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10 de agosto de 2016

TESTIMONIOS DEL ULTIMO GUARDAESPALDA "VIVO" DE HITLER



A sus 93 años, Rochus Misch es el último guardaespaldas vivo de Adolf Hitler y una de las últimas personas en verle con vida en el búnker de Berlín donde se suicidó. 65 años después de finalizada la II Guerra Mundial, Misch sigue recibiendo cartas de admiradores de todo el mundo, pidiéndole fotos autografiadas. El anciano pide en una entrevista con Berliner Kurier que no le escriban más, pues cada día le cuesta más responder, por culpa de la edad.

Rochus Misch, que afirma no haber participado en los crímenes del nazismo aunque se declara admirador de Hitler, cuenta en la entrevista que las últimas cartas que ha recibido vienen “de Corea, de Tennessee (EEUU), de Finlandia y de Islandia. Y ninguna incluye una sola mala palabra”.

Durante décadas Misch ha enviado a sus fans en todo el mundo imágenes suyas durante la contienda, ataviado con un pulcro uniforme de las SS. Últimamente las montañas de cartas y paquetes se apilan en el suelo de su apartamento en el vecindario de Rudow, al sur de Berlín.

Misch entró al servicio de Hitler en 1939, tras ser herido en la invasión de Polonia. También actuó como operador telefónico y correo del dictador. En 2008 publicó en Alemania sus memorias “El último testigo”, de las que puede que se ruede una película. El personaje de Misch ya apareció en las escenas finales de “El hundimiento”, cuando Goebbels y sus esposa salen al ruinoso patio tras el suicidio de Hitler y Eva Braun, según cuenta el blog de inquietante nombre –Tanto gilipollas y tan pocas balas- que entrevistó a Misch en 2007.

Con estas palabras describe Misch los últimos momentos de Hitler:

«Entré en la habitación en el preciso instante en que el chófer del Führer, Erich Kempka, y el comandante de las juventudes hitlerianas, Artur Axman, envolvían a Hitler y a Braun en una alfombra. Salí e informé a Schedle de su muerte. Luego, una vez abajo, mis camaradas me llamaron a gritos: “¡Ven al patio, están quemando al jefe!”. Pero no hice caso. Tenía miedo. El jefe de la Gestapo, Heinrich Mueller, había llegado a la Cancillería y temía que la Gestapo matara a todos los que presenciaran la incineración del jefe. Así que no estuve en el patio.

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