Uno de los símbolos de los EE.UU es el Mustang, el caballo asilvestrado más famoso del mundo, descendiente de los caballos españoles provenientes de lo que hoy es la Reserva Natural de Doñana. De aquí ha pasado, tras muchas vicisitudes, a los ranchos estadounidenses donde ha encontrado refugio y respeto tras estar a punto de extinción. Ahora vive su vida libre en las enormes praderas de Arizona, Nuevo Méjico y Oregón.
Los caballos llegaron al continente americano con los conquistadores españoles, empezando por Colón, que llevó caballos de España a las Indias Occidentales (islas del Caribe) en su segundo viaje, en 1.493. Llegaron a tierra continental con la llegada de Cortés en 1.519, que seis años más tarde ya había importado los suficientes para crear un núcleo de cría de caballos en México. Aunque se creía que las poblaciones de caballos al norte de México se crearon a mediados del siglo XVI con las expediciones de Narváez, Soto o Coronado, la idea ha sido refutada.
La cría de caballos en cantidades necesarias para establecer una población autosuficiente se desarrolló en lo que hoy es el suroeste de los Estados Unidos, y comenzó en 1.598, cuando Juan de Oñate fundó Santa Fe de Nuevo México. De 75 caballos que tenía en origen, amplió su número a 800, y a partir de éstos, la población aumentó muy rápidamente.
Por documentos del Archivo de Indias de Sevilla y muy recientes investigaciones científicas españolas y estadounidenses sobe su ADN, sabemos sin lugar a dudas que el mustang americano desciende de los caballos de los humedales de Doñana, donde vivían (y viven) en libertad en el espacio con mayor biodiversidad de Europa. Se ha descubierto que fueron exportados con las tradiciones y el equipo que más tarde fueron utilizados por los gauchos, los ganaderos e incluso los cowboys del oeste americano. También se ha demostrado, para sorpresa de toda la comunidad científica, que sin lugar a dudas esta raza equina es la más antigua y pura de todo el continente europeo.
Mientras los mustang o mustangos son un icono cultural para la nación americana y están protegidos por leyes federales, los caballos de la marisma del Guadalquivir, que desde hace tiempo dejaron de representar una rentable actividad económica, se encuentran actualmente en una situación difícil. Muchos se sacrifican, como ocurrió con los mustangos, para convertirse en pienso compuesto.
Se dice que los caballos de Doñana llegaron a América por casualidad; que Colón quería llevar caballos árabes españoles, pero que algunos tratantes les dieron el cambiazo intercambiando los caballos salvajes de Sevilla por los de pura sangre; personalmente creo que esta versión procede del carácter andaluz, siempre dispuesto a juzgar las cosas con humor. Sea como fuere, los caballos eran más pequeños y menos vistosos que los caballos de raza finos, pero tolerarían más fácilmente los rigores de las largas travesías marítimas y ya habían demostrado su gran resistencia y aptitudes para la guerra. En el siglo XV para la colonización del nuevo mundo, se necesitaban caballos resistentes, animales que fuesen robustos para el trabajo y ágiles monturas para la guerra.
Su nombre “Mustang” proviene de “mesteño”, “mestenco” o “mostrenco”, como en el siglo XIII se llamaba a los animales que no tenían dueño conocido, y que por las leyes de Castilla pasaban a ser propiedad de las “mestas” o concejos ganaderos.
En el Nuevo Mundo estos caballos marismeños se asilvestraron, y muy pronto se extendieron por toda Norteamérica hasta superar los dos millones de cabezas a comienzos de 1.900. Pasaron los siglos y los caballos originales fueron cruzados con otros importados de Inglaterra, Alemania o Francia, pero los genes de los caballos de Doñana han sobrevivido en los mustang, nuestros embajadores andaluces.
