismo de los perros como ayudantes de campo principales.

Sus momentos de gloria habían pasado y el reconocimiento de sus méritos se iba desdibujando en el tiempo. No fue fácil la adaptación a la nueva etapa colonial. Educados y entrenados para la guerra, muchos de ellos no encontraron fácil acomodo en tiempos de paz. Aunque muchos se reconvirtieron a los usos que en España se les daba, como la caza o guarda de las casas y heredades y unos pocos subsistieron como perros de ayuda militar en las zonas fronterizas de ambos virreinatos, otros tantos fueron abandonados, humillados, forzados a huir por el desprecio de unos amos que ya no les consideraban esenciales.
Cual esclavos cimarrones, se echarán al monte y buscarán el apoyo mutuo en forma de dañinas jaurías que intentarán subsistir atacando el ganado de un mundo que ha dejado de pertenecerles.

El canino conquistador se transforma entonces en un enemigo que hay que controlar o eliminar, realizándose periódicas batidas con perros mansos y cobrando los cazadores por cada pieza alcanzada.

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