Origen del mustang
El origen de los mustang, los caballos salvajes americanos ha disparado la imaginación de muchas personas. Distintos personajes de espíritu romántico, soñadores de fantasía desbocada, religiosos mesiánicos, etc. han elaborado muchas teorías alternativas sobre el origen de los mustang. Unos pocos lo han hecho aproximándose desde la honestidad intelectual y el rigor científico. Todas han sido desacreditadas y marginadas, aunque cuenten con numerosos seguidores de cultura mejorable, como sucede con lo relacionado con el Antiguo Egipto o con cualquier “cosa misteriosa”.
Estas teorías parten de las siguientes premisas:
¿Quedaron caballos supervivientes en el Continente Americano tras la Edad del Hielo? Los indios disponían de caballos antes de la llegada de los españoles porque así lo dice su historia oral. ¿Tiene esto algún fundamento?
Los mormones afirman en su Libro que en su territorio había caballos antes de la conquista y colonización del Nuevo Mundo, e incluso disponen de una curiosa “investigación científica” sobre la materia.
¿Introdujeron los exploradores noruegos o chinos el caballo antes que los españoles?
Existe una buena colección de teorías alternativas elaboradas a partir de las tradiciones de los nativos. Un inglés, aficionado a la historia publicó un libro cuyo eje central era que los exploradores chinos se adelantaron a Colón en más de 70 años; teoría que ha sido totalmente refutada.
La presencia de pinturas supuestamente precolombinas, como las descubiertas en Cofins (Brasil) y en Trujillo (Perú) representando caballos, sirve para da pábulo a estas suposiciones. También la poco conocida presencia de los vikingos, que podrían haber llevado consigo a sus pequeños caballos de los fiordos, algunos de los cuales pudieron haber pasado a manos de los indios.
Sea como fuere, es indudable que si alguna vez hubo caballos en el continente americano después de la Edad del Hielo y antes de la presencia hispana, ésta no justifica la existencia del caballo en el Nuevo Mundo.
Empleo del mustang
Ningún otro caballo ha tenido una influencia semejante en la historia americana como el caballo español. Desde los momentos en que los primeros mustang pasaron a manos indias empezaron a influir en su cultura hasta cambiarla casi completamente. Al principio, los caballos capturados por los indios solamente les servían de alimento, como el resto de ganado robado, cazado o adquirido.
Las leyes prohibían que los indios montaran a caballo, pero muchos de ellos entraron al servicio de los colonos españoles. Algunos trabajaron en sus yeguadas y empezaron a conocer todo el complejo mundo de los caballos, de la doma y de la equitación. Muchas de estas personas escaparon al control de los colonizadores. Algunos huyeron llevándose sobre sus caballos ya entrenados los conocimientos adquiridos, que transmitieron a sus tribus. Rápidamente comenzaron a ser utilizados como animales de carga y para su propio transporte, hasta convertirse en su medio principal, fundiéndose indio y caballo en un legendario binomio.
El efecto que tuvo fue el cambio radical de sus tácticas de guerra, comercio y alimentación. Sobre sus caballos podían ahora cazar a los bisontes con facilidad, y algunos abandonaron sus labores agrícolas para dedicarse con sus caballos a la caza. Pronto el noble animal se convirtió en el centro de su existencia, transformándose mutuamente indios y caballos con el paso de los años.
Aquellos mustang, hoy conocidos en todo el mundo por su resistencia, inteligencia y versatilidad, según los estándares actuales los consideraríamos “demasiado pequeños”, pero es un caballo fuerte que puede transportar con holgura hasta el 30% de su peso, que suele ser de alrededor de 360 Kg. El mustang indio de estos tiempos se describiría como de catorce manos de alzada (1,40-1,50 metros), de constitución ligera, buenos remos y lomo corto y fuerte; orejas puntiagudas y nerviosas, y mirada inteligente.
El mustang presenta una amplia variedad de colores. Por lo general, son bayos, castaños y alazanes, pero los hay de todos los colores. Se dice que es la raza con más diversidad de colores y patrones. Entre todos, había un caballo cuya capa era especialmente buscada por los indios: el pinto, del que creían que tenía poderes mágicos y medicinales. También eran muy de su gusto los ruanos rojos y azules, los appaloosas, los blancos y los isabelas.{
El caballo que cambió al mundo
En los territorios habitados por los colonos españoles, los tiempos en que la demanda de caballos excedía la capacidad de suministrarlos, cuando se dispuso la creación de granjas en el Caribe y el centro de México, quedaban ya muy lejanos. Aunque inicialmente se prohibió a los indios poseer caballos, finalmente los adquirieron. A primeros de 1.700, muchas tribus nativas desarrollaron sus propias yeguadas y comerciaban con otras; de modo que los caballos se extendieron por todo el continente, al que aportarían su contribución para el desarrollo de nuevas razas: el Paso Fino peruano, el Portorriqueño de Paso Fino, el Criollo, el Missouri Foxtrotter, el de las Montañas Rocosas, el Azteca, el Kentucky de montaña… incluso el Cuarto de Milla.
Para 1.740, apenas dos siglos y medio de haber pisado el suelo del Nuevo Mundo los primeros caballos marismeños, sus descendientes ya se habían extendido por todo el territorio indio de los Grandes Llanos y las Montañas Rocosas, y su conocimiento y dominio por los indios era completo. Algunos mustang capturados por los ingleses a los indios tenían marcas de hierros españoles, e incluso equipamiento de armas o indumentaria y arreos, prueba de su gran movilidad geográfica.
Las cualidades de los mustang del tipo español, su rapidez, su atlética constitución y su resistencia no pasaron desapercibidas a los observadores militares, tanto del continente americano como de Europa. Sobre todo, su capacidad de regeneración, que parecía inagotable. Consideraban los militares angloamericanos que había un problema con su pequeño tamaño, de modo que fueron suplantándolos lentamente por los tipos más altos y pesados del noreste, de origen centro y norteuropeo como parte fundamental de su expansión hacia el Norte. En las etapas finales, este proceso fue muy acelerado, llegando al extremo de planificar e intentar el exterminio de las grandes manadas de caballos de los nativos en vísperas de su total derrota de finales de 1.800, del que hablaremos seguidamente.
Los angloamericanos eran conscientes de la asociación de todo lo que se refería al caballo español con la cultura nativa y con los mexicanos, haciéndoles impopulares en relación a los más protegidos caballos de la cultura anglosajona dominante, de tipo predominantemente centro y norteuropea. Con todo, los hombres de las montañas, avanzadilla colonizadora angloamericana, seguían prefiriendo los duros y aclimatados mustang, que les proporcionaba la confianza y seguridad que requerían las regiones montañosas.
UN DESTINO INJUSTOS
A fines de 1.800 la mayor parte de manadas salvajes de mustang, sagrados para los indios, fue asesinada siguiendo instrucciones gubernamentales. Se introdujeron en las manadas sementales de razas europeas de mayor alzada, diluyendo con ello la primitiva sangre española. Para sustituir la sangre y favorecer a los sementales introducidos –muchos de ellos caballos de tiro– con el fin de su aprovechamiento comercial, se disparaba contra los sementales españoles. Los indios intentaron desbaratar la maniobra capturando a los sementales extraños y castrándolos para que no alterasen la raza.
Había tantos caballos en la California de 1.805, que sencillamente se comenzó a matarlos para reducir la superpoblación, molesta para otros fines más lucrativos. Esto no influyó sobre las poblaciones de otros lugares, a salvo tras las barreras geográficas que suponen los desiertos y las cordilleras. Aquellos mustang californianos, que una vez se definieron como de calidad excepcional, afrontaban la etapa más delicada de su historia. El mustang, después de siglos de libertad y gloria pasó a ser considerado por muchos como una alimaña más. El caballo colonial español quedó reducido a un puñado de animales supervivientes de lo que una vez fueron orgullosas y grandes manadas.
Los últimos años de 1.800, personas influyentes habían presionado al Gobierno para deshacerse de los mustang con el fin de controlar los pastos. Concluyeron que la única manera que había para hacerlos desaparecer era pasando al Ejército la patata caliente, que de mala gana se puso a la tarea. Bastante más tarde, entre 1.890 y 1.900, la masacre fue masiva, apoyada por ametralladoras. Decenas y decenas de miles de mustang fueron eliminadas, con una manada tras otra, dejándolos pudrirse al sol.
Bastantes caballos considerados puramente españoles habían permanecido en manadas aisladas, pero se hicieron raros a comienzos del siglo pasado. A mediados de la primera década de 1.900 se dieron los primeros movimientos para salvar los mustang que iban quedando. Unas pocas personas comenzaron a reunirlos en reservas remotas o en ranchos, siendo pioneros en criar sus propias manadas. Hoy se calcula que pueden quedar unos 3.000 caballos que conserven las características del original caballo colonial español, de unos 18.000 mustang que se calcula que existen.
La aparición del automóvil y del tractor, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, relegó a muchos caballos que se habían venido empleando en el trabajo de las granjas, para el tiro de los coches, y también de silla. De repente se vieron abandonados en granjas y ranchos. Ya no valían nada y era costoso mantenerlos. Muchos que ya no se necesitaban fueron a masacrados durante este período, hasta el punto de que hubo quienes consideraron que se podría estar a punto de la extinción del caballo como especie en los EE.UU.
Algunos rancheros liberaron a sus caballos para que se valieran por sí mismos, como ya habían hecho antes. Los más afortunados se mezclaron con las manadas que quedaban en libertad agregando diversidad a las piaras contemporáneas.
Tras haberse servido de más de un millón de mustang durante la 1ª guerra mundial en distintos escenarios, tanto europeos como africanos, los que quedaban fueron perseguidos por su carne, que compraban las fábricas de alimentos para mascotas, y por deporte. Tras la Gran Guerra las estimaciones oficiales sobre los supervivientes los cifraban en unos 17.000, y en estos momentos, entre mustangos y burros salvajes debe haber unos 45.000 en estado de libertad.
En 1.939 publicaba la revista Time:
“Decenas de miles de mustang y fuzztails –como se llamaba a los descendientes de caballos escapados de los ranchos– vagan por las llanuras del noroeste de los Estados Unidos. Periódicamente se llevan a cabo redadas de caballos para la empresa de los Hermanos Schlesser de Portland, Oregón, en aquel tiempo los mayores comerciantes de carne de caballo del mundo. Entre 1.925 y 1.930 los hermanos Schlessers masacraron a unos 300.000 mustang, salando su carne en contenedores de 51 toneladas y enviándola en su mayor parte a Holanda y los países escandinavos. Los cascos, las orejas y las colas se vendían para hacer pegamento; los huesos y restos se molían para hacer con ellos pienso compuesto para las granjas de pollos y alimento de mascotas; las pieles para fabricar pelotas de béisbol y zapatos; la sangre para fertilizantes; las tripas para salchichas…”
Y continuaba:
“Para la semana pasada, cuando el invierno se instaló en el país, los indios de Yakima ya habían terminado su primera redada de caballos, reduciendo en 200 los aproximadamente 2.500 que aún permanecen en Oregón y Washington”.
“Como sus antepasados guerreros, algunos indios montaron sus propias cacerías de mustang, sacándolos de los profundos cañones y encajonándoles en largas cercas que los llevaban a trampas de cuello de botella”.
En 1.971 el mustang recibió por fin protección oficial, pero siguen siendo un incordio para algunos ganaderos de vacuno, que los llaman ‘hijos de puta’ entre otras cosas. Dicen que están destruyendo el hábitat y reproduciéndose demasiado rápido. A pesar de que la matanza se ha detenido oficialmente, todavía se siguen exportando mustang a Canadá y México para destinarlos al matadero. Actualmente, algunas organizaciones han recomendado acabar con los 45 mil equinos (incluyéndose a los burros salvajes). La administración de Donald Trump ha publicado una encuesta realizada entre los votantes sobre si son partidarios o no de estas medidas, y el resultado es que el 84% se opone.
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